Una de las grandes paradojas de la filosofía contemporánea parece un programa de televisión: el día en que Newcomb dividió a los expertos

A veces un problema sencillo de enunciar esconde una complicadísima historia intelectual. Este es el caso

Erda Estremera Sxnt9g77pe0 Unsplash
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Robert Nozick fue posiblemente uno de los últimos gigantes de la filosofía mundial. Al margen de nuestra opinión sobre sus posiciones concretas, se trata de una de las últimas personas en ser capaz de hacer contribuciones valiosas a campos distintos da la disciplina. Nos guste o no, era un genio. Un genio al que se le atragantó un problema sencillísimo de enunciar (el famoso Newcomb), que le había comentado un colega y que todos estaban convencidos de poder resolver.

Hablemos de el problema de Newcomb.

¿En qué consiste el problema? Imagina que frente a ti hay un ser con una capacidad absoluta de predecir tus propias decisiones. Da igual si es una IA al borde de la más absoluta la singularidad, el demonio de Laplace o el Dios de las religiones monoteístas. Lo importante es que sabe con un grado de fiabilidad altísimo lo que vas a escoger (lo ha hecho en el pasado y, hasta donde sabes, nunca se ha equivocado).

Pues bien. Ese ser magnífico pone dos cajas delante de ti, te dice que una de ellas tiene 1.000 dólares y la otra puede tener un millón o nada en absoluto; y te pide que elijas entre dos opciones: puedes llevarte las dos o puedes llevarte solo la segunda.

¿De qué depende el contenido de la segunda? De lo que 'sabe' que vas a hacer. Si él ha predicho que te llevarías las dos, habría dejado la segunda caja vacía. Si ha predicho que solo te llevarías la segunda, habría colocado el millón dentro. Lo último importante, antes de tomar una decisión, es que el contenido de las cajas ya está ahí. Es decir, tu decisión no influye en él: las cajas ya están llenas o vacías.

La pregunta es... ¿Qué harías?

Dos posibilidades. Como explicaba el mismo Nozick en un artículo de 1968 hay dos opciones intuitivamente plausibles. La primera nos dice que si tomamos la segunda caja casi con toda certeza obtendríamos el millón (porque el ser lo habría metido dentro) y, en ese sentido, es la mejor estrategia.

La segunda nos dice que como las cajas ya están rellenas, da igual lo que decidamos y, por eso mismo, no tiene ningún sentido quedarse solo con la segunda. En cualquier escenario, cogiendo las dos cajas me llevaré 1.000 euros más que cogiendo solo la segunda.

Pero lo interesante no es nada de esto. Lo interesante, lo que descubrió Nozick es que las personas tendían a dividirse casi al 50% entre una opción y la otra. Más aún, que a cada uno de esos grupos les parecía absurda la opción del contrario. Las encuestas posteriores no han hecho más que confirmarlo.

¿De qué habla realmente este problema? Nozick sostenía que ante un problema tan poco 'cerrado', no bastaba con escoger una determinada opción: había que conseguir reducir la contraria al absurdo. Intentarlo ha entretenido a filósofos, psicólogos y economistas desde hace medio siglo. Con resultados inciertos (y, desde luego, 'no concluyentes' para el conjunto de la comunidad filosófica)

Las ramificaciones en filosofía, economía, psicología o ingeniería industrial de este problema son enormes; pero, en realidad, por más soluciones que le queramos dar, el problema de Newcomb es una muestra de lo complejo que es el laberinto conceptual del libre albedrío, pero también las profundidad con la que la ciencia puede impactar en nuestra cosmovisión del mundo.

Imagen | Erda Estremera

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