Laci Green, la youtuber feminista más importante del mundo, ha causado un gran revuelo entre su comunidad de seguidores en las últimas semanas. Ha hecho dos videos donde dice haberse acercado al movimiento Red Pill. Quiere entablar un diálogo para comprender sus ideas y saber cuáles son sus demandas.
El problema es que este grupo es uno de los adversarios directos del feminismo de cualquier corte, una organización integrada casi totalmente por hombres que nace como reacción de rechazo a las conquistas sociales de las mujeres de las últimas décadas. Cientos de feministas han salido en protesta, repudiando el gesto de Green. No quieren ni que se hable con ellos ni mucho menos de ellos. La comunicadora por su parte defiende que el ambiente de muchas de sus compañeras se está convirtiendo excesivamente censor y tóxico, y que el diálogo con los que piensan distinto a ti es más necesario que nunca, para no vivir en una cámara de resonancia donde nada se cuestione y se pierdan puntos de vista disidentes.
Nosotros estamos de acuerdo con la actitud de Green, y por eso hemos querido acercarnos a The Red Pill, el pilar fundacional en video del movimiento masculinista. En el mundo anglosajón es ya vox populi, y en foros de hispanoparlantes también se empieza a ver cómo el mensaje de este video cala entre muchos usuarios. Parece el contrapeso necesario a tanta “ideología de género” que puebla los medios tradicionales, más necesario si recordamos que tuvo que financiarse vía Kickstarter frente a continuos boicots y desprecios por parte de la hegemonía. El relato entre los redpillers es claro: se trata de la verdad silenciada.
Como muchos de nuestros lectores asiduos sabrán, la que escribe esto es una feminista convencida, pero tengo que reconocer que ver este documental, satanizado desde fuera, ha sido mucho menos encolerizante de lo que mis prejuicios podían anticipar. Cassie Jaye, la directora e ideóloga del documental, es una mujer anteriormente identificada con el feminismo que nos introduce en un relato de iluminación. Hablando con los hombres de esta organización Jaye ha descubierto lo que hay tras la cortina: los hombres también sufren, y la construcción de los relatos feministas desde los medios fabrica un reflejo opresor de quienes están tan perjudicados o más por el sistema que el de las mujeres. El feminismo institucionalizado está generando una misandria que está extendiéndose a todas las capas de la sociedad.
Pero tal y como se explica desde las críticas cinematográficas que se han hecho de la cinta, el argumentario que The Red Pill fabrica también tiene sus agujeros. Se nota bastante que el documental hace una selección capciosa de los datos que presenta, y que mezcla muy hábilmente una válida visión sobre la cuestión de género poco visible desde el mainstream con un punto falaz sobre las injusticias de género. Tanto para los que quieran acercarse al mensaje contrafeminista más aclamado desde los entornos hostiles hacia este movimiento como los que busquen matizaciones de las tesis que hacen los redpillers, aquí va nuestra propuesta de corrección.
Aclaración: en el documental aparecen con frecuencia puntuales sucesos reales de hombres perjudicados por mujeres interesadas. Son anécdotas que funcionan más como elección sesgada para generalizar sobre la maldad de las mujeres. Aquí no vamos a hablar sobre esas experiencias concretas, que pueden ser perfectamente verídicas, porque para detectar y corregir injusticias es mejor tomar un punto de vista estructural.
Es como si nosotros dijéramos que Paul Elam, el pope fundador de la comunidad Red Pill, figura más querida dentro del mundo de los “derechos de los hombres” y principal entrevistado de ese documental, ha cimentado una carrera antifeminista de millones de dólares viviendo de las rentas laborales de su hija, intimidando y amenazando con guardar silencio a sus anteriores esposas y al que se ha acusado de comportarse de forma violenta con sus nietos. Y eso por no hablar de los mensajes en los que instaba a celebrar el día de “golpea a tu mujer” o defendía que las mujeres persiguen ser violadas y, por tanto, cuando esto sucede es su responsabilidad.
