Alberto Garzón, ministro de Consumo, quiere que los españoles consuman menos carne. "El 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la ganadería, especialmente de las macrogranjas, mientras que para que tengamos 1 kilo de carne de vaca se requieren 15.000 litros de agua", explicaba ayer en un vídeo en su perfil de Twitter. A las pocas horas reafirmaba su mensaje en Público: "Un consumo excesivo de carne tiene una serie de implicaciones en la salud individual y del planeta".
Terreno abonado para la controversia.
La polémica. Sus palabras han sido recibidas con cierta hostilidad en las redes sociales. "Más energía nuclear y renovable y menos decirme qué tengo que poner en el plato", sugería Emilio Doménech (@Nanisimo), uno de los periodistas jóvenes que más popularidad ha ganado durante el último año. "El comunista dice que no comáis carne", bromeaba Andrea Levy. "Garzón lucha contra el consumo de carne, menos en su boda donde hubo kilos de solomillos", sentencia Libertad Digital.
Hay miles de mensajes similares, intercalados con otros que defienden la propuesta.
El sondeo. ¿Otro resbalón comunicativo y programático del gobierno? Quizá no. Las redes sociales emiten más ruido que señal. No sabemos cuál es la opinión del español medio sobre el consumo de carne roja, pero sí conocemos su sensibilidad sobre las cuestiones medioambientales. Esta encuesta elaborada por la Universidad de Yale en treinta países distintos y publicada hace algunas semanas arroja algo de luz al respecto. España es uno de los países más concienciados sobre el cambio climático, y por tanto más proclives a aceptar mensajes como el de Garzón.
En cifras. La abrumadora mayoría de españoles, por ejemplo, cree que el cambio climático es real (92% frente a una minoría del 3% aún escéptica), un porcentaje muy superior al registrado en otros países occidentales como Estados Unidos (80% vs. 12%), Australia (84% vs. 10%), Países Bajos (87% vs. 7%) o Alemania, el país que alumbró al ecologismo político (89% vs. 4%). Los españoles también creen que sus causas son humanas (64%) o, al menos, una mezcla de factores humanos y naturales (25%). Sólo un 7% considera que obedece a "cambios naturales".
De nuevo, el contraste con otros países es agudo. Sólo un 40% de los estadounidenses lo atribuye a factores fundamentalmente humanos, por un 49% de los alemanes, un 51% de los japoneses, un 54% de los mexicanos o un 55% de los franceses o un 57% de los costarricenses.
Preocupados. El bajo escepticismo se transforma en una preocupación genuina sobre los efectos del cambio climático. El 89% de los españoles muestra entre "muy preocupado" y "preocupado" por sus consecuencias a corto plazo, cifra muy alta en comparación a la holandesa (un 59%, con una minoría del 15% en la categoría "muy preocupado"). Un 70% de los españoles creen que tendrá consecuencias dañinas sobre su vida diaria (el porcentaje más alto de Europa), frente al llamativo 30% de los holandeses (por cuanto su país corre un riesgo significativo).
La acción. Todo esto tiene una respuesta emocional y política. Si el 68% de los españoles juzga "personalmente importante" el cambio climático significa que están dispuestos a movilizarse o a cambiar ciertos hábitos por él. Lo que nos lleva al siguiente dato: el 52% de los españoles encuestados opina que el cambio climático debería ser una prioridad "muy alta" para el gobierno; otro 28% la considera "alta"; y un 10%, "media". Sólo un 3% lo coloca en la parte baja de las preferencias políticas.
¿Y esto qué significa? Que España quiere que su gobierno "haga mucho más" (51%) o "más" (21%) para mitigar las consecuencias del cambio climático. No menos.
Resumiendo. La encuesta de Yale es general y como tal debe ser interpretada. No cuestiona sobre políticas concretas. Y es ahí donde reside el punto de fricción. Es posible que los españoles estén concienciados sobre el cambio climático y deseen detenerlo, pero esto no ha de tener una correlación directa, por ejemplo, en su voluntad para reducir el consumo de carne (comparativamente alto), de utilizar menos el coche o de desincentivar industrias con una alta huella medioambiental. Del dicho abstracto al hecho concreto hay muchos pasos.
Pero el sondeo sí apunta a un magma social proclive a ideas o políticas que reduzcan el impacto en el planeta. Y quizá la carne sea una de ellas. Tampoco es un mensaje que opere en el vacío: tanto Naciones Unidas como la OMS como numerosos científicos han remarcado en más de una ocasión el impacto negativo que la producción de carne tiene en el planeta. Nosotros lo vimos aquí, en comparativa con las hamburguesas "falsas". Comer carne sí tiene una huella clara en el medioambiente. Otra cuestión es que los españoles deseen reducir su consumo para mitigarla.