La relación entre la realidad que percibimos y el lenguaje parece, cada vez más, ser un vínculo de ida y vuelta. La idea de que la realidad afecta a nuestro lenguaje resulta obvia, pero el hecho de que nuestro lenguaje afecte a cómo percibimos la realidad no tanto. Por eso, muchos investigadores trabajan en formas de comprobar la existencia de esta relación para entenderla mejor.
Esta búsqueda del vínculo nos ha dejado investigaciones ciertamente curiosas, que nos dicen mucho de cómo entendemos conceptos abstractos como el tiempo. Daniel Cassanto es uno de los investigadores que trata de indagar en estas cuestiones.
Según las investigaciones de Cassanto y compañeros como Lera Boroditsky, algunas de ellas recogidas por Miriam Frankel y Matt Warren en un artículo para BBC Future, es posible observar cómo diversas culturas parecen representar el tiempo en un eje y dirección concreto. Estas representaciones están correlacionadas con variables idiomáticas.
Por ejemplo, cuando se pide representar el tiempo a personas que hablan idiomas que escriben de izquierda a derecha, como el castellano, el inglés, etc. el tiempo se “escribirá” de la misma manera, como una línea que avanza desde la izquierda (pasado) la derecha (futuro).
Boroditsky comprobó a través de varios experimentos cómo, si bien esto era cierto para angloparlantes, no lo era para quienes hablaban mandarín. El mandarín, como el japonés, se escribe habitualmente de arriba hacia abajo. Según los experimentos, esta era también la manera en que sus hablantes representaban el tiempo, con el pasado arriba y el futuro abajo. Los participantes bilingües tenían mayor facilidad para desenvolverse en ambos casos.
Boroditsky realizó otro grupo de experimentos, esta vez comparando a angloparlantes con hablantes de hebreo. El hebreo, como el árabe, se escribe de derecha a izquierda. El resultado también indicó que los angloparlantes tendían a visualizar el tiempo como una línea que avanza de izquierda a derecha mientras que lo contrario ocurría con los hablantes de hebreo.
Contar el tiempo depende de todo
Aún hay otra dimensión en la que podemos representar el tiempo: hacia adelante o hacia atrás. Para quien esté leyendo este artículo la referencia será seguramente obvia: atrás en el tiempo es el pasado; adelante en el tiempo, el futuro. Pero existen idiomas en los que la relación es contraria.
La lógica aquí es que podemos visualizar el pasado, como lo que tenemos en frente; pero no podemos saber qué nos depara el futuro, como si estuviera a nuestras espaldas. Aunque la vinculación es clara, este ejemplo podría indicar más bien en la dirección causal contraria, es decir, la percepción modulando nuestro idioma.
¿Y si olvidamos el tiempo como una única dimensión? En otro artículo, Cassanto y Boroditsky analizaron cómo la visión del tiempo como una línea tampoco podía darse siempre por sentada. Así, en griego, un intervalo de tiempo será, no corto o largo, sino grande o pequeño. El castellano aquí estaría en un lugar intermedio: alguien puede hacer una pequeña pausa o puede hablar de que su fin de semana que se le ha hecho muy corto.
Estas cuestiones parecen triviales, pero están lejos de serlo. Hasta ahora hemos explorado algunas de las direcciones que puede tomar el tiempo en nuestro imaginario. Faltaba una, la representación del tiempo de abajo hacia arriba. Esta representación es habitual en la física, por ejemplo en los conos de luz, los cuales representan un espacio tridimensional con dos dimensiones de espacio y una, vertical, de tiempo.
La física moderna ha alcanzado unos niveles de complejidad que convierten algunas interpretaciones en todo un esfuerzo mental. Como por ejemplo la idea de que el tiempo pueda fluir a dos velocidades distintas en distintos puntos del espacio, o incluso congelarse en el interior de un agujero negro.
¿Existen personas más capacitadas para visualizar estas realidades? ¿Influyen los idiomas que conozcamos? Son preguntas más que relevantes a la hora de dibujar interpretaciones en las fronteras del conocimiento en estos campos.
Pero también pueden existir implicaciones más prácticas. Por ejemplo en la economía. Dentro de esta disciplina, el ahorro es un factor clave, ¿puede estar vinculado con el idioma? Según el análisis de Keith Chen, un economista conductual, una especialidad de la economía muy vinculada a la psicología, la respuesta es sí.
Según su análisis, la clave estaría en cómo los idiomas hablan del futuro. El castellano, de manera semejante al inglés, que no idéntica, conjuga los verbos para construir formas futuras. No todos los idiomas hacen esto. Según Chen, tener formas verbales asociadas al futuro lo “separan” en nuestro imaginario, lo que haría más difícil pensar a largo plazo. Los datos macroeconómicos parecen sostener su idea, pero el inmenso número de variables a considerar en el desarrollo económico hace difícil confirmar esto.
¿Quién rompió el jarrón?
Este no es el único caso en el que las pruebas a favor de esta relación son prometedoras pero insuficientes para generar un consenso científico. Un ejemplo procede de otro trabajo de Boroditsky.
Aquí la cuestión no estaba en cómo representamos el tiempo sino en cómo recordamos los eventos. En castellano, como en japonés, un jarrón puede romperse. En inglés, sin embargo, esto implicaría que el jarrón se rompió a sí mismo. Lo cual no tiene mucho sentido.
Según los experimentos de Boroditsky, los angloparlantes eran más capaces de recordar quién había roto el jarrón. La diferencia entre la capacidad de recordar el evento, aunque era significativa, no era grande (la mayoría de los participantes eran capaces de recordar el evento).
La memoria es otra cuestión que juega un papel fundamental para Nola Klemfuss. En un artículo publicado en la revista Frontiers in Psychology, alertaba de sacar conclusiones precipitadas de los experimentos. Según su hipótesis alternativa, la memoria podría estar detrás de lo que los expertos interpretan como percepción de la realidad.
El motivo es que muchos de los experimentos hasta ahora narrados, están basados en la capacidad de los participantes para realizar tareas (como ordenar cronológicamente imágenes o recordar quién rompió un jarrón). Se trata de actividades en las que la memoria juega un papel, a veces importante, a veces fundamental. Que los procesos de memoria funcionen “coordinados” con nuestro lenguaje podría ayudar a los participantes a realizar mejor las tareas.
El papel de la memoria no le resulta ajeno a Casasanto, quien explica en el artículo de la BBC “sabemos que las personas recuerdan las cosas a las que prestan más atención. Y los diferentes lenguajes nos obligan a prestar atención a una variedad de cosas diferentes, ya sea género, movimiento o color.”
Pero el debate sigue abierto. Expertos de la talla de Noam Chomsky o Steven Pinker han sido tradicionalmente contrarios a estas hipótesis, a veces agrupadas en el término Whorfianas como la hipótesis de Sapir-Whorf. La crítica asume que la relación entre lenguaje y percepción de la realidad es unidireccional.
Críticos como Mark Liberman, que en un debate con Boroditsky en 2010 explicaba su postura. “En su interpretación común, ven una lista de entradas de diccionario como determinantes del conjunto de pensamientos disponibles, esta proposición es falsa. Es más, esta interpretación falsa atrae otras falsedades y exageraciones.”
Boroditsky por su parte, explicaba que “el lenguaje modela nuestro pensamiento de la misma manera que estudiar en la facultad de medicina o aprender a volar un avión crean una experiencia y transforman lo que podemos hacer. Diferentes idiomas fomentan diferentes formas de experiencia cognitiva”.
Imágenes | Persnickety Prints, Pieter Brueghel el Viejo, Skylar Kang