Según Rickard Gustafson, el director ejecutivo de la aerolínea escandinava SAS, el tráfico aéreo de Suecia cayó en el primer trimestre un 5%. Algo aún más llamativo si tenemos en cuenta que las predicciones europeas auguraban un crecimiento de. 4.4% en el número de pasajeros en ese mismo período. Gustafson tiene claro el culpable, los “antivuelos”.
“Flygskam”, traducible como “vergüenza a volar”, se trata de un término que se está volviendo cada día más popular en el país. La conciencia ecologista crece en Europa, y muchas superestrellas norteñas están públicamente defendiendo una nueva política de evitar coger vuelos siempre que sea posible encontrar alternativas, como ir en barco o directamente no viajar. Es el caso del atleta sueco Björn Ferry, que ha dejado de volar, o de la ubicua Greta Thunberg, la activista juvenil por el pacto por el clima que dice no coger el avión nunca.
El antivuelismo podría estar aterrizando en Gran Bretaña, donde se está moviendo la campaña Flight Free UK.
Contra el jet privado: “no es especialmente complicado”, dijo Rutger Bregman, el ya célebre invitado del Foro Davos que avergonzó a todos los ponentes sobre su hipocresía moral (mientras debatían por la sostenibilidad del planeta, los asistentes de Davos batían récords de asistencia en jets privados). El discurso de Bregman también representa a una nueva corriente entre los académicos por el clima que han decidido cortar sus emisiones.
Cada vez más deciden no asistir a estos encuentros o encontrar rutas alternativas como visibilización del problema, aunque algunos colegas consideran que justo estas acciones son contraproducentes, ya que colocando el esfuerzo contra el cambio climático en el consumo privado se desalienta la auténtica forma de solucionar el entuerto, con planes políticos sistémicos que vayan a la base.
El CO2 que pagamos entre todos: a diferencia del transporte por carretera, las compañías aéreas locales y extranjeras en Europa nunca han pagado ni un solo céntimo del impuesto especial sobre el combustible. El queroseno está subsidiado, pese a ser excesivamente contaminante. Por eso ya hay informes de la UE que claman a ahondar en la ecofiscalidad. Se estima que un impuesto en este combustible podría reducir las emisiones del sector en un 11% sin apenas tener impacto en el empleo ni la economía.
La esperanza sobre raíles: al tiempo que los suecos alentaban el Flygskam, también promovían el #stayontheground, o mantente en el suelo. Según la empresa ferroviaria local AEF, en ese mismo trimestre en el que se alejaban de los aeropuertos, los trenes han visto crecer globalmente el número de pasajeros un 8%, siendo en algunas rutas un incremento del 100%. Si el avión emite 285 gramos de CO2 por pasajero y kilómetro, el tren sólo emite 14 gramos. Es, bajo criterios de sostenibilidad climática, la mejor opción posible.
No tan rápido (o despacio): aunque una parte de los escandinavos se esté apartando de su uso, tienen mucho trabajo por delante para equiparar su consumo de vuelos al del resto de países. Según informes, las emisiones aéreas de combustibles en Suecia son cinco veces más altas que el promedio mundial. Como es lógico, una parte importante del uso de aviones tiene que ver con la economía de las ciudadanos, a medida que los países mejoran sus perspectivas económicas la población se sube al avión. Algo que tiene otro efecto medioambiental extra: la avalancha turística mundial.