Los entornos en los que hay cuotas de género son más meritocráticos que aquellos en los que no las hay

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Las cuotas. Con permiso de las denuncias falsas, el santo grial del rechazo al movimiento feminista. Este domingo es el 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, una jornada en la que reivindicar el papel de la mujer en la sociedad y el camino que queda aún para poner a punto esa igualdad efectiva que vaya más allá de lo nominal y que, en países como el nuestro, está más cercana que nunca.

Es por eso que muchos se alegrarán de saber que la idea extendidísima de que los cupos y las listas cremallera van en contra de los méritos de los sujetos… es en realidad una trampa argumental. Por contraintuitivo que nos parezca, es muy posible que a día de hoy los entornos en los que hay cuotas sean más justos que aquellos en los que no las hay.

El experimento político sueco

Un estudio muy compartido desde su lanzamiento hace tres años examina este planteamiento. Un equipo investigador analizó la evolución de la calidad de los candidatos dentro del Partido Socialdemócrata Sueco antes y después de 1993, año en el que implantaron motu propio las listas cremallera (esto es, a cada representante masculino electo le sigue otro femenino), dentro de casi 300 municipios.

¿Cómo midieron el “talento”, la competencia y la calidad de los candidatos? Como lo habitual en la política sueca es que los aspirantes mantengan su puesto en la empresa privada, y dado que, según los evaluadores, las ganancias por rentas del trabajo correlacionan con la inteligencia y la capacidad de liderazgo, hicieron un baremo en el que comparar a los sujetos, hombres y mujeres en base a sus ganancias anuales, comparando los datos de cada sujeto con aquellos de su mismo nivel educativo, edad y lugar de residencia.

En una década la proporción de mujeres sobre el total de entre sus mandatarios creció un 10%, aunque hubo grandes diferencias entre regiones, siendo algunas ya previamente igualitarias mientras que otras no lo eran. Resultado: después de la reforma, y en aquellos sitios previamente más copados por hombres, el nivel de competitividad de los candidatos masculinos incrementó en un 3% mientras que el de las candidatas no varió. Es decir, que se le había cortado el paso a los hombres menos válidos sin que por ello entrasen peores candidatas. Los progresistas llegaron a una conclusión: las cuotas habían ayudado a crear mejores servidores públicos, tanto masculinos como femeninos, para sus votantes.

Otro experimento centrado en la incorporación de cuotas de género durante las elecciones italianas entre 1993 y 1996 dio unos resultados en la misma senda. Son pruebas escasas para llegar a ninguna conclusión firme, sobre todo porque ese efecto de elevación del nivel de los candidatos podría ser algo transitorio e inmediato a la incorporación de más mujeres que se diluyese en el momento en el que la paridad estuviese más asumida.

Lo que sí tenemos son otros estudios que reflejan que un mayor número de representantes femeninas facilita que se persigan propuestas políticas importantes para la ciudadanía pero a las que los representantes previos no estaban prestando atención. Un mayor liderazgo femenino también correlaciona con el incremento de conductas y prácticas de dirección que repercuten positivamente en las instituciones y organizaciones, como por ejemplo, jefes menos conflictivos o que rivalizan menos con sus compañeros.

Por último, algunos estudios han apuntado que las compañías cuyos consejos de administración son más paritarios tienden a ser más rentables y tienen unos mejores resultados financieros que aquellos dominados por hombres.

La crisis de los hombres mediocres

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Así es como los investigadores escandinavos quisieron definir a este efecto. Para ellos el resultado reflejaba que las cuotas no son una amenaza para los más cualificados, sino que lo son para los ecosistemas de “amiguismos”, de intercambios de favores que se dan entre un grupo compacto de sujetos mediocres.

Los mediocres tienen incentivos para crear grupos de talento más o menos homogéneo donde no haya nadie que despunte en demasía sobre la media. Introducir cuotas, es decir, reservar plazas para un grupo ajeno, debilita sus posibilidades de mantenerse dentro de esa red, y tal vez por eso los socialdemócratas vieron que los candidatos que tendían a reportar menores índices de competencia profesional eran los más reacios a la creación de cupos femeninos.

O dicho de otra forma, que la ausencia de cuotas para mujeres pueden no ser otra cosa que una cuota no escrita para los hombres mediocres.

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