Antes de que la prensa le perdiera la pista en el Buenos Aires de principios del siglo XX, Elisa encadenó al menos cuatro vidas, cuatro existencias, con sus nombres, apariencias y periplos propios. Durante los años que usó su nombre de cuna ejerció de profesora rural. Más tarde, como Mario, se convirtió en un dandi de acento inglés que empalmaba un cigarro tras otro y se atusaba un esbozo de bigote rubio. Cuando poco después se transformó en Pepe se fundió con la dinámica sociedad portuense.
Y al cabo de un tiempo, tras presentarse al mundo como María, lo hizo en calidad de esposa de un anciano argentino. Elisa, Mario, Pepe y María siempre fueron sin embargo la misma persona. Con bigote o sin él, con pantalones o vestida con toquilla y una pudorosa falda hasta los tobillos, a lo largo de su vida camaleónica Elisa mantuvo un mismo eje que da unidad a sus cuatro existencias: el amor por Marcela.
Elisa Sánchez Lóriga y Marcela Gracias Ibeas coincidieron por primera vez hacia 1885 en la Escuela Normal Superior de Maestras de A Coruña, donde ambas estudiaban para ejercer como profesoras. Elisa era huérfana de padre. Marcela, miembro de una familia de la burguesía herculina con abolengo militar. Cuando se conocieron la primera tenía 23 años, la segunda 18. A pesar de esas diferencias, trabaron una amistad que con el paso del tiempo devino en romance. Lo que tenían en común era justamente lo que hacía imposible su relación: ambas eran mujeres.
Al sospechar lo que ocurría en la Escuela Normal, la familia de Marcela le preparó las maletas y la envió a Madrid. Hay relatos que sostienen que le compraron un pasaje con destino a algún país extranjero. El objetivo de sus padres en cualquier caso era el mismo: poner kilómetros entre ambas jóvenes. La distancia sin embargo (como demostrarían ambas con el tiempo) de poco servía para enfriar su romance. Su principal enemigo no eran las horas de travesía, sino los perjuicios de la encorsetada España de finales del siglo XIX y principios del XX.
Cuatro meses después los caminos de la pareja volvieron a cruzarse. El destino las puso en dos puntos del rural gallego: Elisa logró una plaza como maestra en la parroquia de Calo; Marcela, en una escuela de Dumbría. Ambos lugares estaban en la provincia de A Coruña, separados por un paseo de horas.
Arrancaba entonces la primera de las vidas que encadenaría Elisa hasta que décadas más tarde las brumas de la historia se la tragaron sin dejar rastro en un puerto de la otra orilla del Atlántico. Estos son los cuatro eslabones de un periplo de cine que ya ha inspirado la próxima película de Isabel Coixet.
Capítulo uno: Elisa, la maestra
Entre Dumbría y la parroquia de Calo, en Vimianzo, distan algo más de 17 kilómetros. A pie se tarda en cubrir el trecho de un punto a otro tres horas y media. En 1900 los vecinos de la comarca de Soneira veían desfilar a diario por el camino a una joven maestra. Por las mañanas partía de Dumbría rumbo a Calo, donde daba clases a cambio de lo poco (casi siempre en especies) que podían pagarle los padres. A última hora desandaba sus pasos hasta su casa en la villa finisterrana.
Allí la esperaba Marcela. Durante cerca de diez años las dos jóvenes vivieron juntas sin levantar sospechas sobre el romance que mantenían en secreto. El frugal modo de vida de los maestros hacía más que compresible que compartieran gastos. Nadie se escandalizó. Nadie pensó que pudiesen ser pareja.
Aquella intimidad proscrita a los muros de la casa que compartían en Dumbría sin embargo sabía a poco a ambas mujeres. Quizás Marcela y Elisa hubieran podido prolongar su amor furtivo durante años, pero el peaje que debían pagar era alto: no presentarse jamás como novias, no demostrar sus afectos en público bajo ningún concepto, enterrar su amor al abrigo de las sombras de su cuarto, el estigma de la soltería... Hacia 1900 decidieron saltarse aquel peaje e ir un poco más allá.
Elisa se hizo a un lado. Y apareció Mario.
Capítulo dos: Mario, el dandi inglés
Víctor Cortiella, sacerdote y rector de San Jorge, no podía estar más satisfecho con el relato del joven delgado, elegante y de voz aflautada que llamó a su puerta una mañana de 1901. Tras presentarse como Mario, el desconocido le explicó que había vivido desde niño en Inglaterra (a donde se había marchado con su padre) y que tras años entre protestantes estaba decidido a abrazar el catolicismo. No tenía papeles, pero su intención era instalarse en la casa de su hermana: la maestra Elisa.
Cortiella no se lo pensó dos veces. Creyó la historia y le anunció a Mario que lo bautizaría encantadísimo. Poco después de la ceremonia, el rector de San Jorge recibió la segunda buena noticia que le traía aquel inglés espigado que llevaba un ridículo bigote rubio y encendía un cigarro con la colilla del anterior: se había enamorado de Marcela, la compañera de su hermana, y pretendía casarse con ella.
Por segunda vez el sacerdote no puso reparos. Al poco de despuntar el 8 de junio de 1901 (a las siete y media de la mañana) la pareja se arrodilló ante él en la iglesia para recibir el sacramento del matrimonio. Cortiella no lo sabía, pero estaba oficiando el primer enlace católico conocido en España de una pareja lesbiana. Aún faltaba un siglo para que el Gobierno autorizase las bodas civiles entre homosexuales.