No, eso son ataques personalistas contra individuos concretos que no ayudan a la objetividad en el diagnóstico.
1) “Mujeres y niños primero”: los hombres son la carne de cañón de la sociedad
Lo que aparece en The Red Pill
En los primeros compases del documental Jaye nos dispara con la siguiente ráfaga de datos:
Los hombres sufren el 93% de los accidentes mortales laborales. Tienen más probabilidades de sufrir cáncer y autismo, y aunque el cáncer de próstata mata tanto como de mama, el segundo se combate y se subvenciona muchísimo más. Los hombres están logrando menos estudios superiores que las mujeres, y encima son los que siempre se ocupan del los trabajos más duros. Este grupo padece alarmantes niveles de adicción a la pornografía y a los videojuegos, y su ratio de suicidios es cuatro veces mayor que entre las mujeres. Es mucho más habitual ver indigentes varones. Las mujeres viven, de media, cinco años más.
En la historia de la humanidad, quienes han combatido y muerto a mansalva en las guerras han sido y siguen siendo los hombres.
Y Lo que no aparece
Son cifras escandalosas y, sí, en la mayoría de casos ciertos (algunos no, como veremos). Eso no significa que estemos señalando al responsable adecuado. Nada de esto tiene que ver con las feministas, sino con la cultura de los hombres.
Sí, las mujeres viven en EE.UU. cuatro años y medio más que los hombres (una pequeña ventaja biológica femenina, aunque también influye que las mujeres tendamos a vigilar más nuestra salud); pero la diferencia de financiación del cáncer de mama y de próstata proviene de los distintos efectos que tienen: el cáncer de mama afecta a muchas más mujeres jóvenes mientras el de próstata actúa principalmente en hombres mayores. El Estado suele primar el cuidado de las personas en edad laboral y fértil, que en este caso se trata de las mujeres. Además, el cáncer de mama puede matar a tanta gente como el cáncer de próstata, pero el de mama es 25 veces más común. Y curable.
Los hombres se han encargado mayoritariamente de los trabajos duros y peligrosos. Por eso mueren mucho más en accidentes laborales (que sean trabajos más arriesgados influye también, por cierto, en que sus salarios sean mayores que en el de los trabajos de las mujeres). Red Pill se olvida de mencionar que por esa división del trabajo inherente al patriarcado las mujeres también salen perjudicadas con mayores índices de enfermedades musculoesqueléticas, respiratorias, enfermedades infecciosas y parasitarias o trastornos reproductivos debidos a exposiciones químicas como le ocurre a las mujeres de trabajos feminizados como el cuidado doméstico, la limpieza o el trabajo en la cadena de producción.
Hay algo en lo que las mujeres trabajadoras también son especiales: su causa de muerte más común en el entorno laboral junto con el accidente de coche es el homicidio. Entre los hombres esta causa cae al décimo puesto.
Aunque cada vez más mujeres se incorporan a trabajos de riesgo (o se enrolan en las fuerzas armadas), alcanzando los niveles de los hombres, por suerte para todos nosotros podremos ir dejando poco a poco estos entornos hostiles: la tecnología y las mejoras en prevención laboral están ayudando a que las catástrofes laborales se conviertan en un reducto del pasado. La misma lógica deberíamos aplicarla a las bajas de guerra: en vez de intentar buscar que las mujeres mueran en el mismo grado en el frente, lo ideal es que mueran menos personas poniendo fin a los conflictos bélicos, cosa que ya está ocurriendo.
La mendicidad y el suicidio son una desgracia para los hombres. Una calamidad que muchas feministas han señalado frecuentemente: en el fondo, es esa misma cultura masculina que les impide exteriorizar sentimientos o que les insta a ser más arriesgados laboral y financieramente la que acaba haciéndoles daño.
