Cuando Cristóbal Colón puso pie en La Española en 1492 sentó las bases, quizá sin saberlo, del Imperio Colonial más grande que la humanidad habría conocido hasta entonces. Durante los siglos subsiguientes, la Monarquía Hispánica exploraría y conquistaría los vastos territorios de América del Sur, estableciendo numerosos gobiernos autónomos, explotando sus innumerables recursos y subyugando a las poblaciones indígenas que allí habitaban. Siglos más tarde, aquellos territorios, comandados por líderes criollos, obtendrían la independencia en sucesivas guerras.
Es una historia bien conocida, y una aún palpable a día de hoy: todos los países sudamericanos excepto Brasil, Guyana y Surinam cuentan el español como su lengua principal, y la herencia hispánica es indisociable de cualquier gran ciudad por debajo del estrecho de Panamá.
¿Pero qué hay de América del Norte? La huella española en los territorios más septentrionales del continente es a un tiempo muy visible y apenas perceptible. La colonización fue especialmente intensa en México uno de los virreinatos más importantes para la Corona por su potencial económico y demográfico. Su halo e influjo se extendió hasta lo que hoy conocemos como el southwest estadounidense, los estados lindantes con los actuales Estados Unidos Mexicanos. ¿Pero significa que la herencia hispana terminó allí?
No. Este mapa elaborado por Nagihuin, editor de Wikipedia, es el mejor ejemplo de ello. Una detalladísima cartografía que cubre cinco siglos de exploración y conquista colonial y que ilustra las infinitas rutas comerciales, expediciones militares y trazados marítimos que el Imperio Español emprendió a lo largo y ancho de América del Norte. Desde el vivero político y civilizatorio de Ciudad de México hasta los rincones remotos de Alaska y el Yukón. Un compendio de actividad colonial que ayuda a comprender por qué América del Norte es como es a día de hoy.
Se puede contemplar a tamaño completo aquí.
Publicado el pasado 2 de agosto, el mapa divide América del Norte en dos colores: por un lado, la América reclamada y controlada por la Monarquía Hispánica bajo la Casa de Austria (en verde), y por otro la América gestionada y gobernada desde los virreinatos borbónicos (en azul). Es una distinción importante. El alcance y el enfoque de los españoles bajo los Habsburgo fue muy distinto, por medios y ambición, al efectuado bajo los Borbones. Hay rincones de América sólo hollados por expediciones pre-borbónicas, y otros sólo reivindicados a partir del cambio de dinastía.
Un ejemplo significativo son los territorios por encima de la Línea Adams-Onís, asentada en 1819 entre el Imperio Español y Estados Unidos. Allende aquella frontera se extendía el Oregón y la costa pacífica de América del Norte. Fueron estos territorios reivindicados, reclamados y explorados en gran medida por marinos y aventureros hispanoamericanos. Gonzalo López de Haro tomaría posesión de puntos tan remotos de la geografía mundial como el Canal de Camacho, Unalga Pass, en las Islas Aleutianas. Entre 1770 y 1791, España reclamaría para sí el Territorio de Nutka, en esencia todo el oeste de lo que hoy es Canadá.
Pero hay una gran diferencia entre clavar una bandera en una porción de suelo y controlar de facto ese territorio. Nutka y la costa pacífica americana serían objeto de constantes disputas entre España, Reino Unido, Rusia y los Estados Unidos de América. No se puede decir lo mismo de las regiones más meridionales al norte del Río Grande. Entre California, Nevada, Arizona y Nuevo México extendió su control efectivo el Imperio Español durante siglos, a través de nodos comerciales y centros de poder como Santa Fe, Albuquerque o San Antonio.
Marcados en azul oscuro en el mapa, esto es, colonizados y desarrollados, son territorios donde la herencia hispánica sigue siendo hoy muy nítida. Desde sus nombres (San Francisco, Las Vegas, Los Ángeles, Colorado, San Diego) hasta sus hitos. Aventureros como García López de Cárdenas llegarían al Gran Cañón tan pronto como en el siglo XVI, y las misiones de distinto carácter se extenderían hasta el norte de la actual California. Bajo los Borbones, numerosas expediciones reconocerían terrenos tan poco accesibles como Utah o el nacimiento del Misouri.
El desarrollo de la América hoy anglosajona sería especialmente intenso en el sur. De Ciudad de México, centro burocrático desde el que se gestionaban los territorios más norteños de la corona, partirían dos vías de comunicación principales en el Nuevo Mundo: el camino hacia Santa Fe, pasando por Albuquerque, en una región conocida entonces y hoy como Nuevo México; y el dirigido hacia San Antonio, en Texas, nominal y efectivamente bajo control español hasta bien entrado el siglo XIX.
A lo largo del Golfo de México se extenderían otros dominios, incluyendo la Luisiana, parte de Alabama y Mississippi, y la Florida. El Imperio Español llegaría a controlar la mayor parte del territorio de América del Norte merced a los tratados de Fontainebleau y París, a través de los cuales Francia cedería la Luisiana a España. Aquella Luisiana se extendía más allá de Nueva Orleans y ocupaba la totalidad de las Grandes Llanuras. Un vasto terreno inexplorado y muy poco desarrollado al que la Monarquía Hispánica accedería a partir de 1762.
El mapa es un potosí de referencias. Desde explotaciones mineras hasta figuras consagradas al imaginario popular (como los Dragones de cuera o los Mesteñeros), pasando por las expediciones realizadas por aventureros en el siglo XVI (y que llevaron al imperio hasta territorios tan distantes como Kansas o Carolina del Norte, gracias a hombres como Vázquez de Coronado y Juan Pardo). Caminos, puertos, fuertes, ciudades, poblados, regiones administrativas y, por supuesto, los pueblos nativos con los que se toparon a su paso. Un grado de detalle vertiginoso.
Se trata de un trabajo ambicioso, que incluso referencia las empresas estadounidenses o mexicanas donde los españoles o sus descendientes tuvieron un rol primordial (como los trabajadores españoles en las plantaciones de azúcar de Hawai, a partir de 1907, las múltiples colonias urbanas hispano-americanas en Estados Unidos, las expediciones balleneras de los marineros vascos en el norte de Canadá o las misiones peleteras de Manuel de Lisa y Benito Vázquez en la boca del Misouri). Una historia completa de España en América del Norte, en un sólo mapa.
La cartografía además es útil para entender la naturaleza de la presencia española en América del Norte. Fue en ocasiones irregular y tibia, limitada a meras exploraciones del terreno; pero también fue extremadamente intensa en los territorios mexicanos y nuevomexicanos, al sur de Estados Unidos, en Texas y en la costa Pacífica. España contaría con pretensiones y reivindicaciones territoriales en puntos tan lejanos como Alaska hasta el siglo XIX, cuando el acuerdo entre la corona y Washington (el ya mencionado tratado Adams-Onís) fijó la frontera por debajo de Oregón.
El carácter determinante y hoy invisible de la influencia hispana en Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, se puede percibir en la frontera entre ambos países hoy en día: si EEUU controla Oregón es porque pudo reivindicar aquellas tierras frente a Reino Unido, al considerarse heredera de las legítimas aspiraciones españolas cedidas por la monarquía a cambio del control efectivo y reconocido de Texas. Un minúsculo ejemplo de los muchos que se pueden extraer de tan fantástico trabajo.