¿Cómo cambia la geografía física y humana de un país cuando descubre una fuente de recursos que transforma radicalmente su economía? Lo vimos hace poco con motivo de Noruega y el petróleo: de forma sustancial. En España vivimos, hace no tanto tiempo, un proceso parecido: los recursos derivados de la burbuja inmobiliaria moldearon nuestras ciudades y nuestras costas, cambiando nuestro paisaje urbano y dejando atrás un mundo que sólo pervive en imágenes del pasado.
España, al contrario que Noruega, no se valió de recursos naturales para su despegue económico, y tampoco supo gestionar con la misma eficacia que el país nórdico la ingente cantidad de recursos adicionales creados a raíz del desarrollo inmobiliario y turístico. En cualquier caso, el impacto del ladrillo es equivalente, en términos de transformación y modernización, al del petróleo en la pequeña patria de los noruegos. Más pronunciado, incluso: aquí sí se modificaron las fisionomías típicas de los pueblos y ciudades, subordinados al interés constructor y a los beneficios políticos.
¿Cómo se manifiesta esto en imágenes comparadas? Hace poco, The Guardian realizó un excelente repaso a la costa Mediterránea, la víctima más evidente del proceso. En un lapso de cincuenta años, poblaciones como Reus o Benidorm pasaron de ser pequeñas villas pesqueras dependientes del sector primario a grandes mastodontes de aluminio y hormigón. Desde Girona hasta Málaga, el Mediterráneo fue saturado de rascacielos, complejos hoteleros y resorts. Murió en sus paredes.
Más allá de la costa, hay más ejemplos que ilustran visualmente qué sucedió en España. Quizá un modo discreto, pero presente en toda ciudad, de rastrear los efectos de la burbuja es observando los nuevos barrios de las ciudades con imágenes satelitales de ayer y de hoy. Antes campos de cultivo, hoy nuevos y modernos barrios planificados y edificios-réplica. No hace más de veinte o treinta años que grandes bolsas de población a las afueras de Madrid o Zaragoza eran campos deshabitados.
El crecimiento demográfico de las ciudades en ese periodo, sumado a las beneficiosas recalificaciones y a la potenciación de la vivienda en propiedad durante la burbuja, consiguió que los límites urbanos de nuestras capitales se expandieran. En un abrir y cerrar de ojos, el ladrillo creó nuevos distritos, alejados del centro, dependientes del vehículo privado o del transporte público, oxigenados y residenciales. Su imagen hoy es arquetípica de casi todas las ciudades españolas.
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