2) No tenemos en cuenta el sacrificio masculino hacia el hogar
Lo que aparece en The Red Pill
Paul Elam lo explica así: las feministas se quejan de que el hombre como proveedor económico hace que las mujeres no tengan autonomía, que estén sometidas. Lo que no dicen es que esa supuesta supremacía en el hogar es en realidad un sacrificio que los hombres hacen hacia sus familias. Jornadas de 10, 12 horas diarias fuera de casa para alimentar al resto de miembros del hogar, movidos por el amor, aguantando ansiedad y miedo a perder el trabajo y no poder sustentar a esposa e hijos.
Y lo que no aparece
Poco que objetar, muchos, la mayoría de hombres trabajan para sustentar a sus familias. Las mujeres también. En 2010 las mujeres eran el 47% de la fuerza laboral de Estados Unidos. El gobierno prevé que para 2018 esa cifra haya ascendido al 51% del total, el mismo porcentaje que ocupan demográficamente.
Hay que partir de la base de que la familia tradicional se está diluyendo y de que caminamos hacia una sociedad más atomizada, donde cada uno deberá saber sustentarse a sí mismo. También sabemos que las mujeres tienden más a aceptar trabajos de menos de la jornada completa, que se equilibra muy bien con el porcentaje de horas de cuidado de los hijos y del hogar que las mujeres hacen de más frente a los hombres. Eran curiosos los datos a los que llegaban investigadores australianos: sumando todas las horas de trabajo, interno y externo, la mujer trabajaba de media 61.4 horas semanales, y el hombre 55.
La sociedad está caminando a una mayor equidad en el reparto de todas las tareas. Las mujeres cada vez trabajan más horas fuera de casa y los hombres dentro. La división de roles muere poco a poco, y con ella también el "sacrificio" masculino (que, no nos olvidemos, también impedía que las mujeres pudieran independizarse económicamente hace un puñado de décadas).
3) Las paternidades castradas: el problema de la custodia compartida
Lo que aparece en The Red Pill
Otra de las críticas más consagradas entre los reaccionarios del feminismo. Datos de The Red Pill: los juzgados le otorgan a las mujeres el 80% de las asignaciones de las custodias. Mientras tanto los hombres, que pierden la opción de ejercer de padre y cuidar a sus queridos hijos salvo un puñado de días al año, deben seguir pasándole la pensión a las madres.
Y lo que no aparece
Hay que partir de un importante punto al hablar de las custodias compartidas: no se trata de beneficiar a los padres o a las madres, sino a los niños. La mayoría de Estados no redactan sus leyes sobre asignación de la custodia segregando por sexo, es decir, no hablando de si es mejor contentar a los padres o las madres con el premio de la custodia, sino buscando como principal objetivo el bienestar del niño. No existe un "derecho a la paternidad o maternidad", pero sí hay normativas para proteger la infancia. Los niños no deberían ser un objeto de reparto.
Algo ha cambiado mucho entre los años en los que se implanta el divorcio y los tiempos actuales en los que las mujeres se han convertido en otra entidad económica igual dentro del hogar: cuando las mujeres actuaban principalmente a los ojos del Estado como la parte reproductora y los hombres como la productora, era lógico que las mujeres mantuvieran a los niños tras una separación y que los hombres aportasen la manutención del niño. Pero todo eso se está acabando gracias al fin de la división de roles y al reparto equitativo de las cargas.
Las estadísticas dicen que en los hogares las madres siguen pasando de media mucho más tiempo con los niños que con los padres. Como los juzgados tienden a favorecer al tutor con el que el menor tiene un lazo afectivo más desarrollado, de ahí que suela ser la madre. Lo positivo es que, a medida que los hombres se reponsabilizan más de los hijos y pasan más tiempo al cuidado del hogar, como poco a poco está ocurriendo, estamos viendo cómo las concesiones de custodias compartidas con un reparto de horas equitativas están creciendo.
Cifras de España: en los ocho años que van desde 2007 hasta 2015, la custodia principal para la madre ha pasado de otorgarse del 85.5% al 69.9% de los casos, mientras que la custodia compartida ha subido del 9.7% 24.7%. Y ya que estamos, aunque los hombres siguen aportando una pensión a los hijos con una cuantía monetaria mayor que la madre, esta brecha también está cayendo, y la mujer puede aportar en torno al 40% de la pensión infantil.
