China ha puesto fin a la medida que durante tres décadas ha definido su pirámide demográfica: la política del hijo único. Oficialmente, las familias chinas podrán volver a engendrar más de un vástago. Extraoficialmente, la situación se había relajado durante los últimos años. La decisión del gobierno chino acaba con treinta años de ingeniería social en la que China ha pasado de ser una potencia demográfica a un país envejecido y, en términos poblacionales, decadente.
¿Por qué ahora? Para entender las razones que han llevado a China a acabar con la icónica medida, es importante saber de dónde surgió en primer lugar, a qué motivos obedecía, y qué ha cambiado tanto en el país para que tener más de un hijo vuelva a ser una posibilidad para millones de chinos.
¿Pero tanta gente vivía en China?
Sí. Pese a que nuestros libros de historia tiendan a soslayar la importancia de China en el mundo antiguo, la costa pacífica del continente asiático vio florecer algunas de las civilizaciones más dinámicas del mundo. En algunos momentos de la historia, la suma de China y la India resultaba en el 60% de la población mundial. Su dimensión demográfica era gigantesca. A nivel histórico, tanto China como la India habían tenido un enorme peso económico y poblacional. Lo primero cambió en el siglo XIX: lo segundo no. China continuó siendo un país superpoblado, pero pobre.
¿Por qué tenía tanta población?
Por la fertilidad de sus tierras. El sur de China es atravesado por diversos ríos de gran caudal que permitieron durante siglos la explotación agraria de millones de hectáreas. A partir de ellos se cultivaron los cereales, el arroz y la soja, permitiendo el desarrollo económico y un incomparable crecimiento poblacional. Su posición geográfica y la unidad política, con sus peros, en la que ha pervivido históricamente se confabularon para permitir su despegue geográfico.
A principios de siglo XX, alrededor de 400 millones de personas habitaban China. Estados Unidos, contando más o menos con el mismo territorio, a duras penas llegaba a los 100 millones.
¿Cuándo se instaura la política de hijo único?
En 1979. Durante las décadas anteriores, las autoridades comunistas habían promovido la natalidad. El país, no en vano, había sufrido dos golpes demográficos relevantes: la Segunda Guerra Mundial y el Gran Salto Adelante, en los que perdieron la vida millones y millones de personas. Sin embargo, a finales de los 70, el crecimiento poblacional no estaba aún acompasado por el crecimiento económico. Había menos recursos que personas. Se necesitaba poner freno a los nacimientos.
Como resultado, en 1979 entró en vigor la política de hijo único. No afectó y no ha afectado nunca al 100% de la población, sino a la etnia mayoritaria Han (un tercio de la población total de China). En caso de que el primer vástago no fuera varón, algunas minorías podían tener otro hijo.
¿Qué efectos ha tenido la política de hijo único?
El esperable: la tasa de natalidad del país ha decrecido de forma paulatina y constante durante las tres últimas décadas. El gobierno chino logró controlar el crecimiento de su población, pero el despegue económico de la década de los noventa y del nuevo siglo revertió el problema: se pasó de tener mucha población y muy joven a no tanta población, en términos posibles, y más envejecida. Sólo hace falta mirar cualquier curva demográfica china, o cualquier pirámide poblacional: en un breve lapso de tiempo, China ha pasado a contar con un régimen demográfico desarrollado.
¿Vive menos gente ahora en China?
No. La población china ha seguido creciendo durante los últimos treinta años. A día de hoy, China, es el país del mundo más habitado (alrededor de 1.300 millones de personas; la India aún está lejos). La política de hijo único tenía por objeto ralentizar la tendencia ascendente, en ningún caso cercenarla (porque hubiera sido imposible, pese a tratarse de un régimen autoritario como el chino). China es aún un país en muchos sentidos pobre, y su régimen demográfico así lo había reflejado: pese a la política, su tasa de natalidad siempre había mucho más alta que la de Europa.
Eso ha cambiado en los últimos años. La tasa de fertilidad china (1,66) nos es muy familiar.
¿Cuándo comenzará a perder población?
Dentro de poco. La política de Pekín, el desarrollo económico y el surgimiento de una cada vez más relevante clase media en el país ha generado el mismo resultado que, hace un siglo, en los países desarrollados: la gente ha comenzado a tener muchos, muchos menos hijos. Su crecimiento demográfico está ya al nivel de cualquier nación europea en plena decadencia demográfica. Eso sí: no ha alcanzado su pico. Según Naciones Unidas, eso sucederá en quince años (1.415 millones). A partir de entonces, inexorable declive: para 2100, China contaría con 1.000 millones de habitantes.
Más o menos, su población a principios de los 80, cuando comenzó la política de hijo único. Mientras tanto, India o Nigeria continuarán creciendo. Los primeros desbancarán a los chinos como los más numerosos del mundo dentro de no mucho, llegando a los 1.700 millones de habitantes en 2050.
¿Por esto qué es un problema?
Hay quien considera que China podría estar afrontando sus últimos veinte, treinta años de hegemonía económica y demográfica mundial. Su PIB hace tiempo que dejó de crecer por encima de niveles del 10%, y se ha estabilizado en torno a cifras más modestas (en torno al 7%, aún muy superiores a las europeas, en todo caso). Las previsiones del Banco Mundial inciden en la misma línea: la economía china crecerá cada vez menos. Signo de que su sociedad alcanza un desarrollo óptimo.
A nivel geoestragégico, la lectura es clara: si China quiere imponer su autoridad militar y política en el Sudeste asiático, deberá hacerlo en ese plazo de tiempo. Después es posible que ya sea demasiado tarde. A nivel económico, la estabilización es importante en el corto plazo, pero las nefastas previsiones demográficas arrojan sobre China las mismas dudas e incertidumbres que sobre los países europeos. ¿Se resentirá de forma notoria el crecimiento económico? ¿Qué sucederá con las pensiones? Preguntas que no apuntan a una potencia boyante, y sí a un país desarrollado y viejo.
Al final, se reduce a este gráfico: ¿cuánta gente va haber disponible en China para trabajar? Mucha menos que en la actualidad. ¿Cómo van a crear tanta riqueza que sus generaciones anteriores, mucho más numerosa? Es una incógnita que, como es lógico, preocupa a las autoridades chinas.
China ha hipotecado su futuro demográfico y medioambiental en aras de un crecimiento impresionante y sin parangón en la historia, pero ahora se enfrenta a las facturas de su modelo. El fin de la política de hijo único se enmarca dentro de un país que afronta nuevos y complejos retos.
Imagen | James Kim