Siento decepcionar a todos: ni tengo 150 años, ni odio la tecnología. Es más, me apasiona la tecnología, la ciencia y la innovación. Y aún así (o, precisamente, por eso) me reafirmo en el titular: el detox digital, desconectar de vez en cuando de las nuevas tecnologías, es una buena idea.
No porque la tecnología nos esté alejando de quien somos, ni porque esté destruyendo la civilización occidental. Sino porque aprender a estar sin la tecnología** nos da herramientas para trabajar mejor con (y sin) ella**. Nos hace recuperar parte del control que (en algunos casos) hemos perdido.
El problema del control digital
No creo que a nade le sorprenda la historia: un instituto de secundaria (en este caso el Stroud en Gloucertershire, Inglaterra) decide que se acabaron los smartphones, las tabletas y los relojes inteligente en clase. Y, claro, boom. Alumnos en contra, padres divididos, titulares sensacionalistas.
Sobre todo, porque el caso de Stroud era un poco diferente: la idea de restringir las nuevas tecnologías no surgía de chavales mandándose whatsapps en clase, ni de gente grabando vídeos violentos o comprometidos (que también).
Sino que el problema que hizo saltar todas las alarmas fue que, según habían descubierto, un número cada vez mayor de chicas estaban obsesionadas con contar pasos y contar calorías. Las pulseras cuantificadoras se habían convertido en "una obsesión" y saltarse comidas se había convertido en algo cada vez más común.
A principio de año, los profesores del instituto llevaron a cabo una encuesta y descubrieron que a más de la mitad de adolescentes entre 11 y 14 años les gustaría tener más control de su uso en las redes sociales. Esa fue la puntilla.
El resultado fue una semana de desintoxicación digital en la que participaron más de 400 estudiantes y profesores del centro. Suena rimbombante, pero sencillamente se trató de dejar los cacharros en casa. Los resultados son una incógnita aún, pero el instituto ya ha extendido la medida a todo el curso siguiente.
¿Es una forma de solucionarlo?
"Ellos quieren más control y no saben cómo hacerlo. Tenemos que tratar de ayudarlos", declaró el consejo escolar cuando el caso se hizo viral en Reino Unido. Pero, sinceramente, no me acaba de cuadrar. Es una declaración un poco confusa.
En términos generales, no se me ocurre ninguna razón para hacer esto que no sean la tecnofobia (pensar que las nuevas tecnologías son el MAL en almíbar) o el reconocimiento de la incapacidad de la escuela para trabajar este problema. Y la verdad es que, en este caso, parecen razonables ambas.
¿De verdad prohibir los cacharros digitales en clase es una forma de afrontar el problema del control? ¿No puede ser sencillamente una forma de desplazar el conflicto a otros ámbitos? Yo apuesto a un enorme sí, pero, ya digo, es una sencilla apuesta.
Y, sinceramente, es una pena. Porque el 'detox digital' si tiene un papel en nuestra vida psicológica y saber aprovecharlo es algo interesantísimo. A lo largo de estos años, la neurociencia cognitiva se ha dado cuenta de que de una forma u otra el mundo digital afecta a la forma en que funcionan procesos psicológicos básicos.
Cosas tan sencillas como la presencia de un hipervínculo en un texto produce un impacto en nuestra capacidad de concentración. Aunque no lo usemos. De la misma forma, tener el móvil en el bolsillo también consume recursos atencionales. Aunque no estemos (ni esperemos) recibir nada. No es algo malo, per se. El mundo ha cambiado y nuestra adaptación psicológica a él, también.
Sin embargo, si somos conscientes de este tipo de cosas, podremos jugar con ellas cuando necesitemos mejorar nuestra concentración. Porque sí, hay veces que es mejor tener el móvil lejos, leer en papel (y en texto plano) o estudiar en un ambiente parecido al que nos van a examinar.
"Pero, Javi, yo me encuentro mejor con el teléfono cerca"
Yo también. Y ese es, en realidad, todo el problema que tenemos. Sabemos que, objetivamente hablando, hay tareas que haríamos mejor en un ambiente puramente analógico, pero lo obviamos porque aislarnos de lo digital nos genera una ansiedad de baja intensidad que nos 'impide' dejarlo.
Pero no porque sea una adición (spoiler: no lo es), sino porque preferimos no hacerlo. Ahí es donde juega un papel importante el 'detox' digital y sí, la educación. Dar a los ciudadanos las herramientas necesarias para poder hacer un uso óptimo de las nuevas tecnologías es uno de los grandes temas de nuestro tiempo. Tenemos que hacerlo, además, sin caer en la tecnofobia
En el fondo, la analogía del 'detox' tiene algún sentido si lo hacemos para desarrollar esas herramientas; si usamos esa desintoxicación para tomarnos un respiro y volver a nuestros hábitos, nos sirve de nada. No debemos olvidar que lo revolucionario de los ordenadores no es que piensen por nosotros, sino con nosotros. Y para eso somos nosotros los que debemos llevar las riendas de la relación.
Imagen | Aaron Burden/Unsplash