De entre los muchos factores que contribuyen a mejorar o empeorar la calidad de nuestro sueño, el trabajo es uno de los más determinantes. O más bien, la ausencia de él. Es cierto que millones de trabajadores arrastran el estrés de sus responsabilidades a la cama, pero también lo es que la seguridad de un sueldo fijo a final de mes contribuye, y mucho, a nuestro descanso. Un nuevo estudio (PDF) ilustra hasta qué punto el desempleo nos quita literalmente el sueño.
Trabajar, dormir. A partir de más de dos millones y medio de encuestas elaboradas durante los últimos trece años por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, los autores hallaron un patrón persistente. Aquellas personas en situación de desempleo (de corta y larga duración) o incapacitadas para el trabajo dormían peor. O bien disfrutaban de muchas menos horas de descanso que los trabajadores... O bien sufrían de demasiadas horas de sueño.
En porcentajes. Algunos datos ilustran el fenómeno. La mayor parte de las personas empleadas (un 83%) suelen dormir entre 6 y 8 horas al día, la cantidad tradicionalmente recomendada. Entre los desempleados de larga duración el porcentaje se reduce al 72%, mientras que entre los incapacitados para trabajar desciende al 56%. Hasta el 14% de los desempleados y el 28% de los no empleados descansa menos de 5 horas al día, frente al 11% de los trabajadores.
Estar en paro y dormir poco son fenómenos que van de la mano. Pero también dormir mucho, consecuencia, en gran medida, del consumo de anti-depresivos y ansiolíticos. Hasta el 9% de los incapacitados para el trabajo y el 5,5% de los desempleados (de corta y larga duración) duermen más de 10 horas al día, frente al 3,5% de la población general.
Causas. Es un problema de extremos. Y también un círculo vicioso. Dormir demasiado poco (o demasiado) tiene un impacto directo en nuestra estabilidad mental y emocional, lo que a su vez dificulta nuestras posibilidades de encontrar trabajo. Sólo contar con un patrón de sueño distinto a los ritmos habituales de la vida laboral (los latesleepers) dispara hasta en un 10% el riesgo de fallecimiento temprano por cuestiones de salud (cardiovasculares, diabetes o respiratoria).
Como desarrollaban nuestros compañeros de Xataka a principios de este año, el mero hecho de reducir en una hora nuestro tiempo de sueño dificulta "la concentración y entorpece la toma de decisiones y la asunción de riesgos". La falta de sueño altera nuestro ánimo, nos hace más propensos a la depresión y puede promover la aparición de enfermedades neurológicas o metabólicas. Es una cuestión de salud.
Cómo dormimos. A las puertas de una recesión histórica en la que millones de personas pueden perder su trabajo, la calidad (y la cantidad) del sueño se convierte en una cuestión crucial. El impacto del coronavirus y del confinamiento en nuestros patrones de descanso es aún incierto, pero tenemos algunas pistas. Los trabajadores en remoto que anteriormente lo hacían en oficina empezaron a dormir peor, fruto de largas horas frente a la pantalla, lo que repercutió directamente en su peso.
Otros estudios aún superficiales han apuntado hacia un aumento y un descenso de las horas de sueño. Sí sabemos que miles de personas han confesado tener sueños más extraños durante la epidemia, y que hay una explicación científica para ello.
Correlación. Al margen de las circunstancias concretas de los últimos meses, la relación entre nuestro trabajo (o ausencia de él) y la calidad de nuestro sueño es bastante amplia. En general, cuanta mayor regularidad dotemos a nuestras horas de descanso mejor. Incluso entre los trabajadores, dormir poco (y mal) es un fenómeno relativamente habitual, compensado con largas jornadas de reposo durante los fines de semana. Una práctica que, como vimos, tampoco es muy recomendable.
Imagen: Andrea Piacquadio/Pexels