Es innegable que el sistema ha perjudicado por muchos años, sobre todo en los tiempos recientes, a esos padres que después de una separación querían activamente ejercer como tal y cuidar a sus hijos, pero estamos en un interesante momento de transición, y cada vez será más frecuente la tutela compartida.
Aunque hablando a nivel porcentual, los padres que han querido mantener el cuidado de sus hijos no son tantos como pintan los movimientos masculinistas. De esas 80% asignaciones que recaen en las madres que cita el dicumental, la inmensa mayoría suelen ser de mutuo acuerdo, es decir, que los padres están conforme con que las madres se conviertan en el cuidador principal. En EE.UU. sólo el 4% de los casos de custodia (mayoritariamente hombres intentando ver más a sus hijos) fue a juicio, y de ese porcentaje sólo el 1,5% de ellos termina en litigio de custodia. Otra buena noticia: más del 60% de los hombres que llevan adelante el litigio suelen conseguir más horas de visita.
4) Las mujeres son tan violentas como los hombres
Lo que aparece en The Red Pill
Resultados de estudios de la CDC (el organismo más importante del Gobierno y parecido al CCAES español) de 2014: Un 31.5% de las mujeres ha sufrido a lo largo de su vida en alguna ocasión un acto de agresión física por parte de su pareja. Pero un 27.5% de los hombres también ha sufrido malos tratos de su pareja. ¿Por qué se presenta entonces en el imaginario popular una y otra vez a la mujer en la posición de víctima y al hombre como agresor cuando es algo mucho más equilibrado?
Otro dato, tan alarmante o más: mientras todos los trabajadores y trabajadoras pagan impuestos, éstos van a parar a la subvención de refugios de mujeres para luchar contra el maltrato doméstico. Sin embargo, en Estados Unidos, mientras hay miles de estos centros en todo el país para ellas, sólo existe uno para hombres maltratados.
Y lo que no aparece
Este es quizás el punto más interesante y, desde luego, revelador del documental de Jaye. ¿Cómo es posible que la violencia de la mujer al hombre ocurra en un porcentaje tan alto mientras toda nuestra cultura asume que el agresor siempre es el hombre? Se han hecho multitud de estudios sobre la agresividad tanto individual como hacia la pareja, y aunque los resultados varían significativamente entre ellos sí que se concluye que las mujeres muestran tasas de violencia reseñables: un estudio estadounidense de 1992 indicada que hasta un 39% de las participantes afirmaba haber cometido algún acto de violencia doméstica de bajo nivel en algún punto de su vida.
El problema es la catalogación de qué actos se entienden como violencia doméstica. Por ejemplo, en los estudios se recoge la agresión como respuesta a una amenaza física por parte de tu pareja como un acto de este tipo. Es decir, que las personas que se defienden de un maltratador están técnicamente comportándose de forma agresiva hacia su compañero y hacen engrosar esa cifra de mujeres maltratadoras de los estudios.
No obstante sí hay un porcentaje de actos de violencia llevados a cabo por mujeres que son auténticos problemas de ira, motivados por causas tan variopintas como que el hombre "no me escuche", "no va a pegarme de vuelta" o "buscando que haga caso a una de mis órdenes". Así que en eso tienen razón, hablamos poco de los comportamientos violentos de las mujeres. Lo que por supuesto no evita que la violencia del hombre contra la mujer siga siendo un problema social de mucho mayor calado: las lesiones físicas que reciben las mujeres son más contundentes y siguen muriendo muchísimas más mujeres a manos de los hombres que viceversa.
Los investigadores además han encontrado una correlación entre la disponibilidad de servicios de violencia doméstica, un mayor acceso al divorcio, mayores ingresos para las mujeres y mejoras en las leyes con la disminución de la violencia ejercida por las mujeres contra los hombres en los últimos tiempos. A mayor libertad e igualdad en las relaciones, menos violencia se ejerce.
