Desde que la humanidad es humanidad, desde que el primer hombre o mujer cogió un tizón ennegrecido o embardunó su dedo en pigmento para garabatear sobre las paredes de una caverna, algo ha fascinado a las personas con inclinaciones artísticas: los penes.
Los arqueólogos los han encontrado garabateados en las remotas cuevas de los montes Tauro y en Riba de Saelices, entre representaciones con miles de años de antigüedad. También en una talla de piedra rescatado en Hohle Fel, Alemania, que los expertos datan de hace 28.000 años.
No hace falta irse tan lejos, ni remontarse tan atrás. Aún hoy seguimos viéndolos pintados en las fachadas y persianas de nuestras ciudades, pintarrajeados con spray. Probablemente llegue con que te des un paseo por tu barrio para que encuentres algunos en un banco del parque o el capó de un coche polvoriento.
Por eso no resulta extraño que cuando en la década de 1960 le pidieron a Andy Warhol que creara una pieza para enviarla a la Luna a bordo de la misión Apolo 12, él optase por hacer un guiño al arte y a la humanidad garabateando… —¡Exacto!— un falo, uno diminuto y esquemático, pero con todas sus partes bien diferenciadas. Eso sí, Warhol y algún que otro museo sostienen que en realidad lo que muestra el dibujo son las iniciales del artista (AW) o incluso un cohete.
Carrera espacial... y artística
Para entenderlo hay que remontarse unas cuántas décadas atrás, al punto álgido de la carrera espacial del siglo XX, cuando meses después de la histórica misión Apolo 11, EEUU se preparaba para otra gesta: la del Apolo 12. Convencido de que el arte no podía quedarse al margen de una hazaña de semejante calibre, el escultor californiano Forrest 'Frosty' Myers decidió contactar con la NASA para proponerle un proyecto peculiar: crear un Museo de la Luna (Moon Museum).
Así dicho, lo de "Moon Museum" quizás invite a pensar en un recinto aquí, en la Tierra, dedicado a nuestro satélite. Lo que Myers tenía en mente era sin embargo mucho más ambicioso: quería dejar sobre la superficie de la Luna una pequeña selección de obras de algunos de los grandes artistas estadounidenses de la época.
No sabemos cómo recibieron la propuesta en la agencia espacial, pero todo indica que no despertó demasiado entusiasmo. No la rechazaron. Tampoco la aceptaron. Sencillamente, explicaría más tarde Myers, le dieron la callada por respuesta.
"Nunca dijeron que no, simplemente no pude conseguir que me dijeran nada". Para cualquier otro el silencio de la NASA hubiese supuesto un punto y final. El escultor californiano tenía sin embargo un as en la manga. Eso y la suficiente determinación (y valor) como para buscar un atajo a espaldas de Washington.
Su "museo lunar" no podía viajar en la misión Apolo 12 de forma oficial, de acuerdo; pero… ¿Qué le impedía hacerlo de tapadillo? Para salir del pasó, Myers contactó con Fred Waldhauer, cofundador de Experiments in Art and Technology (EAT), una organización sin ánimo de lucro creada en los años 60 para favorecer la colaboración entre artistas y personal técnico. Waldahuer era ingeniero y un hombre con contactos, así que pudo echar una mano a Myers.
De entrada, trabajaba como ingeniero eléctrico en Bells Labs, laboratorio que consiguió que los dibujos recopilados por Myers para su Museo de la Luna se grabasen en diminutas obleas de cerámica revestida de iridio. Las piezas medían menos de dos centímetros, más o menos del tamaño de un sello, y se fabricaron con las mismas técnicas que se empleaban para la circuitería.
Algunas versiones dicen que se crearon 16 de esas pequeñas obleas. Otras hablan de 20. El caso es que las piezas se repartieron: una parte se entregó a los artistas que habían colaborado en el proyecto y otra de las piezas se reservó para colarla de contrabando en la misión del Apolo 12 y cumplir así el sueño de Myers. ¿Cómo, si la NASA no parecía dispuesta a dar su OK al proyecto? De nuevo la impagable colaboración de Waldhauer jugó un papel determinante.
El cofundador de la EAT conocía a uno de los técnicos de Grumman Corporation que trabajaba en el Apolo 12 y (lo más importante) aceptó ayudar a Myers con su museo lunar. La tarea que se le encomendó era relativamente sencilla, aunque arriesgada: colar la diminuta oblea entre el equipo de la misión, en un lugar en el que resultara ilocalizable, no representase ningún riesgo para la tripulación y que permitiese que la pieza artística se quedase en la superficie tras el alunizaje. Hay quien habla de que por esa razón se pensó en las patas del módulo Intrepid.
Todo esto, por supuesto, en el más absoluto de los secretos.
Y sin que la NASA estuviera al tanto.
La historia del Moon Musen afirma que el colaborador anónimo de Myers lo logró y que apenas dos días antes de que el Apolo 12 se lanzase desde el Centro Espacial Kennedy, el escultor recibió un misterioso telegrama con origen en Cabo Cañaveral que le confirmaba que todo había ido según lo previsto: "YOUR ON’ A.O.K. ALL SYSTEMS GO".
El mensaje iba firmado por "JOHN F". Nada más.
