Es una pesadilla recurrente para millones de personas: adquirir un nuevo móvil y perderlo nada más pisar la calle. Una fortuna dilapidada, la mayor de las desgracias, un vector de ira y angustia incomparable, etcétera. Ahora bien, ¿cuál es el mejor lugar del mundo para extraviar un objeto preciado? La respuesta es Japón, el país que ha perfeccionado el arte de devolver sus pertenencias a sus dueños.
Estadísticas. Las ofrece la Policía Metropolitana de Tokio. En 2018 se perdieron 545.000 tarjetas de identidad, 130.000 teléfonos móviles y 240.000 carteras. Cifras nada desdeñables para una ciudad de 38 millones de habitantes. El 73% de las primeras, el 83% de los segundos y el 65% de los terceros regresaron a manos de sus legítimos dueños. Un triunfo cultural, pero ante todo de la burocracia japonesa.
Procedimiento. El camino de vuelta siempre comienza en los kōban, diminutas estaciones de policía omnipresentes en todos los barrios de Japón. Como explican en CityLab, allí los agentes catalogan los objetos extraviados, rellenan un formulario incluyendo todos los aspectos que ayuden a identificarlo y lo custodian durante semanas. En Tokio, más tarde, terminan en la oficina de objetos perdidos de la policía.
Un almacén de seis plantas recientemente renovado que alberga más de 900.000 objetos cuyos dueños aún no han sido encontrados.
Cifras. La escala del fenómeno es impresionante. Sólo en Tokio se declaran más de 4.000.000 de objetos perdidos en un sólo año, para un total de 26.000.000 en todo el archipiélago. Los más comunes son los paraguas, alrededor de 300.000 en 2018, un 8% del total. Casi nadie los quiere y sólo regresan a sus dueños en un 1% de los casos. También hay dinero, mucho: en torno a €30 millones extraviados.
Tres cuartas partes de la suma sí vuelve al bolsillo de sus dueños.
Motivos. ¿Por qué Japón se comporta así? Como explica un psicólogo japonés, Kazuko Behrens, en este estupendo reportaje de la BBC, hay algo de entrenamiento cultural (hace poco se viralizó la historia de un niño que se topó con 5 céntimos y los entregó a la policía) y algo de leyes. Las más antiguas se remontan al siglo VIII. Convenientemente actualizadas, conminan a todo ciudadano a entregar a la autoridad de turno cualquier objeto perdido que encuentre.
Sistema. Se trata del triunfo del sistema: todo el mundo en Japón sabe qué hacer cuando se topa con un móvil que no es suyo. Conoce la normativa, tiene incentivos para cumplirla (las entregas se premian), y cuenta con un dispositivo burocrático funcional que asegura que su buena acción llega a buen puerto. No es que los japoneses sean más honestos que los demás (no lo son), sino que el sistema es muy, muy bueno.
Comparativa. ¿Es replicable? Un célebre estudio de hace veinte años descubrió que mientras en Tokio el 80% de los teléfonos se entregaban a la policía, en Nueva York no superaban el 10%. Otros países, como Alemania, si bien no tan celosos cuentan con complejos sistemas de custodia y notificación para los objetos perdidos, especialmente en las estaciones de tren y autobús, donde es más abundante encontrarlos.
Peculiar. Hay algo de particularidad en Japón, tanto en el rol de las escuelas (incentivan el celo sobre la propiedad ajena) como en el colectivismo oriental (la idea de actuar en beneficio de la comunidad antes que en el interés propio). Sobre esto, una historia curiosa: tras Fukushima y el abandono de la región, los saqueos sólo comenzaron cuando no quedaba nadie en los pueblos. Ni policía... Ni vecinos.
¿Por qué? No por la mayor altura moral de Japón, sino por una idea muy arraigada en la sociedad japonesa: el qué dirán, el "ojo social", la vigilancia mutua entre los miembros de una comunidad para asegurar que cumplan las normas y el caos no prevalezca. Una idea, la de estar siempre observado por la sociedad, que incentiva toparse con un móvil y devolverlo.
Imagen: Victoriano Izquierdo