En los últimos días, la casualidad olímpica ha vuelto a traer a la luz a Neo Tokio, una de las más fascinantes visiones del futuro cercano que hayamos podido leer. De la mano de 'Akira' y de su creador, Katsuhiro Otomo, la visión post-apocalíptica de la capital nipona encierra un buen número de claves sobre cómo se vivían los últimos coletazos del milenio en los 80 y, también, sobre cómo la tecnología iba cambiando el mundo en que vivimos.
En realidad, Neo-Tokio va más allá de las páginas de 'Akira' y mucho más lejos de ser sólo una ciudad. Una vez creada, su influencia se ha ido difundiendo, bien de manera explícita bien a través de referencias disimuladas, en otras obras, no sólo japonesas sino mundiales. Al final, es casi una creación colectiva, un lugar siempre abierto a nuevas interpretaciones, que incluso ha dado pie a mods de 'Half-Life 2' que se convierten en videojuegos independientes. ¿Pero cómo es de verdad esa Neo-Tokio que nos hemos ido formando en la mente?
Neo-Tokio: luces y sombras ciberpunk
Otomo marca el origen de Neo-Tokio el 6 de diciembre de 1982, cuando una explosión nuclear (o lo que parece serlo) destruye la "vieja" Tokio y da inicio a la III Guerra Mundial. Cuando concluye el conflicto y empieza la tarea de reconstrucción. En vez de hacerlo en el mismo territorio, Neo-Tokio se construye sobre una isla artificial colocada a la derecha de la antigua ciudad, en la bahía.
Para 2019, fecha en que da inicio 'Akira', la ciudad cuenta ya con más de 21 millones de habitantes y 410 kilómetros cuadrados. En la Tokio real de nuestras días viven más de 13 millones de personas en 2187 km². Ante semejante densidad de población, proliferan los grandes rascacielos y, también, los suburbios en una ciudad que ya ha olvidado su pasado reciente.
Neo-Tokio, en 'Akira', es una megalopolis colorista, de neón, en apariencia menos oscura que la 'Blade Runner' de Ridley Scott (de la que toma numerosas influencias y que también se sitúa en el mismo año), pero ampliamente influenciada por el ciberpunk. Es a la vez luces disparadas hacia el cielo, edificios de oficinas siempre encendidas, bares de mala muerte y callejones llenos de basura.
Su Gobierno es legal, pero para muchos no legítimo, lo que provoca numerosos actos de terrorismo. Además, la violencia estructural y el crecimiento descontrolado provocan la aparición de diferentes tribus urbanas y bandas. En Neo-Tokio se unen el Ciberpunk y algunos puntales de la contracultura de los 60. Por ejemplo, las revueltas estudiantiles, o esos Ángeles del Infierno de última generación y con motos japonesas en vez de Harleys. La moto futurista de Kaneda recorriendo las autopistas bajo la mirada de los miles de rascacielos de la nueva ciudad es, quizás, la estampa más reconocible del anime mundial.
Neo-Tokio muestra siempre, en la obra de Otomo, esa doble cara: uno de los escenarios principales, precisamente el más recordado estos días, es ese nuevo estadio olímpico que Neo-Tokio construye para celebrar los Juegos de 2020, los primeros que tendrán lugar tras la III Guerra Mundial. Bajo esa fachada de valores deportivos y unidad mundial renovada se esconde la misma maquinaria militar que lo causó todo.
La tecnología nos salvará a todos, a su manera
Neo-Tokio es tecno-capitalismo en estado puro, y también la representación de la tecnología es dual en la obra de Otomo. Por un lado, los numerosos avances son imprescindibles para la creación y supervivencia de la ciudad desde sus mismos cimientos. Sin la isla artificial creada por el hombre en la Bahía de Tokio, la ciudad no habría resurgir de las cenizas de esa III Guerra Mundial. Por otro lado, ceder parte de las atribuciones del ser humano a la tecnología desemboca en una tragedia de proporciones épicas (que se lo digan a la luna).
Cámaras criogénicas que mantienen a seres humanos "suspendidos" a -273.149 °C; satélites militares llamados SOL que pueden atacar, con láser, a cualquier lugar del mundo con precisión quirúrgica; armas de destrucción masiva que podemos llevar en la mano...
Los usos negativos de la investigación son el motor de 'Akira', con ese Tetsuo convertido en cobaya militar. Como pesadilla ciberpunk, a los protagonistas del manga se les potencia mediante el desarrollo tecnológico alguna de sus habilidades humanas sin que haya posibilidad en ningún momento de evitar los peligros y el desastre. En general, el discurso pasa por mostrar al hombre corriente como marioneta de la tecnología y de las ambiciones de quienes la investigan.
Como decíamos al principio, Neo-Tokio ya no es sólo lo que vemos en la obra de Otomo. Fuera de 'Akira' hay más referencias sobre esa distopía, aunque siempre mezcladas con ese tono fantástico donde lo sobrenatural o los poderes psíquicos son tan importantes como la propia tecnología en sí. De hecho, muchas veces parece que afrontar algunos de esos nuevos poderes psíquicos, como la telekinesis, forma parte de la evolución natural del ser humano y de su búsqueda por innovar.
En 'Neo-Tokyo (Meikyū Monogatari)', el anime que recopila y adapta tres historias de Taku Mayumura y las acoge bajo el nombre de la ciudad, una de las historias ('The Running Man') nos muestra cómo los deportes-espectáculo del futuro estarán dominados por el componente tecnológico y serán eminentemente violentos. Carreras de una F1 casi más de jets que de coches (es decir, profundizando en lo que ahora ya ocurre, pero desde la óptica de los 80) donde se paga la derrota con la muerte. O en cómo las grandes corporaciones ganan dinero gracias a instalaciones totalmente automatizadas y teóricamente fáciles de controlar situadas en países en desarrollo (que no siempre entienden).
En 'RIM', la no especialmente buena novela de ese aspirante a William Gibson que es Alexander Besher, a Japón sólo se puede acceder mediante una estación espacial, casi como si fuera otro planeta en sí mismo. Y, de hecho, Neo-Tokio desaparece de la realidad doce horas al día, ya que las fronteras entre lo que es real y virtual han desaparecido.
En fin, que pese a que la icónica Neo-Tokio de las primeras secuencias no pervive mucho en la 'Akira' original, su influencia perdura a nivel visual y narrativo en muchas obras desde entonces (en especial, entre quienes vieron la versión de anime). Y en la cultura occidental se ha impuesto de tal manera que lo mismo se hacen, con su nombre, tours para turistas que visitan Japón que vídeos musicales... o incluso reconstrucciones con Lego.
(Como último añadido, sobre las muchas influencias de Japón y Tokio en particular en la ciencia ficción occidental recomiendo este completo artículo de Joshua La Bare. Una lectura mucho más en profundidad es Tokyo Cyberpunk, de Steven T. Brown, cuyo título explica por sí sólo el enfoque)
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