Aviso: una versión anterior de este artículo se publicó en 2016.
La creatividad del ser humano parece ilimitada, tanto para lo bueno como para lo malo. Los avances que nos han llevado hasta donde estamos no ocultan que también hemos utilizado ese talento para ámbitos mucho menos benevolentes. Crear armas de destrucción lo más poderosas posibles ha sido una constante de la historia de la humanidad, y nuestro talento para hacer la puñeta al personal parece haber sido especialmente espectacular.
Es lo que demuestran algunas de las ideas más increíbles que contribuyeron a acabar con nuestros semejantes. Armas y sistemas horribles en esencia, pero maravillosamente ingeniosas en su concepción. No hablamos si quiera de los avances armamentísticos del siglo XX o el recién iniciado siglo XXI. Nos remotamos a una época en la que parecíamos mucho más limitados en recursos, pero durante la cual se idearon formas de matar de las que cualquier sanguinario estaría orgulloso.
Una edad media de lo más creativa
En la era medieval la gente tenía muy mala baba. La religión dominaba el panorama creativo, así que lo de apoyar la ciencia era algo problemático a no ser que uno usara su ingenio para poder acabar con los enemigos de la fe, sea esta cual fuera.
En ese vídeo nos hablan de algunos ejemplos llamativos. Uno de ellos nos sitúa a principios del siglo XIV, con un rey Eduardo I que sitió el célebre castillo de Stirling —sí, el de 'Braveheart'—. Aquella fortaleza estaba resistiendo bastante bien el asedio con aquellos fundíbulos (una especie de catapulta) de tamaño estándar, pero al rey (o a alguien cercano que no logró pasar a la historia) se le ocurrió una idea curiosa: construir el "megafundíbulo".
El llamado "Warwolf" se convirtió en algo temible. Tanto que cuando los que defendían el castillo vieron lo que estaban construyendo los carpinteros reales trataron de rendirse. Eduardo I no aceptó la rendición, claro. "Ya que lo hemos construido, habrá que probarlo". Lo que los fundíbulos normalitos no habían logrado lo logró aquel monstruo de la mecánica medieval, que lanzaba piedras de más de 100 kilos y provocaba un nivel de destrucción absurdo para la época.
Otra de las armas que han pasado a la historia es el célebre "fuego griego", que a pesar de su nombre no fue inventado por los griegos, sino por el imperio bizantino. Aquella sustancia, que es algo así como una precursora del moderno napalm, lograba actuar incluso en el agua, y de hecho fue una poderosa aliada en los combates por mar, con naves que incluso tenían una especie de "lanzallamas" que atacaba a otras embarcaciones.
Otra de las armas que pasarían a la historia fue utilizada por Santa Olga de Kiev, que de Santa tenía poco. Al menos para sus enemigos, los Drevlianos, a los que masacró con un método singular. En uno de los enfrentamientos acabaron pidiendo misericordia y ofreciendo un pago con miel y pieles. Olga pidió tres palomas y tres gorriones de cada casa, y al recibirlos los utilizó atando un trozo de azufre y pequeños trozos de tela. Al volver a sus nidos, esos componentes lograron prender fuego y de repente toda la aldea estaba ardiendo al mismo tiempo.
Armas para todos los gustos y situaciones
Esos ejemplos se combinan con muchos otros en los que se muestran todo tipo de armas medievales que servían para tratar de tener ventajas competitivas en los enfrentamientos bélicos. Los luceros de alba solo tenían de poético el nombre, pero esa variación de la maza también era acompañada de espadas con mecanismos rompe-espadas, de dagas de las que de repente aparecían dos filos adicionales, o de los citados fundíbulos, desde los que no solo se lanzaban piedras: se lanzaban partes de animales muertos como anticipo de la guerra química: para propagar enfermedades.
Las carrozas con ruedas de las que salían filos que destrozaban a las tropas a pie o a caballo tampoco fueron mal invento, como las evoluciones de las populares ballestas: las arbalestas tenían un mecanismo de polea tan poderoso que era posible acertar objetivos a medio kilómetro, y su efecto era tal que tomaron fama de ser armas innobles por poder matar a los caballeros que habían entrenado toda su vida para ello con un solo tiro a una distancia casi imposible.
De hecho acabaron prohibiéndose en las guerras entre católicos y cristianos en el II Concilio de Letrán. Eso sí: si uno quería usarla en la guerra santa contra los sarracenos en las cruzadas, podía hacerlo con la bendición de la Iglesia. Faltaría más. A los herejes, ni pan ni agua. Las modernas minas antitanque y antipersona tenían su versión medieval en los abrojos, que acababan obstruyendo el avance de caballos camellos e incluso elefantes de guerra. Ese mecanismo ha perdurado aún en nuestros días, y los abrojos se siguen utilizando como método para detener vehículos en controles policiales, por ejemplo.
Mucho más famoso es el aceite hirviendo que servía para defender los asaltos a los castillos, y que era bastante más puñetero que el agua hirviendo. En esos asaltos se usaban los arietes para tirar abajo los portones de los castillos, y algo similar ocurría en la mar: en el sitio de Amberes de 1584-1485 del siglo XVI los holandeses aprovecharon la idea de un italiano llamado Federico Giambelli que se enfadó con España y puso al servicio del enemigo su ingenio.
El resultado: unos barcos que tenían una torreta hecha de piedras y ladrillos con objetos que funcionaban como metralla y que estaban llenos también de pólvora.
Estos barcos-mina lograron matar a un centenar de soldados españoles, que tuvieron que reaccionar construyendo contradiques para defenderse de estos buques. Al final los españoles acabarían entrando en Amberes e hicieron realidad aquella célebre frase: pusieron una pica en Flandes.
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