En Bolivia, en la ciudad de El Alto, es desde donde Freddy Mamani Silvestre ha desarrollado su profesión y donde ha erigido la mayor parte de sus tesoros. Las llaman “cholets”, una mezcla de “chalet” y “cholo” y una suerte de equivalente a “paleto” en esta acepción latina que nos ocupa. Pero se trata de un mote hasta cierto punto cariñoso, como también lo es el sobrenombre de “transformer” que su creador le puso a las plásticas paredes de sus edificios que tanto destacan en el paisaje altiplánico.
Aunque sea lo primero que nos viene a la cabeza al verlo, denominarlo kitsch sería tratar su obra con condescendencia. Como Mamani ha explicado, él intenta crear una corriente propia, basada en la cultura andina que caracteriza a su pueblo.
Por eso nos llama tan poderosamente la atención su Neoandino, como este albañil reconvertido muchos años ha a arquitecto y que se vale del textil aguayo y la cerámica típicamente aimara para vestir sus edificios. Patrones geométricos y colores vivos y ultracontrastados que nada tienen que envidiarle al art decó más desprejuiciado.
En los últimos 20 años esta importante ciudad ha vivido una pequeña revolución. De ser una zona tan pobre como cualquier otra, esta comunidad tan próxima a La Paz, capital administrativa del país, ha vivido su expansión y la llegada de una élite de nuevos ricos que convive cada día con los indígenas autóctonos de la región. Un sitio donde puedes vivir entre lujos pero donde servicios básicos como el agua corriente o el alcantarillado no se dan por supuestos.
Mamani se ha encargado de embellecer la vista y hermanar estas dos dimensiones. Con su estilo, que puebla los escaparates y frontales de edificios, salones de fiesta y apartamentos de estilo penthouse de El Alto contenta a los ricos y honra la herencia estética de los más pobres, a pesar de que ello le cueste seguir siendo rechazado por las escuelas locales de arquitectura de su país, demasiado conservadoras y gringas para abrazar su propia cultura.
Historias aparte, es difícil no dejarse arrastrar por esta mezcla de futurismo neón y misterio costumbrista, por esas casas que rompen con su luz propia el horizonte arquitectónico de la región y con esas ampulosas estancias con una identidad tan marcada, tan autóctonas como alienígenas como las de Gaudí, aunque al boliviano no le vayan a colmar nunca con los mismos elogios que al reusense.