Tampoco hay que olvidar que los estilos de agresiones son bastante distintos entre géneros. Los estudios apuntan a que es mucho más habitual que los hombres golpeen, asfixien o estrangulen a sus parejas, mientras que el acto de agresión física más común entre las mujeres es arrojar objetos o pegar con ellos, pegar patadas, morder o dar bofetadas.
Otra de las cosas interesantes es la percepción de la agresión por parte del compañero, donde las estadísticas también apuntan a que hombres y mujeres no lo ven de la misma manera. El 70% de las víctimas femeninas anotaban que su respuesta a una agresión de su pareja era la de estar "muy asustadas" por lo que su pareja fuese a hacer, mientras que el 85% de los hombres citaban que su respuesta era la de "no tener miedo" ante el ataque de una mujer.
Sí, hay infinitamente muchos menos refugios masculinos frente a los femeninos (aunque determinados países están haciendo esfuerzos por añadir más a su red contra el maltrato), pero incluso cuando se mantienen algunos de estos centros no llegan nunca a completar aforo, mientras una de las protestas habituales de los trabajadores sociales es la de que la demanda de plazas femeninas es mayor que la que el Estado provee en sus centros de auxilio.
Por otra parte, y en esto también están de acuerdo muchos grupos feministas (cosa que no comparten todos los hombres del activismo antifeminista), es positivo que la sociedad ponga en su agenda la violencia que sufren los hombres. Ocurre lo mismo en el caso de agresiones sexuales (cometidas en un porcentaje mucho mayor por otros hombres que por mujeres) o de ataques de bullying: los hombres tienden a reprimir y ocultar la violencia que sufren por miedo a ser vistos como menos fuertes. La cultura de la masculinidad ha entorpecido el desarrollo psicológico de los hombres al pedirles que se guarden sus emociones y no se muestren vulnerables, así que cuando los hombres empiecen a denunciar en mayor grado los ataques de violencia que sufren en sus hogares, cuando la sociedad deje de verles como pusilánimes, podremos ayudar a tratar mucho mejor a esas víctimas.
5) ¿Y qué hay del control reproductivo de los hombres?
Lo que aparece en The Red Pill
“Las mujeres tienen mil recetas anticonceptivas. Hormonas, DIU, ligamientos y en última instancia el aborto. ¿Nosotros? O te pones el condón o te haces la vasectomía". Esto es un problema, para estos hombres, por dos motivos. Primero porque una mujer puede poner mil barreras para tener hijos y puedes encontrarte con no poder dejar descendencia en el mundo por la resistencia de tus parejas. Y el segundo: por eso mismo te la pueden liar, cosa que ampliaremos en el segundo punto. Las mujeres pueden engañarte y atarte para toda tu vida con los niños. En resumen, los hombres no pueden controlar el embarazo.
Y lo que no aparece
Es difícil determinar quién está más contento de que se esté terminando de desarrollar la "píldora masculina", si los hombres que van a poder abandonar el miedo a embarazar a sus parejas o las mujeres que están encantadas de que sean ellos los que tengan que hormonarse. Es comprensible que se investigase primero la píldora femenina porque en última instancia quien tiene que afrontar el embarazo es la mujer, pero también lo es que en los tiempos que corren los hombres puedan apuntarse a esta responsabilidad que debería ser compartida por las parejas. En cualquier caso, enhorabuena: dentro de nada los hombres también tendrán otra receta extra.
Por otra parte, tal y como apuntan algunos entrevistados de The Red Pill, es cierto que los hombres no pueden controlar los embarazos, pero pedir que ellos puedan decidir cuándo deberán las mujeres incubar a los hijos haciendo que su palabra esté por encima de la de la gestante, con todos los riegos y molestias que ello supone durante casi un año de la vida de otra persona, es una demanda de ciencia ficción.
Tan de ciencia ficción que se acaba de emitir una serie con esta premisa distópica al respecto.
