En el quinto capítulo de la cuarta temporada de Black Mirror sucede algo paranormal: un perro empuña un cuchillo y se enfrenta a un ser humano. El perro, en realidad, no es tal: es simplemente una réplica de metal tan deudora de los robots originales de Boston Dynamics. Lo terrorífico está ahí, en la capacidad futura de una creación humana, autónoma y robotizada, de volverse en nuestra contra.
Charlie Brooker evocó los acontecimientos de aquel episodio (rodado en blanco y negro, al modo de terror noir, dedicado en exclusividad a la huida de una mujer de la sanguinaria obsesión de un robot cuadrúpedo) en los simpáticos vídeos que Boston Dynamics sube de tanto en cuanto a su canal de YouTube. Para Brooker, el futuro amable planteado por la empresa estadounidense tenía un claro reverso tenebroso, evocado tantas veces en otras películas de ciencia ficción.
Es una historia familiar para cualquier persona aproximada a la superficialidad del género: desde Terminator hasta Blade Runner, estamos acostumbrados a teorizar sobre la capacidad consciente y emocional de nuestros robots del futuro. Hemos teorizado y divagado tanto sobre cómo será el día en que el Apocalipsis Robot tenga lugar que, ahora, la escena en la que dos SpotMini se abren la puerta el uno al otro resulta familiarmente inquietante.
Porque no, no estás solo: el vídeo de Boston Dynamics es terrorífico, y media comunidad digital comparte tu temor y extraña sensación de desasosiego ante la escena retratada. No en vano, un SpotMini se acerca sigilosamente a una puerta, y ante la imposibilidad de abrirla (es un perro), llama a un colega para que le eche un cable. Y allí que aparece otro SpotMini pertrechado con una suerte de brazo extensible que analiza el pomo, lo mueve, abre la puerta y permite el paso para su amigo.
Colaboran entre ellos. Se comportan como una manada. Sí, es material digno de tus peores pesadillas.
Por el momento no hay nada que temer, claro. El ser humano aún está muy lejos de lograr que una de sus criaturas metálicas torne en autoconsciente. Pero eso no significa que el temor que infunde la nueva escena de Boston Dynamics sea gratuito: es completamente normal y está anclado en nuestra psique más interna.
La tecnofobia es vieja, pero se pasa
Pensemos, por un segundo, en nuestra capacidad para dotar de características antropoformas a todos los seres que nos rodean. El ser humano proyecta sobre sus mascotas su propia personalidad, y empatiza con bichos de metal y hierro del mismo modo que lo haría con un ser cercano. ¿Recuerdas aquel momento en el que medio-en-broma-medio-en-serio hubo quien denunció el maltrato al que los creadores de Boston Dynamics sometían a sus robots? Es el mismo proceso, solo que a la inversa.
El mecanismo es tan antiguo como conocido. En 1995, los investigadores Michelle Weil y Larry Rosen realizaron un estudio sobre el grado de tecnofobia entre miles de estudiantes de todo el planeta. Sus resultados fueron poco sorprendentes: en países como Indonesia, India, Polonia o Arabia Saudí, donde las nuevas tecnologías tenían un grado de penetración más bajo que en los estados occidentales, el porcentaje de alumnos con "ansiedad tecnológica" superaba (con mucho) el 50%.
Sólo en cinco países el porcentaje de estudiantes tecnófobos, definidos como aquellos que desplegaban emociones o actitudes recelosas hacia las nuevas tecnologías, quedaba por debajo del 30%. En esencia, ilustraba algo tan lógico como humano: el miedo a lo desconocido. La tecnofobia no tenía tanto de irracional como de inquietante novedad, un desconocimiento que, como en tantos otros aspectos de la vida, alimentaba cierta desconfianza.
Dos décadas después, en 2013, Anne Powell corroboró la tesis de sus colegas cuando analizó los resultados de más de 270 investigaciones históricas dedicadas a ponderar la tecnofobia de las sociedades modernas. ¿Las conclusiones? Al principio, la introducción de una nueva tecnología es disruptiva, revolucionaria y, en muchos casos, problemática para un buen puñado de usuarios no adaptados. Por lo que se desarrolla una tecnofobia latente, no siempre mayoritaria pero sí significativa.
La lectura positiva es que, con el paso de los años y la asimilación de los nuevos instrumentos, la tecnofobia desciende radicalmente hasta hacerse inexistente. ¿Quién hoy en día teme las disruptivas consecuencias del teléfono móvil, de la conectividad permanente o incluso de los dispositivos de geolocalización? Cada vez menos personas. La normalización de avances tecnológicos introducidos hace décadas permite que convivamos con ellas sin miedos o excesivas sospechas.
No es el punto en el que están los perretes de Boston Dynamics. Al contrario que los ordenadores o los teléfonos, los robots, nuestro concepto tradicional de robot, son aún elementos ajenos a nuestra vida diaria. No convivimos con ellos, no sabemos cómo enfrentarnos al cambio de paradigma que promueven, no tenemos herramientas emocionales o conceptuales para asimilarlos.
Todo ello, sumado a la proverbial tradición de la ciencia ficción de juguetear con un futuro distópico en el que caemos presa de la tiranía de nuestras propias creaciones, provoca que dos perros robóticos abriendo una puerta sin ayuda humana, en aparente acto de inteligencia suprema, nos revuelva las tripas. Aunque sea unos segundos. Pero si atendemos a nuestra experiencia, es normal: simplemente la inquietud perentoria se evaporará en el futuro.
Hasta entonces, ok. Tenemos permiso para estar un pelín aterrorizados.