La Segunda Guerra Mundial tiende a interpretarse en formato rápido: los nazis eran el mal a extirpar y el resto del mundo, exceptuando un puñado de aliados, estaba contra ellos. Esta versión, aunque certera, sólo cuenta una parte de la historia. Sí, los nazis cometieron las mayores atrocidades de la historia de la humanidad, pero no lo hicieron solos. Su dominio del continente europeo durante años, y el exterminio de gran parte de su población, sólo se explica si alguien más les estaba ayudando.
Por descontado, Italia, Bulgaria o Rumanía, como aliados necesarios pero comparsas de un régimen todopoderoso, colaboraron con la Alemania nazi. No fueron los únicos. La colaboración con los nazis es aún hoy una herida que cruza el continente de punta a punta, porque implicó a grandes masas de población, quebró moralmente a los países invadidos por las tropas de Hitler y porque emborrona el relato posterior a la guerra, aquel en el que hubo un agresor y muchas víctimas.
La colaboración con los nazis es aún hoy una herida que cruza el continente de punta a punta, porque implicó a grandes masas de población, quebró moralmente a los países invadidos y porque emborrona el relato posterior a la guerra
Lo cierto es que, como ejemplifica el caso de Lituania, hubo más agresores. Slate ha publicado un extenso y documentado artículo donde explica por qué hay sectores de la sociedad lituana incómodos con la idea de que los lituanos colaboraron con los nazis en la búsqueda y exterminio de los judíos del país. El caso del país báltico se encuentra replicado en otras esquinas de Europa. Aquí hemos recopilado algunos casos significativos de cómo los nazis jamás actuaron solos.
1. El régimen Ustacha de Croacia
Uno de los regímenes más brutales creado bajo el amparo de los nazis fue el estado títere de Croacia, gobernado con mano de hierro por los nacionalistas fascistas croatas, el movimiento Ustacha dirigido por Ante Pavelic. La Ustacha fue el principal aliado de los nazis en Yugoslavia. Además de la persecución y aniquilación sistemática de judíos, los croatas se emplearon a fondo para terminar con sus enemigos étnicos y políticos dentro del Reino de Yugoslavia.
Entre otros hitos, la Ustacha controlaba el despiadado campo de exterminio de Jasenovac, donde miles y miles de serbios, la etnia dominante del reino durante su corta existencia, fueron represaliados. Cuando la guerra terminó, los croatas fueron asimismo perseguidos por los partisanos comunistas serbios de Tito, acusados de traición a la patria y colaboración con el régimen nazi. Se calcula que alrededor de 100.000 personas fueron asesinadas en el campo de Jasenovac.
2. Los nacionalistas ucranianos
Ucrania y Polonia vivieron algunos de los episodios más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial. En el actual oeste de Ucrania, por aquel entonces aún repartido entre el estado polaco, la Unión Soviética y parte de la actual Eslovaquia, los nacionalistas fascistas ucranianos colaboraron con los nazis en su lucha contra los soviéticos y contra los polacos del norte del país, además de trabajar mano a mano con las SS en la represión brutal y total de todos los judíos de la región.
Es algo que hemos visto recientemente en Ucrania: los rusos del este, y parte de la izquierda europea algo perdida en la materia, acusaban al Euromaidán de fascismo y de antiguos aliados de los nazis. La herida continúa abierta porque divide en dos a la sociedad ucraniana, y lo sigue haciendo. Los colaboracionistas ucranianos lucharon no sólo contra los rusos y contra los polacos, sino también contra otros ucranianos que de un modo u otro estaban haciendo lo propio con los soviéticos.
3. Miles de ciudadanos franceses
Francia fue ocupada en 1940 y divida en dos: por un lado, un territorio directamente ocupado y gestionado por las tropas nazis. Por otro, el Estado de Vichý, colaboracionista al igual que el eslovaco o la República de Saló italiana. En ambos, miles de ciudadanos franceses colaboraron pasiva o activamente con los nazis. Las cifras son inciertas, pero se calcula que el número de implicados superaba ampliamente a los 100.000 sólo en la Francia ocupada.
Los nazis necesitaban gestionar un país inmenso, pero no tenían personal suficiente. Para ello, se valían de profesionales cualificados y ciudadanos que ofrecían su ayuda a cambio de no ser reprimidos o de beneficios en el trato. Cuando Alemania perdió la guerra, muchos de ellos fueron represaliados de forma sumaria por los partisanos de la resistencia: fusilamientos, humillaciones públicas, vejaciones de mujeres que se habían acostado con alemanes y una larga lista.
4. El Gobierno de Hungría
La relación de Hungría con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial es muy compleja. Por un lado, el país observó con complacencia el ascenso nazi sobre sus vecinos del norte, especialmente Eslovaquia, y sobre los del sur, Yugoslavia. Hungría había perdido mucho territorio tras la Primera Guerra Mundial y, gracias a sus amistosas relaciones con Hitler, lo recuperó en la década de los '40. Sin embargo, una mirada más cercana revela distintos matices.
Al final de la guerra amagó con cambiar de bando, lo que provocó la invasión nazi del país y el ascenso de la Cruz Flechada, un grupo antisemita y fascista, al poder. Eso provocó miles de deportaciones y asesinatos de judíos
El Estado húngaro, dirigido por Miklós Horthy, colaboró en la represión de los judíos dentro de su territorio, pero se mostró más laxo de lo que Alemania deseaba. Hungría participó en varias campañas nazis contra enemigos cercanos. Al final de la guerra, en cambio, amagó con cambiar de bando, lo que provocó la invasión nazi del país y el ascenso de la Cruz Flechada, un grupo antisemita y fascista, al poder. Eso provocó miles de deportaciones y asesinatos de judíos húngaros.
