Imagina que de la noche a la mañana consigues un trabajo en el Parlamento Europeo. ¿Qué idioma tendrías que utilizar para moverte en el día a día? Hasta ahora, la respuesta más intuitiva había sido el inglés. No sólo funcionaba como koiné internacional, sino que además era la lengua de uno de los cuatro estados más poderosos del continente. Sin Reino Unido, sin embargo, los defensores de la lengua de Shakespeare han quedado huérfanos. Y con ellos se ha abierto una disputa cultural.
¿Un cambio? La inició hace algunos meses Clement Beaune, ministro para los asuntos europeos de Francia. "Será difícil de entender para mucha gente que, tras el Brexit, sigamos atados a un tipo de inglés roto. Acostumbrémonos a utilizar nuestros idiomas", planteaba. Es una idea que lleva circulando en el seno de la Unión Europea desde 2016. Y una que casa muy bien con las tradicionales inseguridades de otras potencias culturales, como Francia, siempre nostálgica de aquellos tiempos no tan lejanos en los que la lingua franca de Europa era el francés.
Sigue fuerte. El francés perdió su hegemonía cuando las ampliaciones colocaron en el centro del debate político a países como Suecia o Austria, muy alejados de su órbita cultural y acostumbrados al inglés como segunda lengua. Un dato ofrece algo de perspectiva: en 2015 la Comisión tradujo unas 1.600.000 páginas al inglés por 72.000 páginas al francés. Tampoco importaba que los hablantes nativos de inglés fueran minoría en la cámara: en 2012 el inglés se utilizó tanto para intervenir en el parlamento (130 horas) como el alemán, el francés y el español juntos.
Pese a los aspavientos de la élite política francesa, tan suyos (se sabe de diplomáticos que han abandonado reuniones al tratarse únicamente en inglés), el inglés se ha convertido en el koiné de Europa. Sabemos que el inglés es la segunda lengua por defecto de todos los estados y que su número de estudiantes supera con creces al de otros idiomas. En la práctica, la forma más corta de comunicarte con cualquier persona en cualquier lugar del mundo es el inglés. Y eso incluye Bruselas.
Al alza. Como relata este reportaje de Politico, son múltiples las voces que impulsan ahora el reconocimiento de facto del inglés como lengua oficial de la Unión. Mario Monti, ex-primer ministro de Italia, es uno de ellos, pero no el único (para espanto de Macron). Ahora bien, ¿qué inglés? No el normativo de Cambridge, sin duda, dado que Reino Unido se ha marchado. Y difícilmente Malta o Irlanda, las otras dos naciones que lo mantienen como oficial dentro de la UE, podrán imponer sus variantes.
Euroinglés. Hora de apostar por una versión europea del inglés. Lo propone Marko Modiano, lingüista de la Universidad de Gävle, en Suecia: "Es hora para la gente del continente que tiene al inglés como segunda lengua determinar el futuro del inglés de la Unión Europea (...) Alguien tiene que salir al frente y decir, ok, rompamos nuestros lazos con la tiranía del inglés británico y la tiranía del inglés americano. Y en su lugar decir que somos hablantes no-nativos competentes. Esta es nuestra lengua".
Nacería así el "euroinglés", una variante específica y propia de los europeos no-nativos empleada libremente en Bruselas. Se nos permitiría así incurrir en pequeños deslices de pronunciación que, al fin y al cabo, no serían deslices sino nuestra forma de hablar (para horror de cualquier británico). No todo el mundo dentro de la UE es tan entusiasta sobre el "euroinglés", y circulan documentos subrayando las palabras y expresiones propias de la jerigonza comunitaria que son erróneas.
Al latín. Pero a los idiomas y a sus variantes los forjan una cultura, no un trámite burocrático. El euroinglés como nuestro esperanto sería así un interesante debate teórico, pero solo eso. ¿Alternativa? Surge también de Francia en tono humorístico: el latín. La sugiere un columnista de Le Figaro: "Si Europa quiere ser más que un mercado algún día, no puede hacerlo sin una lengua que soporte los pilares identitarios sobre los que se sostiene y que contiene un pasado común. Es por tanto natural que uno se plantee al latín como la lengua de las instituciones".
¿No desea la Comisión un idioma transnacional, alejado de campeones estatales y con un pasado que nos una a todos? He aquí el latín, la lengua del Imperio Romano y de la cristiandad durante tantos siglos. Es un planteamiento provocativo y quizá encuentre a algún entusiasta de Roma. Pero es sólo un chiste. El inglés no se marcha con el Brexit.
Imagen: Reuters