Nadie podría haberlo previsto: de entre todos los cantantes melódico-latinos de la pasada década, Luis Fonsi era el menos indicado para reventar los charts, YouTube y las almas de Kim Kardashian y Justin Bieber al mismo tiempo. Le sobraban un par de kilos, su voz era melosa y remilgada, sus canciones ñoñas y parecía haber entrado en el star-system hispanoamericano de casualidad, como si con él jamás hubiera ido la cosa.
Y hete aquí que varios años y 1.000 millones de visionados después, Luis Fonsi está mazado, se ha hecho un tatuaje en el brazo, camina por la calle en camiseta sin mangas como si tal cosa, se ha cuadrado un peinado de corte milimétrico y hasta se ha dejado algo de barba. Bien perfilada. Es un malote, es un tipo duro, es un tipo que causa sensación y que es capaz de sumergirse en el reggaetón como si lo llevara haciendo toda la vida.
¿Qué ha pasado? 'Despacito'. Ha pasado 'Despacito'.
De modo que Fonsi ha puesto un nombre definitivo a aquello que otros varones de la galaxia mundial llevaban experimentando años: un cambio radical de niño a hombre, una transformación motivada por el éxito y por el dinero que grita al oído de toda la humanidad que si eres feo no es culpa tuya, es que simplemente no tienes el dinero suficiente. Porque llegar alto en la música, en el cine, en la televisión o en el fútbol todo lo puede.
Es el Efecto Despacito. El cambio de peor a mejor que tocar La Gloria ejerce en tu aspecto.