Se puede ser una estrella mundial de la música, un cantante de reconocido prestigio y, sin embargo, que no te guste tu voz. Vaya si se puede. Eric Clapton, quizás el ejemplo más conocido, no empezó a cantar hasta muy avanzada su carrera musical. Y no es el único.
"Me pasa cuando me escucho una entrevista de radio. Oigo mi voz y pienso: 'Ay, suena exactamente como la de una niña pequeña'". Lo decía Mitski en una entrevista hace casi 10 años, pero podría decirlo casi cualquier persona que escucha su voz en un audio de Whatsapp (o estrena un audífono).
Porque no, no es una experiencia "agradable". Es bizarra, ligeramente vergonzosa y muchas veces desconcertante. Y aunque es verdad que cada vez es más común grabarse, escucharse y acostumbrarse, esa sensación de extrañeza no nos abandona fácilmente. Pero ¿por qué?
La respuesta es más sencilla de lo que parece. Las voces de los demás y, en general, todos los sonidos que escuchamos vienen a nuestros oídos a través del aire. Nuestra voz también, claro. Pero a esa información transmitida por el aire, hay que sumarle todo lo que llega a nuestros sistemas auditivos desde dentro.
Sobre todo los huesos, pero también los tejidos e incluso el líquido encefalorraquídeo hacen que la experiencia sea distinta las vibraciones transmitiéndose por esos medios hacen que, desde dentro, el sonido es mucho más complejo, está más lleno de matices. Además, por decirlo de alguna forma, está distorsionado.
¿Distorsionado? ¿Cómo que distorsionado? No es ningún secreto que los sonidos se distribuyen de forma distinta dependiendo del medio en el que se mueven. Basta con meter la cabeza en una piscina para comprobarlo. En el caso que nos ocupa, por ejemplo, los medios sólidos tienen "un efecto en la frecuencia de las ondas sonoras y, por tanto, en el timbre". Hacen los sonidos más graves y, precisamente por eso, al oir nuestra voz grabada nos suele parecer más aguda.
Como explicaba en el New York Times John J. Rosowski, profesor e investigador de la Facultad de Medicina de Harvard, hay muchísimos factores que influyen en la voz y las variaciones cambian de persona en persona (de hecho, pueden cambiar de un momento a otro); pero lo que está claro es que en un sentido u otro el sonido es distinto.
Y, por supuesto, no es que suene mal. Como explicaba nuestro compañero Javier Sánchez, "nuestro cerebro está muy acostumbrado a una idea del 'yo' muy concreta". Pasa también con nuestra imagen, por ejemplo. Estamos tan acostumbrados a vernos como nos vemos en los espejos, que nos resulta raro vernos en otros contextos y pensamos que somos poco fotogénicos.
Como digo, la llegada de cámaras, grabadoras y todo tipo de dispositivos electrónicos ha cambiado esto. Y lo ha cambiado mucho. Pero como está claro por nuestras sensaciones y reacciones, no ha resuelto el problema.
Imagen | Clem Onojeghuo
En Xataka | Es normal que odies el sonido grabado de tu propia voz, pero no es porque suene mal
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