Durante los últimos cien años, la humanidad ha experimentado un crecimiento demográfico sin precedentes. Entre 1900 y 2019 la especie humana ha pasado de 1.600 millones de ejemplares a 7.700 millones, un salto que ha transformado nuestra relación con el planeta. Para mal. Ahora, 11.000 científicos de todo el mundo han identificado en el crecimiento demográfico mundial una de las barreras para frenar el cambio climático. Si queremos salvar la Tierra necesitamos ser menos. Extinguirnos. Aunque sólo sea parcialmente. Y controlar la población.
La carta. Se trata de una misiva publicada en BioScience que conmemora la primera Conferencia Mundial por el Clima, celebrada en Ginebra hace exactamente cuarenta años. Entonces, centenares de científicos advirtieron sobre los riesgos a largo plazo de seguir emitiendo CO2. La carta de 2019 es más contundente. Recopila más de 11.000 firmas y enumera seis vectores principales que nos conducen al abismo: la política energética, los agentes contaminantes, el deterioro de la naturaleza, nuestros usos alimenticios, el modelo económico y, de forma crucial, la cuestión demográfica.
¿Por qué? Porque la humanidad crece a un ritmo sostenido de 80 millones de seres humanos al año, unas 200.000 personas al día. Cifras difícilmente compatibles con una reducción del consumo a todos los niveles. "El crecimiento económico y poblacional se cuentan entre los factores más importantes de aumento del CO2", explican. Necesitamos coger menos aviones, conducir menos, comprar menos ropa, reducir nuestra huella alimentaria y comprar menos plásticos. Son ideas loables. Pero imposibles si seguimos reproduciéndonos como de costumbre.
Soluciones. Ser menos. Reducir nuestro crecimiento vegetativo. Para lograrlo, la carta plantea algunas soluciones. "La población mundial debe ser estabilizada, e, idealmente, gradualmente reducida, dentro de un esquema que asegure la integridad social", argumenta. Los firmantes suscriben "políticas efectivas" que "fortalezcan" los derechos humanos al tiempo que reduzcan la fertilidad. "Estas políticas pasan por habilitar servicios de planificación familiar de todo el mundo" y por reducir las barreras de entrada a la educación para las mujeres.
O sea, la igualdad de género. En la escuela y en el trabajo. Es algo que ya está sucediendo en los países en desarrollo. Una "revolución fértil" en la que zonas de África o Asia transitan hacia un modelo demográfico menos boyante. Según la carta, buenas noticias.
Europa, modelo. Sabemos que la incorporación de la mujer al entorno laboral es el principal vector de decrecimiento poblacional. Europa y Japón son la prueba viviente de ello. La decadencia demográfica del viejo continente sería así un modelo a futuro para el resto de la humanidad, una paradoja si pensamos en los quebraderos de cabeza que el envejecimiento poblacional provoca en los gobiernos europeos. La misiva, eso sí, no piensa tanto en materia socio-política como en materia medioambiental. Se trata de un choque de prioridades.
Más ideas. No resulta muy sorprendente. La "sobrepoblación" lleva siendo objeto de debate décadas, así como el "peak child", el punto en el que dejaremos de tener hijos, aún una fantasía futurista. La reducción demográfica tampoco es la única medida que esboza la carta. Propone dejar de extraer y consumir combustibles fósiles; implementar ambiciosos programas de reforestación; incentivar una dieta vegetariana reduciendo al mínimo la compra de carne; y virar el foco de la economía, pasando del crecimiento del PIB a la sostenibilidad y la reducción de la desigualdad.
Todo ello requiere de complejos equilibrios políticos en los que sociedades pobres y en crecimiento deben renunciar a parte de sus avances, demográficos incluidos, por el bien del planeta. Un sacrificio grande. Y que el mundo, por el momento, no está acometiendo.
Imagen: Mauro Mora