Una versión anterior de este artículo fue publicada en 2017.
El mar de Aral ya no es un mar. Desde hace algunos años, su superficie se ha reducido al 10% de lo que antaño fue, fruto de las permanentes sequías, la intervención humana y el inexorable cambio climático que aumenta la temperatura de planeta año a año. De modo que las ciudades y poblaciones que antes prosperaron a su orilla, ahora sólo se encuentran ante un yermo desierto poco aprovechable.
El paisaje ha cambiado, y con él se ha revelado la fragilidad y desnudez de la intervención humana sobre el mismo. Para comprobarlo, qué mejor que realizar un pequeño paseo fotográfico alrededor de la ciudad uzbeka de Mo‘ynoq, antaño próspera a las orillas de lo que una vez fuera el mar de Aral.
Mo‘ynoq hoy cuenta con 18.000 habitantes, pero varias décadas atrás en el tiempo representaba uno de los polos económicos más notables de Uzbekistán, un país primordialmente desértico que orienta su vida en torno a las escasas fuentes de agua que encuentra. El Aral fue una de ellas. Por ello, Mo‘ynoq se convirtió en su única ciudad portuaria: la actividad económica generada por la pesca y el comercio le permitió prosperar, a ella y a sus pueblecitos adyacentes.
Como una suerte de lección sobre la desmedida ambición del ser humano, el destino de Mo‘ynoq se torció durante los años cincuenta y sesenta, cuando los planes de irrigación de la Unión Soviética (por aquel entonces Asia Central pertenecía a la gigantesca federación comunista) desviaron el cauce de dos ríos tributarios del mar de Aral, cerrado. El objetivo pasaba por convertir el vasto desierto uzbeko en golosas plantaciones de algodón para su exportación mundial.
Lo que sucedió, sin embargo, fue que la grave alteración del milenario ecosistema acabó con el futuro de Mo‘ynoq. Las aguas se contaminaron fruto de los procesos químicos y fertilizantes y pesticidas implicados en el regadío del algodón, y la anulación de los cursos tradicionales de los ríos comenzó a erosionar el espacio del Aral. Década a década, el mar retrocedía, y con él la esperanza de los habitantes de Mo‘ynoq, que veían como la fuente de su economía se desvanecía ante sus ojos.
Hoy el mar de Aral está prácticamente extinto. Y el drama, muy pintoresco desde el espacio, ha dejado al descubierto la importante flota pesquera de Uzbekistán, abandonada a su suerte. Desde que el mar se evaporara, Mo‘ynoq es la ciudad de los barcos fantasma, encallados en un mar de matojos y erosión del terreno, un lugar donde el agua es tan inexistente como frecuentes son las tormentas de arena. Un desierto de barcos oxidados.
Mad Max en la estepa tártara. Un mañana inquietante.
Imagen: Ismael Alonso/Flickr