Son múltiples las teorías sobre el significado y la función de Stonehenge, acaso uno de los monumentos prehistóricos más conocidos en todo el mundo. Se ha escrito mucho sobre su función ritual y funeraria; sobre su carácter cívico y religioso; y sobre su naturaleza astronómica. Quizá condense algo de todas ellas. Una de las hipótesis más recientes, propulsada por el descubrimiento de restos humanos provenientes del actual Gales, habla de un hipotético cementerio. La coincidencia en origen de los huesos y de algunas de las piedras sólo apuntala el misterio.
Sea como fuere, es evidente que Stonehenge tenía cierta relación con los astros. Y en concreto con el sol. Dos momentos del año aglutinan a una especial cantidad de público en torno al yacimiento arqueológico: el solsticio de verano y el solsticio de invierno. Es entonces cuando, de forma excepcional, los rayos del sol se alinean con varias figuras colocadas cuidadosamente en el centro del monumento. La luz cruza penetra por varios arcos y regala una estampa inolvidable.
Nada demasiado exótico. Todas las civilizaciones humanas han ordenado su tiempo y sus costumbres en torno a las estaciones. En torno a la rotación de la Tierra y su relación con el sol. Hoy en día sigue siendo así: celebramos la Navidad en las últimas fechas de diciembre en coincidencia con el solsticio de invierno, el punto en el que los días vuelven a prolongarse un puñado de minutos; y damos la bienvenida al verano durante las hogueras de San Juan, en pleno solsticio de verano. Fechas a las que los creadores de Stonehenge ya habían dotado de gran importancia.
Otros monumentos desperdigados a lo largo de Europa y del resto del mundo revisten características similares. Atrapan la luz tan particular que produce el sol durante los solsticios. Pero también lo hacen un buen puñado de construcciones humanas por casualidad. Sucede en las calles de casi todas las ciudades: hay una, dos o tres que quedaron orientadas exactamente hacia la puesta de sol durante el verano o el invierno. Y cuando llega ese día ofrecen un espectáculo visual tan magnífico como Stonehenge. Solo que por accidente.
Interesado por esta cuestión, Demeter Sztanko, un desarrollador aficionado interesado en las visualizaciones y las cartografías interactivas, ha creado un mapa que reúne a todas las calles orientadas tanto con el solsticio de verano como con el de invierno. No están todas las ciudades del mundo pero sí algunas de las más importantes. La abrumadora mayoría de los alineamientos son fruto del azar, aunque es interesante comprobar cómo la dirección natural de algunas ciudades, pongamos Nueva York, provocan que en determinados rincones se den con mayor frecuencia. La existencia de ensanches simétricos también contribuye.
Las calles marcadas en rojo marcan la coincidencia entre la dirección del atardecer durante el solsticio de verano y el amanecer del solsticio de invierno; y las marcadas en naranja la simetría entre la dirección del amanecer durante el solsticio de verano y el atardecer de invierno. Algunos ejemplos (todos los demás se pueden encontrar aquí):