"Las amenazas de Corea del Norte serán respondidas con un fuego y una furia como jamás se hayan visto". Tan tranquilizadoras palabras pertenecen al presidente de los Estados Unidos de América, Donald J. Trump, hombre en cuyo poder irrevocable descansan los códigos de lanzamiento del mayor arsenal nuclear del mundo.
Trump parece empeñado en empeñar su credibilidad a la figura del "hombre fuerte" que responde con tesón y sin miramientos a las amenazas externas. La última proviene de otro hombre fuerte con el que comparte, err, algunas similitudes: Kim Jong-Un, cuyo gobierno ha hecho esta semana explícitas amenazas sobre la isla de Guam.
Guam es un pequeño territorio asociado a Estados Unidos ubicado en medio de la nada del Pacífico, un remanente cuasi-colonial de la Segunda Guerra Mundial al que ahora Corea del Norte ha decidido poner en jaque. No de forma directa, pero sí verbal: según un portavoz del ejército norcoreano, el país (esto es, Kim Jong-Un) está estudiando "detalladamente" atacar Guam, creando una suerte de círculo de fuego sobre ella.
El territorio sirve como una importante base naval de Estados Unidos, lo que redobla su importancia simbólica y estratégica. Y aunque ni los responsables del ejército norteamericano ni los representantes de Guam han elevado el nivel de alerta, lo que hace dudar del carácter real de la amenaza norcoreana, Trump ha optado por tomar la vereda más recta hacia la escalada nuclear.
"Él (Kim Jong-Un) ha sido amenazante más allá de lo normal. Sus amenazas serán respondidas con fuego, furia y un poder francamente como el mundo jamás ha visto antes", explicó ayer de madrugada. La respuesta de Trump ha sido recibida con tremenda alerta en Washington: la mera idea de que el presidente tantee seriamente emplear armas nucleares rompe con décadas de tradición política en la Casa Blanca.
Históricamente, el poder nuclear estadounidense ha sido disuasorio. Su razón de ser ha rotado siempre en torno a la no utilización: la sombra de la duda, la amenaza encubierta, el mero hecho de que existieran servía para desescalar conflictos. Utilizarlas las eliminaba del tablero como herramienta de negociación, y colocaba al mundo al borde del desastre. El mundo sabía que EEUU tenía misiles nucleares, pero también que no iba a utilizarlos.
Las palabras de Trump, cuyas preguntas sobre la utilidad de tener armas nucleares ya alarmaron a los asesores militares durante la campaña electoral, ponen otro rumbo: tenemos armas y estamos dispuestas a utilizarlas. Lo cual es un problema, porque llegado el momento, Estados Unidos tendrá que responder a esa amenaza. ¿Qué pasa si Corea del Norte ataca Guam y EEUU no actúa tal y como ha dicho?
O peor aún, ¿qué impide a otras potencias nucleares utilizar su arsenal si Estados Unidos ya lo ha hecho?
Utilizando la amenaza nuclear, Trump (que siempre tiene la última palabra sobre el lanzamiento de los códigos nucleares) coloca a su administración entre una espada y una pared cuya voladura tendría consecuencias históricas. De modo que, ante una acción nuclear más real que nunca en los últimos cuarenta años, repasemos cómo Trump podría destruir el mundo si quisiera (y por qué nadie podría impedírselo).
El complejo proceso de lanzamiento nuclear, paso a paso
Tres cuestiones previas a tener en cuenta: a) el presidente es el único que puede autorizar un lanzamiento nuclear, no importa el contexto; b) un ayudante del presidente siempre viaja con él con un maletín donde se guardan los códigos nucleares, de tal modo que pueda responder y confirmar la respuesta/ataque en cualquier lugar o situación; c) Estados Unidos tiene unas 4.000 cabezas nucleares.
Para añadir de mayor fidelidad al proceso, la narración se acompañará con gifs del único episodio histórico comparable a la presidencia de Donald Trump: Teléfono Rojo. La mayor parte de información que sigue sale de este artículo de Bloomberg.
Paso 1: el presidente plantea atacar cualquier punto del planeta con armas nucleares. Es el paso más importante, naturalmente: no sólo es la única figura política o militar autorizada para iniciar un ataque nuclear, sino que no hay contrapesos. Nadie puede frenar el proceso una vez iniciado.
Paso 2: el presidente debe consultar su decisión con un reducido grupo de altos cargos políticos, asesores y mandos militares, reunido en el Pentágono. Su labor es de asesoría, y la decisión final siempre corresponderá al presidente. En la sala estará presente director de operaciones del Pentágono, al frente del National Military Command Center (la célebre "war room"), enlace directo con el ejército.
El objetivo: agilizar el proceso para preparar los lanzamientos lo más rápidamente posible.
Paso 3: el presidente, tras deliberación con sus asesores, decide atacar. El tiempo de reunión puede ser indefinido, pero tan rápido como apenas medio minuto (casos extremos en los que una nación enemiga ya hubiera lanzado sus misiles nucleares). La velocidad de reacción es esencial, pero también un riesgo en caso de que la información sea difusa (como ha sucedido en alguna crítica ocasión).
Paso 4: los códigos entran en juego. La persona de mayor rango en el Pentágono debe verificar que la persona al otro lado de la línea es el presidente. ¿Cómo lo hace? Le lanza unos códigos que el presidente debe emparejar (al modo de las antiguas tarjetas de firma de los bancos). Suelen ser iniciales militares (Yankee, Hotel, Foxtrot).
Estos códigos son los célebremente transportados por un ayudante militar allá a donde viaje el presidente. Para darle un toque yankee al asunto, el maletín fue bautizado como "football".
Paso 5: la "war room" envía un mensaje cifrado de unos 150 caracteres (el destino del mundo cabe en un tuit) a todos los operativos militares responsables de activar el lanzamiento. El mensaje incluye qué misiles deben lanzarse, a dónde, a qué hora y el código de desbloqueo, vital para que el arsenal pueda ser utilizado. Es un proceso muy rápido. Llegados aquí, todos los pasos pueden haber tomado apenas tres minutos.
Paso 6: ahora el proceso queda en manos de los operativos militares y de la base ICBM. Con los mensajes cifrados en la mano, los responsables de activarlos deben obtener los códigos del Sistema Sellado de Autentificación (SAS) para desbloquear el arsenal nuclear. Si los códigos del SAS coinciden con los recibidos en el mensaje cifrado del Pentágono, la operación sigue.
Paso 7: hay dos formas de lanzar misiles nucleares, vía submarino o vía instalaciones terrestres. Ambos tienen procesos distintos. El submarino elegido necesita de la confirmación de al menos dos de los oficiales de mayor rango a bordo (se mantiene durante toda la cadena de mando). El código de lanzamiento incluye una clave para desbloquear el misil en cuestión.
En el caso de las instalaciones terrestres, los grupos especializados (ICBM) en balística deben contrastar los códigos SAS con el obtenido por el Pentágono para desbloquear los misiles (los célebres Minuteman, entre otros). A lo largo de todo el proceso, el contraste de códigos para verificar que la orden es correcta es permanente. El objetivo es evitar malentendidos y que las decisiones nunca puedan ser tomadas de forma unilateral.
Paso 8: fin del mundo. Todo lo anterior, en función de la urgencia, puede durar menos de 15 minutos. Desde que un presidente, digamos Trump, toma la orden hasta que el primer misil sale disparado de uno de los submarinos en el Pacífico el periodo de tiempo se puede reducir a un cuarto de hora. Un triste cuarto de hora en el que el destino del mundo puede cambiar para siempre.
¡Fiesta!