En muchos sentidos, Estados Unidos representa la vara de medir del capitalismo moderno. Por su historia de éxito a lo largo del siglo XX, por su predominancia absoluta al frente de la economía mundial, por exportar paso a paso casi todas las tendencias culturales y sociales dignas de mención en los últimos cien años. También la de la concentración de la riqueza, una que en su caso está rozando el paroxismo.
Un dato. Lo trae a colación Gabriel Zucman, un economista francés especializado en los paraísos fiscales y, a consecuencia, en la acumulación de riqueza entre las grandes fortunas. Julio de 2021 ha marcado un hito para los superricos estadounidenses: ya concentran una riqueza equivalente al 20% del PIB del país. Es un dato con trampa (el PIB se mide anualmente; las fortunas son el resultado de años de acumulación) pero que cobra relevancia cuando observamos su evolución. A principios de la década de los ochenta, el porcentaje no superaba el 5%.
A más. La historia del capitalismo durante los últimos cuarenta años es la historia de una desigualdad. Sabemos que el salario real percibido por los trabajadores occidentales se ha estancado, pese a que la productividad ha aumentado. Y también sabemos que las rentas del capital se han multiplicado. Las sociedades hoy son más ricas que ayer, pero el dinero está peor repartido. Esto ha provocado que poco a poco el célebre 1% tenga un peso mayor sobre la riqueza nacional (para el caso que nos ocupa, el 0,00025%, los 400 estadounidenses más ricos).
También en pandemia. El gráfico resalta un salto importante entre mediados de 2020 y julio de 2021. Por extraño que pueda parecer en una era de recesiones, desempleo y crisis generalizada, la pandemia le fue muy bien a los superricos. Lo vimos aquí: el número de milmillonarios global aumentó un 30% a lo largo del año pasado, 660 afortunados más sobre el curso previo. Esta tendencia se ha acrecentado durante los primeros compases de 2021. Fundamentalmente por el mercado de valores.
Más números. Si los datos de más arriba merecen alguna objeción, no pasa nada, tenemos más: a finales del año pasado la Reserva Federal estadounidense atribuía al 1% del país el 30% de la riqueza nacional, un récord histórico; mientras que el 50% más pobre apenas llegaba al 2%. Durante el último trienio los superricos han pasado de sumar una fortuna combinada de €8,9 billones a otra de más de €10 billones. Otros estudios han sido aún más generosos, estimando su riqueza en el 37% nacional.
Los matices. Como hemos visto en otras ocasiones, estos porcentajes tan alucinantes están muy vinculados al rendimiento de sus empresas. Es decir, su riqueza no es una habitación gigantesca llena de monedas de oro, al estilo del Tío Gilito, sino valores de bolsa variables que dependen del buen hacer de sus inversiones. Esto explica, por ejemplo, que Elon Musk haya podido superar a Jeff Bezos al frente de los ricos internacionales cuando hace apenas un año parecía muy, muy lejos de su fortuna. No se trata tanto de Musk sino de sus empresas, ya sean Tesla o SpaceX.
Favorable. Esto último ha permitido que el listado de "grandes fortunas" se llene de nombres tecnológicos. Porque es ahí hacia donde camina la economía y donde se pueden extraer grandísimas ganancias. Pero hay otro factor: las políticas económicas e industriales en todos los países occidentales durante casi medio siglo han ido orientadas a favorecer este tipo de acumulaciones de capital (en detrimento de políticas más redistributivas). En el camino, el Gran Tema Económico de la pasada década, la desigualdad. Una cada vez más aguda.