El pasado 11 de julio publicaba el periodista Jody Rosen un extenso y nutrido reportaje en The New York Times exponiendo una calculada mentira que contó el grupo Universal una década atrás. En 2009 se incendiaron unas naves que la empresa había alquilado a NBC y en las que conservaban buena parte de su acervo cultural e industrial.
Los periodistas del momento se preocuparon, pero compraron la versión de la major sin investigar: les dijeron que apenas había afectado a “un pequeño número de cintas y otros materiales de artistas desconocidos de los años 40 y 50” y que todo lo demás poseía copias en otros lugares o ya se había digitalizado.
La realidad es que según el reciente exposé la compañía vendió una realidad falseada. La cifra final de masters de grabaciones perdidas varía: se habla de “118.230 piezas”, unos “175.000 álbumes” o “500.000 canciones” en el caso de los documentos confidenciales de Universal, donde reconocían que “se ha perdido en el fuego una enorme herencia musical". El "mayor desastre para la música comercial de toda la historia", según el periodista.
Un escándalo sin consecuencias para sus responsables
La noticia sigue en el candelero por motivo de sus afectados. En las semanas que han seguido al reportaje muchos artistas han reconocido públicamente que esta era la primera vez que oían que su discográfica había perdido sus archivos originales a partir de los cuales podría conservarse como es debido su música y reeditar futuros álbumes remasterizados o incluso modificados. Se estaban enterando de que se había destruido su trabajo por los medios de comunicación.
Damn. This is unbelievable. https://t.co/IoHthUS1mS
— Nils Lofgren (@nilslofgren) June 26, 2019
Por eso Hole, Soundgarden, Steve Earle y representantes de Tupac y Tom Petty Sue han anunciado que van a iniciar una demanda colectiva contra Universal.
Por un lado, Universal violó sus obligaciones contractuales con los artistas al no proteger sus masters. Por el otro, Universal se llevó 150 millones de dólares como reclamo por daños materiales a la aseguradora de NBC, los propietarios del local, y según los artistas demandantes, en sus contratos pone que en caso de una circunstancia similar tendrían que haber recibido el 50% de lo entregado por la aseguradora.
Pero como también ha publicado Variety, pese a que Universal pueda perder decenas o siendo generosos cientos de millones de dólares en concepto de daños y perjuicios, es pecata minuta en comparación con su valor monetario.
Según los analistas financieros, ni la pérdida de esos másters ni esta filtración harán la más mínima huella en sus balances de cuentas, ya que esas grabaciones apenas tienen ningún valor monetario para la compañía (por no decir que muchos de los denunciantes no verán ni un centavo, ya que la mayoría de artistas carece de los derechos de sus masters, que son oficialmente propiedad de Universal).
Para que nos entendamos, según el último informe de BuzzAngle realizado para Estados Unidos, el 98.5% de las ventas de discos y el 92.4% de los streamings de 2018 provenían del top de 500.000 títulos del mercado en ese momento. La industria, que no el arte, está inmensamente vinculada al presente.
Cuando lo que es público (la cultura común a todos) está en manos privadas
El asunto ha arrojado luz sobre uno de los grandes problemas de la cultura popular de los siglos XX y XXI. Buena parte de nuestra cultura la poseen fondos privados cuyo interés por la preservación es mínimo, si no ninguno.
La lista de los músicos de los audios perdidos pone de manifiesto el problema: gente mayor, sin un interés comercial en la actualidad comparable a las estrellas del momento, pero sin la que sería imposible entender la historia de la música. Chuck Berry, Duke Ellington, Buddy Holly, Aretha Franklin, John Coltrane, The Who, Guns N’ Roses, Nirvana o 50 Cent, entre cientos.
Hoy en día la mayoría de las grabaciones comerciales del siglo pasado, y otras más antiguas, están en posesión de tres grandes discográficas: Sony Music Entertainment, Warner Music Group y Universal Music Group, y ya vemos el cuidado que prestan por este tipo de archivos.
Según Gerald Seligman, director ejecutivo de un grupo preservacionista vinculado a la Biblioteca del Congreso estadounidense, estimó en 2013 que menos del 18% de toda la música comercial de la historia estaba disponible en streaming o descarga. Lo demás permanecía en copias físicas o en los archivos de estas compañías. Es decir, seguimos dependiendo enormemente de lo físico.
Por otra parte, nuestra experiencia musical diaria está lejos de ser todo lo fidedigna que podría llegar a ser. Como contaba Rosen en su artículo, si escuchas un disco en Spotify lo normal es que sea una compresión en el formato Ogg Vorbis que proviene de una conversión MP3 de un CD de años atrás, CD que a su vez se debío hacer a partir de una copia de seguridad de un master, cuando no de alguno de sus duplicados. En ese proceso hay parte de fidelidad (mucha de ella inaudible, todo sea dicho) que se ha perdido.
Los audiófilos muchas veces tampoco escapan a estos problemas. Muchos de las reediciones de vinilo que podemos encontrar son reediciones hechas a partir de transfers de archivos digitales, y no de los masters originales.
Otras discográficas también han demostrado actuar de forma similar a Universal. Hay constancia de empleados de CBS Records en los años 80 destrozando masters originales para poder revenderlos como chatarra. También en los 70 RCA destruyó grabaciones originales de Elvis Presley de forma negligente al hacer limpieza de su catálogo.