En el alemán existe una palabra para referirse a los dobles: doppelgänger. Seguramente, en alguna ocasión, has visto en la calle, el metro o en una cafetería a alguien que tenía un parecido razonable a un conocido tuyo. Tanto, que has pensado que era él o ella e incluso te has dirigido a hablarles para darte cuenta acto seguido de que no eran quienes pensabas. La población humana se estima en 7.900 millones y con tantas posibilidades, es muy probable que ocurran aleatoriamente estas repeticiones de parentesco.
Pero, ¿cuánto de probable es que alguien sea igual que nosotros? Los científicos creen que una persona que sea 100% idéntica a uno de nosotros es difícil, pero que una que lo sea al 75% u 80% probablemente ya esté caminando por ahí porque hay demasiadas personas en el mundo y, por tanto, estamos cerca en el número de piezas del ADN.
¿Dónde está mi doble? Las fotografías de personas que son casi iguales físicamente pero no están relacionadas genéticamente es un fenómeno que entusiasma a los usuarios en Internet. Y las redes sociales han dado pie precisamente a ello, a que la gente comparta e intercambie imágenes de humanos muy similares. De hecho, François Brunelle es un artista canadiense que se dedica a fotografiar a personas parecidas alrededor del mundo desde 1999. Una de esas comparaciones fue la del fundador de Ferrari, el italiano Enzo Ferrari, y la del futbolista alemán Mesut Ozil.
El mundo está lleno de casos similares y la ciencia por fin ha estudiado por qué ocurre y qué implicaciones tiene.
El estudio. Publicado en la revista Cell Reports, el equipo del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras, dirigido por Manel Esteller, se propuso explorar por qué hay personas que tienen el mismo rostro pero no son parientes. Los investigadores contactaron a Brunelle, aquel fotógrafo de dobles y consiguieron 32 parejas voluntarias. Las fotos de sus rostros fueron analizadas con tres softwares de reconocimiento facial. En gemelos, la similitud detectada alcanzaba el 90%-100%.
Sin embargo, en las fotos analizadas de extraños que ni siquiera se conocían entre sí, el número de parejas que fueron correlacionadas por al menos dos programas fue muy alto (75% de similitud en 25 de 32). Y en la mitad de las parejas, los tres programas encontraron correlaciones, es decir, 16 eran extremadamente parecidas.
Prácticamente iguales. Los resultados revelaron que los genes compartidos correspondían a varias categorías: por un lado, genes que están asociados con la forma de los ojos, labios, boca, fosas nasales y otras partes de la cara; genes involucrados en la formación ósea, relacionados con la forma del cráneo; genes involucrados en distintas texturas de la piel; o genes relacionados con la retención de líquidos, que diferencian los volúmenes de nuestra cara. Además, en esas 16 parejas, muchos tenían un peso y una altura similares, al igual que otros factores biométricos.
¿Por qué? Para llegar a la respuesta de por qué se da este fenómeno, los científicos examinaron el material biológico, el genoma y dos componentes más: el epigenoma, que son como las marcas químicas que controlan el ADN, y también el microbioma, el tipo de virus y bacterias que poseemos. El genoma, la genética, fue lo que terminó emparejando a esas personas, mientras que la epigenética y el microbioma (aspectos más relacionados con el entorno) los distanció.
Lo que se desprende del estudio es que lo más importante en estos casos es que las parejas tienen una genética similar, una secuencia del ADN semejante, y el parecido no es debido a que tengan familias en común. No hay ninguna relación entre ellos, sino que se debe a que a veces se puede dar la casualidad, por azar, a que se creen zonas o secuencias del ADN idénticas de estas personas.
No sólo es apariencia, también personalidad. Otro dato interesante es que los voluntarios compartían rasgos no sólo físicos, también de comportamiento. Se les pidió rellenar un cuestionario con más de 60 preguntas sobre sus hábitos de vida y en algunos casos hubo semejanzas. Los rasgos de comportamiento como el tabaquismo y el nivel de educación se correlacionaron, lo que sugiere que la variación genética compartida también puede influir en los hábitos y la personalidad.
Útil para detectar enfermedades o para la ciencia forense. Los investigadores creen que estos análisis pueden resultar vitales en su aplicación a la biomedicina. Principalmente porque los genes identificados y sus variantes, que son importantes para determinar la forma de la cara y, por tanto, de la nariz, la boca, la frente, las orejas, también podrían estar implicados en patologías. Es decir, a partir de una cara se podría deducir, en parte, el genoma de esa persona y así cribar enfermedades genéticas.
Además, base molecular podría tener utilidad en la ciencia forense. Por ejemplo, se podría utilizar para crear un sistema a partir del cual se reconstruyera el rostro de un delincuente o de una víctima sin identificar a partir de su ADN.
Imagen: François Brunelle