A principios de la década de los setenta dos diseñadores del Partido Socialista Francés tuvieron una idea que iba a condensar el espíritu simbólico del socialismo europeo: juntar la fuerza obrera del puño y el espíritu modernista y democrático de la rosa en un sólo logo. El hallazgo fue gigantesco y desde entonces se convirtió en el santo y seña de la socialdemocracia europea y americana, incluida la española.
Su puño y su rosa fueron, de hecho, uno de los más emblemáticos de Europa: corrían los años ochenta y el partido de Felipe González, tras años ensombrecido por la dictadura franquista, encadenaba un arrollador triunfo electoral tras otro. El socialismo era en España transformación y también gobierno, pero su abrupta caída en los noventa terminó con la iconografía. Cuando recuperó el poder, lo hizo sólo con rosas.
¿Hasta cuándo? Hasta nunca. Si la socialdemocracia no va a volver, la cultura pop piensa guardarla en esa vitrina de oro a la que unos llaman nostalgia y a la que otros llaman dinero. El último hito de la moda es reciclar el legendario logotipo del PSOE en forma de camiseta cool. Se puede comprar aquí y es muy tentadora, porque mola.
La socialdemocracia ha alcanzado el punto de no retorno, un lugar donde su mero espectro se convierte en una cuestión de reciclaje pop. Como el Nokia 3310, como Pokémon, como Stranger Things o como todas esas películas de superhéroes que sólo se dedican a turistear en los cómics del pasado, el socialismo democrático, que antaño representó la otra fuerza por excelencia del escenario político europeo, está en franco retroceso.
Y su futuro ya queda en manos de la memoria, cuyo papel dentro de las sociedades consumistas siempre rota en torno al reciclaje. Por eso es posible que una marca estadounidense de ropa utilice al PSOE como mero atributo estético: porque su mensaje ha dejado de representar algo político y conflictivo, presente, y ha pasado a engalanar la memoria del ayer. La socialdemocracia pervive pero su imagen es ya mercancía pop.
O lo que es lo mismo: la sociedad europea ya mira hacia otro lugar. Parte del problema de los partidos socialistas ha sido de branding (al mimetizarse en algunas políticas con sus rivales conservadores), y otra parte ha venido dada por el contexto político. El último ejemplo es Países Bajos, donde el partido laborista ha pasado de ser la segunda fuerza a quedar sepultada por verdes, social-liberales y socialistas en su propio terreno.
Qué bueno esto de @jordipc y @kikollan sobre la crisis de la socialdemocracia europea https://t.co/9PBOPWvisU pic.twitter.com/fvMTTKG9MC
— eduardosuarez (@eduardosuarez) 1 de octubre de 2016
Y no sólo sucede allí: sólo en Alemania sobrevive como partido con opciones de gobierno, una vez que en España, en Francia y en Inglaterra vive hoy los días más bajos de su historia, a menudo en competencia con otras fuerzas en su espectro político que le comen la tostada (en Italia ha tenido que ser reformulada tras mil millones de escisiones en el Partito Democratico, este sí en el gobierno). En el nuevo clima político del siglo XXI, la socialdemocracia cae, y sus símbolos son carne de ironía post-moderna.
Así las cosas, un logo tan atractivo como el diseñado a mediados de los setenta por José María Cruz Novillo podría ser la nueva tendencia de moda en Williamsburg. Conforme el PSOE se alejaba de él y conforme el significado de "socialdemocracia" pasaba a representar otra cosa, el puño y la rosa se veían empujados a su destino final. Una camiseta pop.