La gente no procrastina porque sea vaga o inútil, tampoco porque no sepa manejar el tiempo, sino porque está activando internamente, y sin darse cuenta, una serie de mecanismos para sanar su estado mental. Es el hallazgo de uno de los últimos artículos de The New York Times, donde los estudios y psicólogos citados se centran en esta dimensión no tan conocida de ese fenómeno ubicuo y doloroso del “dejar para mañana lo que podías hacer hoy”.
Corto plazo, largo plazo: damos por hecho que andar postergando obligaciones u objetivos que nos habíamos puesto no es bueno... y sin embargo, lo hacemos. Esto es porque no son tareas apetecibles, y no lo son porque sabemos que despertarán en nosotros emociones negativas, como el aburrimiento, la inseguridad o la frustración. Nos ponemos a limpiar la casa, una tarea que lleva trabajo, porque no desafía nuestras emociones como sí lo hace el realizar ese informe que tenemos que presentar la semana que viene.
Sesgo del presente: aunque procrastinar nos da recompensas positivas a corto plazo (lo cual refuerza mecanismos conductuales no demasiado positivas, como nuestra adicción a las redes sociales), a la vez nos genera angustia, ya que la tarea pendiente no ha desaparecido. Entonces, ¿por qué lo hacemos? Porque hemos crecido evolutivamente para primar acciones inmediatas, elemento racional en la selva o en una guerra, pero no en nuestras vidas actuales. A nivel neuronal, percibimos a nuestro yo del futuro como un ente extraño y ajeno a nosotros mismos. Esas tareas del futuro son, para nuestra mente, problema “de otros”.
7 falacias de la gente productiva. El texto viene a criticar la idea de que los manuales de autoayuda o los consejos de gurús vayan a servir de algo para combatir la procrastinación: no es una cuestión de gestión del propio tiempo, ni de no saber qué recompensas darse a uno mismo, sino de que, directamente, las tareas que no queremos hacer son un desafío emocional. Si esas tareas no nos aportan las suficientes gratificaciones, si no somos capaces de cambiar el chip, es posible que nunca nos veamos verdaderamente motivados a realizarlas.
¿Y qué es realmente procrastinar? Buena parte de los best sellers recientes tratan sobre cómo ser más eficiente. Por entornos profesionales del tipo LinkedIn circulan cifras como que perdemos 3 horas y media diarias (y dos meses al año) por culpa de la procrastinación. Pero, ¿es un tiempo perdido para qué? ¿Cuales son los beneficios personales de hacer más y más? ¿No es este un culto por la autodisciplina que nos estamos imponiendo en detrimento de nuestro descanso y que sólo beneficia al mercado laboral?
Lo más probable es que el mundo no se acabe por que no escribas ese libro, y a fin de cuentas, las señales que te manda tu cuerpo dicen que ni siquiera tú lo quieres escribir.
La eficiencia y el mito de Sísifo: a día de hoy muchos trabajos tecnológicos y digitales no tienen mayor límite de tareas que el que tú quieras ponerle. Pararás cuando quieras parar. Y muchas de las recomendaciones para mejorar nuestra gestión del tiempo son herramientas que fomentan mantenernos en un loop de trabajo perpetuo e infinito. Lo peor de todo es que, al empaparnos de estas técnicas diseñadas para mejorar la productividad personal, introducimos en nuestra mente un refuerzo ideológico que exacerba las ansiedades que buscábamos aliviar.