El siglo XIX fue un gran siglo para la industria cartográfica. El progresivo descubrimiento de todos los rincones del mundo y las mejoras tecnológicas y científicas introducidas al albur de la revolución industrial permitieron a hombres como J. H. Colton montar auténticos emporios cartográficos. Suya fue una de las principales empresas de la época, produciendo miles y miles de mapas. La mayor parte de ellos retrataban realidades políticas o geográficas de la época, pero hubo otros, más especiales, que optaron por la variante experimental de la cartografía. Como por ejemplo, su histomapa fluvial de la humanidad.
Hace poco hablamos de un proyecto parecido, realizado por John B. Sparks a principios del siglo XX. Como aquel, el mapa-gráfico de Colton, publicado por primera vez en 1842, aspira a condensar toda la historia de la humanidad en una sola imagen. Y como el de Sparks, está lleno de múltiples prejuicios y errores comunes a la visión del mundo imperante en la época. Donde el uno lo tintaba todo de prejuicios raciales, el otro optaba por introducir el inicio de todo en la creación divina. Pero ambos son interesantes. Y en el caso de Colton, riquísimo por su síntesis de historia política a través de un sistema fluvial.
El histomapa de Colton opta por fijarse en los ríos para diseccionar los acontecimientos más relevantes de nuestro pasado, creando afluentes y cauces principales en función de la importancia de cada estado o civilización. Así, el Imperio Romano es un gigantesco cauce del que se desprenden, tras años de dominio, decenas de riachuelos más pequeños que poco a poco van cobrando importancia (o que, llegados a otro punto, se desintegran, como es el caso del Imperio Español). El mapa original se puede encontrar en el infinito catálogo de David Rumsey, y contaba con más de un metro de largo.
Como siempre, lo interesante aquí no es tanto la exactitud histórica de los hechos narrados por Colton en su enorme río universal sino su ambición y su calidad en la representación gráfica. Se trata de un proyecto singular y muy original, pero en su momento hubo otros igual de fascinantes. Atlas Obscura repasa algunos de ellos: desde el Der Strom der Zeiten de Friedrich Strass de 1803 hasta el Picture of Nations de Emma Willard publicado treinta años más tarde. Todos ellos ambicionaban retratar la historia del ser humano en una época, el siglo XIX, donde se traspasaban continuamente los límites de la ciencia y la técnica.
J. H. Colton produjo numerosos otros mapas desde su empresa, muy boyante en aquella centuria. Este es un excelente ejemplo de su talento y del de los cartógrafos a su cargo: la Antártida retratada en una fecha tan temprana como 1872, casualmente el año en que Roald Admundsen nació (el primer hombre que llegaría al Polo Sur). Ninguno tan intrigante como su histomapa-río.
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