Una búsqueda elemental en Google revela el problema: al introducir "Amazon" los primeros resultados intercalan menciones a la gigantesca compañía fundada por Jeff Bezos y descripciones del Amazonas. En español no existe el conflicto, dado que sus nombres difieren, pero en inglés, la lingua franca digital, ambas instituciones, Amazon la empresa y Amazon la selva tropical, compiten por un mismo nombre.
Una batalla que también llega a los dominios de la web.
Quién es Amazon. Lo cuenta New York Times en este reportaje: la empresa estadounidense lleva siete años tratando de adquirir el dominio ".amazon", una compra que le permitiría establecer espacios digitales en los que promocionar sus crecientes servicios (viajes.amazon, hoteles.amazon, etc.). ¿El problema? Las buenas gentes del Amazonas se oponen. Ocho gobiernos latinoamericanos llevan un lustro enfangados en la disputa.
El árbitro. Parece una pregunta trivial, pero reviste una enorme complejidad: ¿a quién le pertenece un nombre? Los ejecutivos americanos lo tienen claro: a sus gentes. Jeff Bezos opina distinto. El encargado de resolver el desencuentro es la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números (ICANN), un organismo de carácter internacional y sin ánimo de lucro. El politburó de los dominios, similar al rol que Unicode cumple para los emojis.
Las reglas. ICANN surgió a finales de los noventa con objeto de limpiar y dar esplendor a la web. En su origen los criterios para acceder a un dominio eran estrictos. Se habilitaron nomenclaturas nacionales basadas en el código ISO 3166-1 alpha-2 (en esencia, el estándar global para resumir el nombre de cualquier nación en dos caracteres: .es, .us, .fr) y una serie de dominios globales como .com, .net y un largo etcétera.
Apertura. Aquel sistema tenía sus limitaciones, y se fue ampliando a lo largo del tiempo. ICANN hoy permite registrar un sinfín de dominios personalizados (estándares, no nacionales: ICANN siempre ha dicho que "no se dedica a definir qué es un país y qué no"), destinados tanto a cubrir necesidades culturales específicas (.cat o en .eus, dirigidos a las comunidades lingüísticas catalana y euskalduna) como cuestiones empresariales (.gov, .aero, etc.).
Los registradores deben contratar sus servicios con una serie de proveedores y elegir su nomenclatura. Durante los últimos años su extensión ha crecido (.london, .museum, .travel) con objeto de dirigirse a públicos específicos con mayor eficiencia.
¿Y .amazon? Si bien los conflictos existen, tienden a resolverse con dinero. No será el caso de .amazon: la compañía ofreció más de $5 millones en Kindle para los ocho países amazónicos encolerizados por sus intenciones, sin éxito. Los políticos locales juzgan la cuestión en términos simbólicos e identitarios. Para Brasil, Ecuador o Colombia nadie debería poseer la palabra "Amazon", pese a que esté en inglés, más allá de las gentes del Amazonas.
Economía y política. Entran en juego otros factores. Si Amazon registrara hotels.amazon dejaría en una evidente desventaja competitiva a las agencias de viajes locales. ICANN lleva años tratando de acercar posturas, pero el desacuerdo interno entre las ocho naciones latinoamericanas ha desequilibrado la balanza en favor del gigante digital. La organización cree que Brasil o Perú, entre otros, simplemente están retrasando el proceso sin ofrecer propuestas concretas.
La propia legislación de ICANN les favorece, en realidad, dado que la organización prioriza el interés y la opinión de las naciones soberanas cuando se trata de cuestiones geográficas. Ahora bien, la selva no lo es. Y la pregunta sigue en el aire: ¿quién es "Amazon"?
Imagen: Marczok /FacetoFace