Tanto en Estados Unidos como en toda Europa los políticos están empezando a decidir [cómo reabrir la economía del país][1]. Hasta ahora se ha dado prioridad a la salud de la población: [las restricciones siguen vigentes en casi todos los estados][2] y se han aprobado miles de millones en ayudas para aquellas empresas que han tenido que cerrar o para aquellos que han sido despedidos o cesados temporalmente.
El momento adecuado para empezar a abrir los sectores de la economía [ha sido objeto de debate][3], pero la historia nos muestra que después de una tragedia las vidas humanas suelen salir perdiendo a favor de los intereses económicos.
Como experto en historia [que ha escrito sobre el tabaco][4] y sobre [las secuelas de una epidemia en Nueva Inglaterra][5], Estados Unidos, he visto reflexiones parecidas ante enfermedades y creo que podemos aprender mucho sobre los dos brotes del siglo XVII durante los cuales los intereses económicos de unos pocos elegidos se impusieron en contra de las preocupaciones morales.
Durante el siglo XVI, los europeos se enamoraron del tabaco, una planta procedente del continente americano. Fueron muchos los que disfrutaron de las nuevas sensaciones que producía, tales como el aumento de energía y la disminución del apetito, y la mayoría de los escritos sobre el tabaco de la época destacaban sus beneficios medicinales, considerándolo una droga maravillosa que podía curar toda una variedad de dolencias. Sin embargo, no todos celebraron la nueva planta: El rey Jacobo I de Inglaterra [ya advertía][6] de sus propiedades adictivas y nocivas.
A principios del siglo XVII, los ingleses cada vez tenían más ganas de establecer una colonia permanente en el nuevo continente tras [sus fracasos][7] en lugares como Roanoke y Nunavut. La siguiente oportunidad surgiría a lo largo del río James, un río que desemboca en la bahía de Chesapeake. Tras establecer la colonia de Jamestown en 1607, los ingleses no tardaron en darse cuenta de que la región era perfecta para el cultivo de tabaco.
Sin embargo, los recién llegados no sabían que se habían asentado en una zona ideal para la propagación de la bacteria responsable de la fiebre tifoidea y la disentería. De 1607 a 1624, aproximadamente unos 7.300 emigrantes ingleses, la mayoría de ellos jóvenes, viajaron a Virgina. Para el año 1625 [solamente quedaban unos 1.200 supervivientes][8]: el levantamiento de los Powhatans locales en 1622 y [la escasez de alimentos inducida por la sequía][9] contribuyeron a la cifra de muertos, pero la mayoría pereció por enfermedades. La situación llegó a ser tan grave que algunos colonos, demasiado débiles para producir alimentos, [recurrieron al canibalismo][10].
A sabiendas de que estos relatos podrían disuadir a nuevos emigrantes, la Compañía Virginia de Londres distribuyó un panfleto en el que reconocía esos problemas, [pero insistía en que el futuro sería más brillante][11].
Así pues, siguieron llegando inmigrantes ingleses reclutados en los ejércitos de jóvenes que se habían trasladado a Londres en busca de trabajo y apenas habían tenido suerte. Desempleados y desesperados, muchos aceptaron convertirse en siervos a sueldo, lo que significaba que trabajarían para el dueño de una plantación por un tiempo determinado a cambio de un billete para cruzar el charco y una compensación al final del contrato.
La producción de tabaco se disparó y [a pesar de la caída del precio debido al exceso de producción de las cosechas][12], los dueños de las plantaciones pudieron acumular una riqueza considerable.
De siervos a esclavos
Hubo otra enfermedad que tuvo una gran influencia en los primeros pasos hacia la formación de lo que hoy conocemos como Estados Unidos, a pesar de que las víctimas se encontraban a miles de kilómetros de distancia. En 1665 la peste bubónica golpeó duramente a Londres y el año siguiente el [Gran Incendio][13] arrasó con gran parte de la infraestructura de la ciudad. Las cifras de mortalidad y otras fuentes de la época revelan que la población de la ciudad podría haber disminuido en [hasta un 15% o 20%][14] durante este periodo.
La proximidad temporal de ambas catástrofes no pudo haber sido peor para los dueños ingleses de las plantaciones en Virginia y Maryland. Aunque la demanda de tabaco no había hecho más que crecer, muchos siervos a sueldo de la primera oleada de reclutas [habían decidido fundar sus propias familias y granjas][15]. Los dueños de las plantaciones necesitaban desesperadamente mano de obra para sus plantaciones de tabaco, pero los trabajadores ingleses que podían haber emigrado al nuevo continente encontraron trabajo en su país reconstruyendo Londres.
Con menos mano de obra procedente de Inglaterra, había una alternativa que cada vez atraía más a los dueños de las plantaciones: el comercio de esclavos. Mientras que los primeros [habían llegado a Virginia en 1619][16], su número creció de forma significativa después de la década de 1660. En la década de 1680, [apareció el primer movimiento antiesclavitud en las colonias][17]; para entonces, los dueños de las plantaciones ya dependían de la mano de obra esclava importada.
Sin embargo, los dueños de las plantaciones no tenían por qué dar prioridad al tabaco, un cultivo muy laborioso. Durante años, los líderes coloniales [habían tratado de convencer a los dueños de las plantaciones][18] para que cultivaran cosechas menos laboriosas, como el maíz. Pero las cosechas de tabaco eran muy rentables y mantuvieron su cultivo comercial, recibiendo un barco tras otro de trabajadores destinados a la agricultura. La demanda de tabaco era más importante que cualquier tipo de consideración moral.
Puede que la esclavitud legalizada y la servidumbre ya no formen parte de la economía estadounidense, pero la explotación económica sigue presente.
A pesar [del acalorado discurso antiinmigración][19] del gobierno de Washington durante los últimos años, los Estados Unidos siguen dependiendo en gran medida de la mano de obra inmigrante, [incluyendo a los trabajadores del campo][20]. Su importancia se ha hecho aún más evidente durante la pandemia y el gobierno ha llegado a declarar a este grupo de trabajadores como "[esenciales][21]". Después del anuncio de Trump para [prohibir la inmigración][22] el 20 de abril, el ejecutivo [eximió][23] a los trabajadores del campo y jornaleros, [cuyo número incluso ha aumentado][24] durante el gobierno de Trump.
Así que incluso antes de los diferentes estados empezaran a sopesar la posibilidad de reabrir negocios no esenciales, los trabajadores el campo seguían con su labor, trabajando y durmiendo en condiciones cuestionables, con sistemas inmunitarios debilitados por la exposición a productos químicos y con acceso limitado a [una atención médica adecuada][25].
Sin embargo, en vez de recompensarlos por realizar estas labores esenciales, [algunos políticos del gobierno estadounidense están tratando de bajarles aún más los sueldos][26], ofreciendo a los propietarios de las cosechas rescates multimillonarios. Ya sea una plaga o una pandemia, la historia suele ser parecida y la búsqueda de beneficios acaba siendo más importante que la preocupación por la salud de las personas.
Autor: Peter C. Mancall, profesor de Humanidades en la Universidad del Estado de California.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.