Otro punto positivo para los hombres: si de verdad tienen tantos deseos de ser padres, existen miles de niños (sobre todo de más de tres años) esperando encontrar alguien que quiera ser su tutor en los centros de menores. Son niños y niñas que de verdad necesitan cariño y un hogar. Un hombre lo tendrá más difícil que una pareja para que el Estado les de la concesión de acogida (por aquello de primar los núcleos familiares donde hay más adultos con tiempo), pero no van a encontrarse con más barreras que la que tiene una mujer solicitante soltera.
6) Las legislaciones feministas promueven los fraudes de paternidad
Lo que aparece en The Red Pill
Son pruebas relativamente baratas que la tecnología pone ahora a nuestra disposición, y esenciales, según muchos hombres, para aclarar la responsabilidad del hombre en juicios por paternidad. Pueden darse casos de ex maridos que deban pagar la pensión por niños que biológicamente son de otros, entre muchos escenarios factibles y tenebrosos. Ese mismo lobby feminista que lucha para derrumbar leyes que ayuden a repartir la custodia de los hijos más equitativamente con los padres, también actúa en política para bloquear la legalidad de las pruebas de paternidad. En Francia ya es ilegal que los padres pidan una prueba de ADN.
Y lo que no aparece
Es curioso que el documental comente que las feministas con las legisladoras cuando ellos mismos reconocen que las mujeres no tienen ni de lejos el mismo poder politico que los hombres en la mayoría de países occidentales. Sigue siendo habitual ver grupos masculinos legislando sobre las cuestiones reproductivas.
La norma francesa a la que se refieren es una que en realidad está plenamente en práctica en otros países como Alemania o España. La información genética de una persona es un material tan sensible como cualquier otra información médica, donde se intenta proteger la confidencialidad del sujeto, en este caso del niño. En estos países europeos la práctica de pruebas de ADN están limitadas a los requerimientos de los médicos para tratar alguna enfermedad genética u otro tipo de anomalías. En realidad no están prohibidas las pruebas de paternidad, pero sí hay que tener una razón de peso y una autorización expresa de los jueces para poder solicitar una, que se realizan sobre todo de cara a los litigios por la custodia y el pago de pensiones.
En Alemania, por cierto, también hay una norma que obliga a las madres a informar sobre la paternidad de sus hijos en los litigios de custodia en caso de que existan dudas al respecto.
La limitación de las pruebas deriva de la doctrina "mantenimiento de la paz", por el cual la ley considera que la paternidad es potestad del tutor que ha criado al niño y no a quien simplemente ostente su código genético. Aunque puede parecer algo que perjudica a los hombres, la clásica imagen del hombre engañado por su pareja para criar al "hijo de otro", a esta idea se le puede dar la vuelta para ver cómo puede ir en contra de esos hombres. Si la mujer solicitase una prueba con la sospecha de que el niño no es de la persona de la que se quiere divorciar y se demostrase que no es biológicamente del esposo, esas pruebas podrían ayudar a defender que el hijo es menos suyo.
Para evitar todos esos entuertos, la ley reconoce que la razón principal para determinar la paternidad es el haber cuidado del niño. Y es lógico, ya que la consanguinidad como justificación para determinar cuál es tu legítima descendencia es un concepto en declive.
Acerca de The Red Pill
Ver este documental no es en absoluto reprobable. Es interesante ver todos los puntos de vista sobre un debate. Pero como le ocurrirá a las personas con unos pocos conocimientos sobre el feminismo, muchas de las quejas por el sufrimiento de los hombres que se ven en esta cinta han sido tratadas por el movimiento desde hace muchas décadas.
Que los hombres se desprendan de los valores nocivos que transmite la masculinidad va a ayudarles a desarrollarse emocionalmente mucho más; la independencia e igualdad de las mujeres podrá ayudar a que el reparto de nuestras tareas en sociedad (el trabajo o la paternidad entre ellas) sea mucho más justo. Y en general, la erradicación de valores competitivos por otros más diplomáticos ayudarán a la paz social. Es paradójico que un documental que intenta criticar al feminismo demuestre punto por punto cómo ellos mismos necesitan de su teoría para validarse.