A la ceremonia no acudió Elisa. Según explicaron los recién casados al rector y a quienes se interesaron por ella, la maestra de Calo no aceptaba la relación de Mario y Marcela y había decidido abandonar Galicia. Mientras la pareja se daba el sí quiero en la iglesia (aseguraron los tortolitos) Elisa viajaba rumbo a La Habana, donde pretendía empezar de cero.
El día del enlace fue tan feliz como cabría esperar. Mario y Marcela se sacaron un retrato en el estudio del fotógrafo José Sellier, tomaron chocolate, se fueron de compras... La prensa de la época recoge que la novia "vestía un traje muy elegante", con mantilla sujeta por un ramo de azahar. Él estrenaba un traje elegante, con cadena de oro y peinado "achulapado".
Las sospechas sin embargo no tardaron en aparecer como nubarrones en el horizonte. El aspecto de Mario, su parecido con Elisa, la súbita desaparición de la maestra de Calo... Un día Cortiella se encontró con una carta sobre la mesa de su rectoría. En ella un denunciante anónimo le confesaba sus sospechas: Mario en realidad era Elisa travestida.
El sacerdote exigió explicaciones inmediatas al recién casado. "En mi niñez he vestido faldas; pero notando que me sentía más hombre que mujer consulté en el extranjero y un médico me dijo que era hermafrodita y podía optar por el sexo masculino, por prevalecer este en mí", se justificó el joven. El escándalo empezó a tomar forma. Solo unos días después la prensa local amanecía con titulares demoledores: "Un matrimonio sin hombres", "Un folletín en acción" o "España, país de locos". El caso generó interés en Galicia, de donde saltó al resto de España antes de cruzar la frontera. No mucho tiempo después diarios de Francia o Bélgica se hacían eco de la noticia.
Capítulo tres: Pepe, un gallego en Oporto
Los titulares sensacionalistas no solo atrajeron sobre la pareja la atención de la prensa internacional. También la situó en el centro de la diana del odio. Elisa recibió insultos, amenazas y la orden de un examen médico para aclarar su sexo. Al haber sido quien cruzó la barrera del travestismo, lo más reaccionario y casposo de la sociedad cargó su ira contra ella.
Para evitar el linchamiento la joven hizo las maletas y se mudó junto a Marcela a la vecina Oporto, donde adoptó una nueva identidad: Pepe. Hasta la urbe lusa les siguió la denuncia por falsear un documento público, cargo al que Elisa sumaba otro por el uso una identidad falsa. En tierras portuguesas la pareja se encontró sin embargo con una comprensión que no había conocido en España. Aunque las autoridades las encarcelaron en agosto de 1901, tuvieron que soltarlas al cabo de 13 días a raíz de la presión de los colectivos solidarios que las apoyaban.
Para evitar su extradición sin embargo Elisa/Mario/Pepe decidió embarcarse rumbo a Argentina. Entre las escasas muestras de respaldo que recibieron ella y Marcela en España destaca un artículo de Emilia Pardo Bazán. "Declaro que, para conseguir esta transmigración de hembra a hombre se necesita una habilidad extraordinaria, y que quien la ha realizado no es un ser vulgar", reseñaba en La Ilustración Artística.
Capítulo cuatro: María, la esposa infeliz
La primera en desembarcar en Buenos Aires fue Elisa. Meses después lo haría Marcela, quien en enero de 1902 había dado a luz una niña de padre desconocido. El origen de la pequeña ha alimentado varias teorías. Unas sostienen que la pareja quería consolidar su relación con un hijo. Otras, que Marcela se quedó embarazada cuando estaba soltera y (para evitarle el estigma social), ambas habrían decidido orquestar el matrimonio.
Lo que sí se sabe es que una vez en tierras argentinas Marcela y Elisa se emplearon durante un año como criadas. Sus salarios sin embargo eran bajos y la necesidad de mantener a la pequeña les hizo tomar la segunda decisión desesperada en cuatro años. Elisa (por entonces María) se casó con un anciano emigrante danés que le sacaba 24 años. Su objetivo estaba claro: enviudar lo antes posible para que la herencia les permitiese al fin disfrutar de la tranquilidad que perseguían desde sus años en Dumbría.
Tampoco entonces tuvieron suerte. Dos cosas hicieron sospechar al anciano. La primera, la repentina aparición de Marcela y su hija, quienes supuestamente (le explicó María) eran su hermana y sobrina. La segunda fue la rotunda negativa de la mujer a consumar el matrimonio. Harto del rechazo de su esposa y con las sospechas a flor de piel, el anciano empezó a excavar hasta que averiguó la identidad de Elisa y Marcela. Con esa información acudió al juzgado y pidió que se anulase el matrimonio.
Arrojadas a la calle, la pista de las dos jóvenes que se habían conocido años antes en la Escuela Normal de A Coruña se pierde en las brumas de la historia. Una noticia publicada por la revista Nuevo Mundo en 1909 (y rescatada por Narciso de Gabriel) aseguraba que Marcela pudo lanzarse al mar desde el puerto de Veracruz en 1909. Otras pistas apuntan a que aún residía en 1940 en Buenos Aires y que falleció tras padecer un cáncer.
Epílogo: el mito
Hoy Elisa y Marcela son un mito. Su arrojo al intentar mantener una relación lésbica en la pacata España de inicios del siglo XX las ha convertido en referentes del movimiento LGTBI.
A principios de junio el Ayuntamiento de A Coruña les dedicó una céntrica calle, situada cerca de su fachada marítima. Incluso el cine se pliega a su historia: la cineasta Isabel Coixet prepara una película basada en el periplo de las dos gallegas que estará protagonizada por las actrices Natalia de Molina y Greta Fernández y que, según los planes anunciados por Netflix, que produce la cinta, se estrenará en 2019.