En 1948, Bertram R. Forer pasó un test de personalidad a todos los alumnos de su clase de psicología. Cuando repartió los resultados, les pidió que puntuaran de 0 a 5 el nivel de identificación que tenían con ellos. La valoración media fue de 4,2, todo un éxito para la evaluación psicológica. El único problema es que Forer les había dado a todos el mismo perfil.
Los seres humanos tendemos a convencernos de que descripciones vagas y generales se adaptan como un guante a nosotros mismos. A esto se le denomina ‘Efecto Forer’ y es el andamio psicológico sobre el que se levantan los horóscopos, el ocultismo y la astrología. Sin embargo, no podemos quedarnos ahí. El mundo del misterio y la adivinación genera una fascinación tan profunda que requiere de nuestra atención.
La paradójica actualidad del horóscopo
La astrología ha fascinado a los seres humanos durante cientos y miles de años. Miraban al cielo, escudriñaban la posición de las estrellas, observaban el lento viaje de los astros a través del universo y, con todo ello, trataban de componer un mapa del futuro con el que vivir mejor su vida. Y lo seguimos haciendo.
En las últimas décadas, y aunque muy pocas personas dicen abiertamente creer en ellas, el interés por estas prácticas oculistas ha vuelto (y con fuerza) a Occidente. Sea la televisión, internet o la prensa, parece obvio que los horóscopos se han convertido en un parte esencial de la cultura popular (Evans, 1996). Tanto es así que, en 1984, el Comité para la Investigación Escéptica (CSICOP) inició una campaña para exigir a los periódicos que incluyeran un aviso explicando que ese tipo de columnas "debían leerse solo por entretenimiento" y que "no tenían ningún fundamento científico". En 1998, unas 60 revistas Norteamérica mantenían ese disclaimer (Blackmore y Seebold, 2001).
Con advertencia o sin ella, como entretenimiento o como consejo cualificado, los horóscopos en la prensa y los programas de adivinación en la tele nocturna son dos de esos elementos que la gente sigue consumiendo masivamente y que sigue haciendo que, según las encuestas, sus consumidores "se sientan mejor".
Lo que nosotros decimos de los horóscopos
Pese a ello, los horóscopos han sido un tema poco estudiado (Evans, 1996) y aunque el 'efecto Forer' puede dar cuenta de por qué nos sentimos identificados con nuestro signo del zodiaco (Fichten y Sunerton, 1983), la pregunta del papel social que desempeñan es más difícil de desentrañar. Bajo mi punto de vista, el mejor enfoque que tenemos es examinar directamente el contenido de los horóscopos. Ahí hay mucha tela que cortar.
William Evans (1996) descubrió que había diferencias sustanciales entre los horóscopos orientados a la clase trabajadora y los horóscopos orientados a la clase media. En los primeros, por ejemplo, era menos común encontrar consejos animando a viajar o gastar dinero que en los segundos. De la misma forma los horóscopos para la clase trabajadora predecían menos progresos profesionales y menos interacciones positivas con la familia. Los horóscopos de clase media solían incitar más a la autonomía y “seguir las pasiones”.
Tanto es así que, según sus conclusiones, el estrato socioeconómico del lector era el mejor predicador del contenido del horóscopo. Sin embargo, todos ellos incitaban a cuidar a otros, ser pacientes, cooperativos y evitar las confrontaciones.
En 2014, Tandoc y Ferrucci realizaron también un análisis de las secciones astrológicas de revistas como 'Glamour', 'Essence' o 'Teen Vogue'. De sus conclusiones se puede extraer que pese a centrarse en temas de amor, dinero y trabajo su orientación reforzaba los estereotipos de género que se modulaban según aspectos como la raza y la edad.
Gupta, Zimmerman, y Fruhauf (2008) analizaron el contenido astrológico de la revista 'Cosmopolitan' durante un año y encontraron que las lectoras recibían, consistentemente, consejos estereotipados. En la misma línea, Svensen y White (1995) analizaron una larga serie de horóscopos y corroboraron que ese tipo de literatura promovía lo que ellos entendían como ‘conformidad social’.
Mecanismos de satisfacción y consenso
Ante este análisis de los contenidos reales de los horóscopos, resulta difícil no volver a Adorno. En ‘The Stars Down to Earth’ (1994), el filósofo y sociólogo realizaba un análisis de los horóscopos de tres meses del Los Angeles Times y engarzaba la astrología y el ocultismo como un fenómeno más de una industria sociocultural que va desde las películas hasta la autoayuda y que tiene como misión “justificar condiciones dolorosas que parecen más tolerables si se adopta una actitud afirmativa hacia ellos”. Es decir, que el objetivo (explícito o no) es “fomentar una atmósfera de satisfacción social y facilitar el ajuste de los ciudadanos a su contexto habitual.
Las conclusiones de Adorno son algo aventuradas, pero es cierto que disponemos de alguna evidencia que sugiere que las actitudes de los lectores de horóscopos se ven afectadas por el contenido de los mismos (Blackmore y Seebold, 2001; Bailey. 1997; Clobert, Van Cappellen, Bourdon y Cohen, 2016). La investigación de Clobert y su equipo nos da, además, ciertas claves interpretativas al encontrar una relación muy interesante entre el efecto del horóscopo y el 'locus de control' externo.
Es decir, la “percepción del sujeto de que los eventos ocurren como resultado del azar, el destino, la suerte o el poder y decisiones de otros” nos hace más susceptibles a los horóscopos, incluso en un contexto en el que la inmensa mayoría de personas declara que no cambiaría su conducta por ese tipo de cosas. Sobre todo, porque no es necesario.
La sociedad y la cultura modelan el comportamiento de las personas de forma inconsciente (Verplank, 1955) y el horóscopo parece actuar como un consejo que prima la conformidad social en conflictos de normas irresueltos (Fuentes Ortega, 1994). Eso no solo elimina estrés y ansiedad, sino que ahorra los costes de la disidencia social.
Es decir, pese a lo poco estudiado del tema, la investigación disponible parece señalar que la razón porque la que nos sentimos mejor al leer el horóscopo es, precisamente, que nos da razones para amoldarnos a nuestro papel en la sociedad. En la medida de sus (limitadas) posibilidades, actúa como un lubricante social que nos evita riesgos personales, pero termina siendo, si me permitís la expresión, un "mensaje de voz de la sociedad" que nos anima a reconciliarnos con ella.
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