5. El ejército finlandés
La Guerra de Invierno fue uno de los primeros conflictos que no envolvieron a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética atacó Finlandia a finales de 1939, apenas unos meses después del inicio del conflicto, con el objetivo de invadir el país al completo. Por aquel entonces, el país nórdico sólo contaba con dos décadas de independencia y había atravesado una guerra civil sangrienta entre comunistas y blancos durante la Primera Guerra Mundial.
El objetivo de Stalin era apoderarse de un territorio que históricamente había sido poseído y dominado por la Rusia de los zares. Fracasó y sólo pudo tomar Carelia. En consecuencia, el ejército finlandés, amparado por el gobierno del país, optó por aliarse con los nazis en la Operación Barbarroja. Las tropas de Mannerheim, héroe blanco de la guerra civil, participaron lateralmente en el terrible sitio de Leningrado, que mató de hambre a la ciudad durante más de un año.
6. Austria en su mayor parte
El dato lo ofrece Tony Judt en Postguerra: de los alrededor de 7.000.000 de habitantes de Austria durante la Segunda Guerra Mundial, unos 700.000 pertenecían al NSDAP. En total, un 10%, una cifra asombrosamente alta, sin parangón no sólo en cualquier sociedad democrática sino en la propia Alemania, donde menos personas estaban afiliadas el partido de Hitler. Austria colaboró en su mayor parte con los nazis porque formaba parte de su ser en primaria instancia.
Gracias a ello, el relato nacional de Austria después de la guerra pudo articularse en torno al victimismo, dejando a un lado el papel activo que tuvo en el nazismo
Sucede, sin embargo, que Austria salió muy bien parada durante la postguerra. Los aliados estaban interesados en mantener el país al otro lado del telón de acero, lejos del alcance soviético, por motivos estratégicos, pese a que fue el Ejército Rojo quien tomó Viena. Gracias a ello, el relato nacional de Austria después de la guerra pudo articularse en torno al victimismo, dejando a un lado el papel activo que tanto el estado como el pueblo como la burguesía tomaron en el nazismo.
7. La Eslovaquia de Jozef Tiso
Dada la imposibilidad logística de conquistar y dominar la totalidad del continente europeo, los nazis establecieron alianzas con países a los que no deseaban invadir pero que les resultaban de utilidad (Hungría, Bulgaria, Rumanía) y crearon estados vasallos que mantenían una ficción soberana a las órdenes de Alemania: Vichy, Croacia y Eslovaquia se cuentan entre estos últimos. En el país eslovaco, fue la figura de Jozef Tiso quien capitalizó el colaboracionismo con los nazis.
Del mismo modo que en Croacia o Hungría, Eslovaquia aplicó políticas de represión sistemática para con la población judía, todo ello en alianza con los nazis
Del mismo modo que en Croacia o Hungría, Eslovaquia aplicó políticas de represión sistemática para con la población judía. El régimen de Tiso primero reguló contra los judíos, más tarde los encerró en guetos al estilo de Polonia y finalmente comenzó a deportarlos a los campos de exterminio ideados por los nazis en la Solución Final. Al final de la guerra, la resistencia eslovaca trató de escapar del control nazi. El resultado: la invasión del país, al igual que en Hungría, por la Wehrmacht.
Qué pasó con la memoria del colaboracionismo
Estos son sólo algunos ejemplos que no dibujan el lienzo completo de los colaboradores con los nazis en el continente europeo. Al igual que en Lituania, tanto en Estonia como en Letonia también hubo ciudadanos bálticos que trabajaron con los nazis tanto en la deportación de judíos como en su legítima lucha contra la ocupación y la amenaza soviética. Idénticas escenas tuvieron lugar en otros lugares del este de Europa o de los Balcanes. Y también en Europa Occidental.
Ningún país ocupado o parcialmente controlado por los nazis se libró de ciudadanos colaborando con las tropas y las autoridades alemanas, ya fuera Bélgica, Holanda, Noruega o Dinamarca. Muchos de ellos podían hacerlo por razones ideológicas, pero otros por motivos instrumentales, ya fuera por la posibilidad de obtener poder político interno o por mera supervivencia. La ocupación fue larga y la vida de aquellas personas, en muchos casos, debía continuar hacia adelante.
Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó, admitir que medio continente había estado colaborando con los nazis era una verdad incómoda que no contribuía a reconstruir los estados occidentales. En Francia, Charles De Gaulle optó por la reconciliación tras la guerra civil soterrada vivida entre partisanos y colaboracionistas: Francia sería víctima y no parte. En Italia la lectura fue igual de amarga, dada la guerra civil de facto que enfrentó a miles de italianos durante años.
Fue el precio a pagar por ganar la guerra, pero también el lienzo incompleto de la Segunda Guerra Mundial. En los países comunistas las autoridades rusas necesitaban ganarse el favor de las poblaciones locales, y también vieron en la exclusividad de la culpa alemana una forma de expiar pecados, ganar favores y asentar su poder. Lo requerían tras haber ocupado el resto del continente de la mano de golpes de estado y amaños electorales.
Cuando la URSS cayó, para los nuevos países independientes, como Lituania, era complicado mirarse en los referentes de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial incluyendo la colaboración con los nazis, de modo que se dejó a un lado en favor de un relato nacionalista. Hoy, el colaboracionismo con los nazis a lo largo de Europa no es tabú, pero se sigue soslayando mediática y políticamente por motivos evidentes: nadie quiere ser asociado a los mayores criminales de la historia y nadie quiere dividir a sociedades donde el recuerdo de la guerra está aún presente.