¿Lo había logrado Myers? ¿Fue el Apolo 12 un diseminador espacial involuntario del arte estadounidense de los 60? Hubo que esperar cuatro décadas para, si no confirmarlo plenamente, sí al menos tener alguna pista más del museo.
En 2010, durante una entrevista para la serie documental 'History Detectives', de la PBS, Richard Kupczyk, quien en los 60 ejercía un cargo de responsabilidad en la plataforma de lanzamiento de Grumman para el Apolo 12, aportó algunas claves más sobre lo ocurrido durante los preparativos de la misión estadounidense.
Su testimonio resulta valioso porque los operarios que trabajaban con él fueron los encargados del montaje final y las pruebas del Apolo 12, con lo que Kupczyk fue un testigo privilegiado de lo que ocurrió en vísperas del lanzamiento. ¿Qué contó a la PBS? Que entre los técnicos de la compañía hubo algunos que, burlando el control de la NASA, colaron objetos personales entre las mantas térmicas del módulo.
En palabras de Kupczyk, se trataba de "pequeños objetos personales" que los operarios colaron de tapadillo en la nave. Ese ellos había fotos de familiares… y, quién sabe, puede que una de las veinte diminutas obleas encargadas por Myers con los dibujos de algunos grandes artistas estadounidenses de los 60.
"En el Apolo 12 hay algunas cosas que ahora mismo están en la superficie lunar. Nunca, nunca se le hizo nada a la nave que pudiera entrañar un problema de seguridad", rememora. Cuatro décadas después, el técnico admitía que quizás lo de ocultar objetos sin permiso entre la maquinaria de la misión no estuvo bien, pero insistía en que en ningún momento se comprometió la seguridad del Apolo 12 y su propósito era inocente. Sencillamente, buscaban "dejar huella".
— Entonces, ¿es posible que haya un chip como ese en la Luna? —le pregunta durante el documental la historiadora Gwen Wright, en referencia al famoso "Museo de la Luna".
— No sólo es posible, sino que en este momento yo diría que, bueno, mi instinto me dice que está ahí —replica Kupzyk.
Sobre la identidad del misterioso JOHN F., el colaborador de Myers y autor del telegrama que supuestamente confirmaba la operación, Kupzyk asegura no tener pistas. Lo primero que se le vino a la mente al leerlo, reconoce, fue el nombre de JFK, J. F. Kennedy. "Como un seudónimo, quizás", elucubra.
Fuese o no así, el Moon Museum no permaneció en secreto durante mucho tiempo. El 22 de noviembre de 1960, días antes del regreso de la tripulación del Apolo 12, uno de los mayores diarios del país, The New York Times, publicó un artículo haciéndose eco de la supuesta hazaña espacial-artística de Myers: "Un escultor neoyorquino afirma que el Intrepid puso arte en la Luna".
Gustase más o menos aquella noticia en la NASA, lo cierto es que, si realmente el misterioso JOHN F. había cumplido con su parte, la agencia poco podía hacer.
¿Y qué pinta Warhol dibujando un pene en esta peculiar historia de intrigas, exploración y arte espacial del siglo XX?
Muy sencillo, Warhol es uno de los artistas en los que Myers pensó para su museo lunar. Para ser más precisos, el escultor californiano consiguió que se implicasen otros cinco grandes creadores estadounidenses: Robert Rauschenberg, David Novros, John Chamberlain y Warhol. Cada uno puso su pequeño grano de arena para el Museo de la Luna, dibujos esquemáticos, simples y trazados con solo unas líneas (o incluso una sola), lo que facilitó el trabajo de ingeniería que logró que sus cinco obras y la de Myers cupiesen en una oblea no mayor que un sello.
La siguiente pregunta es… ¿Qué dibujaron?
Myers, Novros y Chamberlain recurrieron a diseños geográficos.
Rauschenberg trazó una línea recta e inclinada.
Oldenburg optó por un dibujo esquemático de Mickey Mouse.
Y Warhol… Warhol hizo un homenaje a aquella vieja fijación de la humanidad por los falos que ya se remonta al arte de las cavernas y garabateó un pene, aunque hay interpretaciones, como la que recogen los museos MET o MOMA, que van más allá y deslizan que lo que Warhol trazó en realidad son sus iniciales, AW. Eso sí, con las letras dispuestas de una forma muy peculiar. Otros ven sencillamente un cohete espacial.
Sea o no así, cuando en noviembre de 1969 The New York Times publicó su artículo sobre el proyecto de Myers, en la foto que acompañaba al artículo se las apañaron para que se vieran todas las imágenes grabadas en la oblea cerámica salvo la de Warhol, que apareció estratégicamente oculta por el dedo de quien la sostenía ante la cámara.
Que supuestamente se hubiese colado todo un museo en el Apolo 12 ya era chocante de por sí, así que… ¿Por qué revelar además que una de sus obras de arte guardaba un parecido sospechoso con un falo?
Quedan para la historia las diferentes interpretaciones, igual que las sombras y luces que aún giran en torno a la historia del Museo de la Luna. Lo innegable es que tanto Warhol como Myers lograron algo único: que más de medio siglo décadas después de la misión Apolo 12 todavía se siga hablando de la famosa oblea grabada, tanto en la prensa como en algunos de los museos de arte más importantes de EEUU, incluidos el MOMA o Metropolitano.
Imágenes | Wikipedia 1, 2 y 3 y NASA
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