La central de Fukushima se queda sin espacio para almacenar el agua contaminada que han estado utilizando para refrigerar los reactores. Ocho años después del terremoto y el tsunami que provocaron el desastre nuclear, el gobierno nipón tiene que decidir qué hacer con estos residuos. Hasta ahora, la única solución aportada pasa por verterlos al Pacífico. ¿Su impulsor? El ex ministro de Medioambiente japonés.
¿Qué está pasando? Tepco, la empresa propietaria de la central nuclear, lleva almacenando más de un millón de toneladas de agua contaminada desde 2011. El seísmo producido hace ocho años, provocó fusiones en los núcleos de tres reactores, de ahí que fuese (y siga siendo necesario) enfriarlos con agua. Como consecuencia de esto, el agua utilizada se queda cargada de isótopos radioactivos que deben ser separados antes de almacenarse. Actualmente hay casi un millar de contenedores y Tepco está construyendo más, pero no le queda mucho más espacio.
2022. Este es el año límite para continuar almacenando el agua contaminada. Según los gestores de la planta nuclear, para 2022 ya no quedará espacio para construir más tanques y, por lo tanto, almacenar estos residuos. Ante esta situación, el ex ministro de Medioambiente, Yoshiaki Harada, el pasado martes propuso verterlo al océano Pacífico. Sin embargo y según cuentan en The Guardian, esto es solo una opinión personal del ex ministro y no una voluntad (por ahora) del ejecutivo nipón. De llevarse a cabo semejante idea, no solo estaríamos ante un problema de contaminación que podría afectar a otros países, sino también ante una merma económica para industrias como la pesquera.
Consecuencias industria pesquera. El accidente nuclear ha tenido ya graves consecuencias para los pescadores de Fukushima. Tras la fusión del núcleo, se detectaron niveles de radioactividad en los peces de la zona lo que derivó en que el gobierno prohibiese la pesca en estas costas. Hace tan solo dos años que la industria pesquera de Fukushima ha vuelto a retomar su actividad y coger un poco de oxígeno. Aun así, tras este tiempo faenando de nuevo, no han recuperado la confianza total en el consumidor y sus números todavía son un 20% más bajos que antes del terremoto.
Medidas de control. Además del veto a la pesca interpuesto del 2011 hasta el 2017, los pescadores de Fukushima tienen que pasar, como es lógico, unos estándares de radioactividad más severos que en otras zonas de la isla. Es decir, como consecuencia de lo sucedido en 2011, los pescadores de Fukushima no pueden vender marisco que contenga más de 50 bequerelios (unidad que hace referencia al nivel de radioactividad). En mitad de este clima de restricciones y desconfianza, el presidente de cofradías de Fukushima, Tetsu Nozaki, ha compartido con The Guardian que "los pescadores se oponen firmemente al vertido del agua contaminada al mar" y asegura que esa medida sería muy injusta para un colectivo que ha tenido que volver a levantar una industria casi desde cero.
Otras opciones. A pesar de que Yoshiaki Harada manifestó que verter los residuos al mar es la única opción, lo cierto es que hay otras. Enterrar el agua, almacenarla de forma indefinida en tanques como los actuales o vaporizarla son algunas de las alternativas que se oponen a la descarga en el océano. Sin embargo, todavía no se ha emitido ningún informe que avale una idea por encima de las demás.
Mientras el gobierno japonés decide cuál es la mejor opción, los sectores que sí tienen claro que el océano es una mala idea hacen presión para que no se lleve a cabo el vertido. Los pescadores consideran que de tomarse esa decisión volverían al punto de partida (y niveles de contaminación) de hace ocho años y, por otro lado, países como Corea del Sur que podrían verse afectados por proximidad geográfica, ya han pedido explicaciones al gobierno de Japón. Sin embargo, ante el silencio obtenido a cambio, Corea ya ha empezado a mover sus cartas y, por el momento, ha dejado de intercambiar información confidencial sobre Corea del Norte con Japón.
Imagen: Atsushi Taketazu/AP