El día 16 de enero, Javier Ruescas publicaba este post en su página de Facebook. Javier, escritor español de literatura juvenil que ha publicado novelas de enorme éxito como Play y Pulsaciones, estaba bastante descontento. Descontento por no decir enfadado.
El motivo, según las palabras del propio autor, era haber descubierto esa misma mañana la valoración que se hace de sus novelas en las reseñas colgadas en la web de la cadena de librerías Troa.
Hasta aquí, todo podría parecer una autorada. Un apretar los puñitos porque hablan mal de tu obra. Pero no es el caso. Lo que Javier pone de manifiesto es el cuestionable tratamiento que reciben en Troa varias novelas juveniles con una característica en común: en ellas aparecen personajes LGTB. Para ilustrarlo, cita varios ejemplos como este párrafo correspondiente a la reseña de su novela El (sin)sentido del amor “Se ve forzada la introducción de un personaje homosexual sin que juegue ningún papel en el argumento teniendo en cuenta que es un libro dirigido a lectores jóvenes”.
Dicho así, parece bastante evidente la homofobia que destilan estas palabras; a fin de cuentas, si simplemente se quiere recalcar que existe un personaje que parece no tener sentido en la trama ¿qué necesidad hay de concretar que se trata de un “personaje homosexual”?
Sin embargo, al explorar la web de Troa descubrimos que estas valoraciones tan particulares van mucho más allá de la literatura juvenil. El afán de protección al lector se extiende también a la novela para adultos y abarca todos los géneros literarios, ya sea novela, ensayo o poesía. Es más, ni siquiera los clásicos literarios, los que unanimemente se consideran vacas sagradas, están libres de pasar por el ojo crítico de la librería. Esto dice, sin ir más lejos, de las obras cumbre de tres pesos pesados de la literatura, Stendhal, Beauvoir y Kerouac:
Rojo y negro, de Stendhal:
[...] La tesis del autor resulta negativa, la conducta de los protagonistas es inmoral y se ofrece una visión falseada del clero.
El segundo sexo, de Simone de Beauvoir:
[...] un estudio sociológico, psicológico e histórico, además de su desenfoque de fondo, incurre en numerosos tópicos.
En el camino, de Jack Kerouac:
[...] En un ambiente dominado por el alcohol, las drogas y las orgías, para uno de los personajes centrales sólo parece existir una preocupación: el sexo. Las escenas crudas se repiten a lo largo de sus páginas, con toda naturalidad.
Cuanto menos, llama la atención. Pero ¿a qué se deben estas reseñas literarias tan particulares? Si atendemos a lo que nos cuenta su página web, uno de los objetivos principales de Troa es “fomentar una más completa formación de la persona y desarrollo de la sociedad desde una concepción cristiana del hombre”. Para conseguir este objetivo se valen de un sistema de doble valoración, uno de ellos basado en la calidad literaria del libro (se mide en estrellas) y otro en el contenido (se mide en pulgares).
Así pues, aquellas obras que reciben la máxima puntuación (cinco pulgares hacia arriba) son “libros que contienen valores positivos de interés para recomendar a todo tipo de lectores” mientras que aquellos que obtienen la más baja son libros que “pueden herir la sensibilidad del lector por sus planteamientos de fondo y por la forma en tratarlos”.
En resumidas cuentas, Troa lo que pretende es recomendar aquellas novelas que constituyen, por decirlo de alguna manera, alimento para el alma y el espíritu. De ahí que obras con personajes rectos y valores morales irreprochables como El señor de los anillos o Matar a un ruiseñor reciban la máxima puntuación en cuanto a contenidos mientras que otras con personajes menos puros de corazón reciban una calificación tibia —El guardián entre el centeno— o directamente mala —Tokio Blues—.
Complementando a este sistema, encontramos una reseña de la obra que en ocasiones puede resultar algo delirante, especialmente cuando los contenidos han recibido una nota negativa. Por si alguien siente curiosidad, al final de este artículo hemos añadido unos cuantos ejemplos bastante llamativos.
Gustos muy poco inocentes: cuando cuestionamos el canon literario
Con todo, Troa no son los primeros en tratar de filtrar el corpus literario; solo hay que pensar en los principios que rigen los clubs de lectura. Y es que, por propia naturaleza inabarcable de la literatura, es necesaria la selección de obras. Una de las selecciones más conocidas es aquella que planteaba Harold Bloom en su obra El canon occidental, en la que proponía veintiséis autores indispensables para cualquier lector a la vez que criticaba lo que denominaba “la escuela del resentimiento”, es decir, aquellos académicos que según él, pretenden impulsar las obras relacionadas con minorías sin que importe su calidad literaria.
Para Bloom, todo lo que se saliese del canon distraía al lector de las obras que verdaderamente enriquecen su espíritu, algo parecido a lo que propone Troa. Para otros críticos, sin embargo, esto no es más que una excusa para permanecer dentro de lo que podríamos denominar una “zona de comfort literaria”, fomentando así la continua autovalidación y el refuerzo perpetuo de determinadas estructuras ideológicas. Así lo expresaba Fernando Gómez Redondo en su Manual de crítica literaria contemporánea:
El peso de la tradición y la continua validación de unas mismas lecturas son factores que ejercen un control crucial sobre la construcción y el mantenimiento de las estructuras ideológicas y estéticas que influyen en áreas sociales —la enseñanza: la relación de libros que deben leerse en cada nivel educativo—, políticas —nacionalismos y grupos étnicos: las obras que transmiten una identidad cultural— y de género —las lecturas que fomentan o critican conductas masculinas o femeninas, homosexuales u homófobas.
El derecho a la censura y el deber de cuestionarnos nuestras afinidades
Pero, volviendo al caso particular que nos ocupa, ¿Es censurable el criterio de Troa a la hora de hablar de las obras en según qué términos? La selección literaria es, en definitiva, un proceso dinámico que supone un diálogo entre el individuo y su entorno. Al elegir qué libros leemos actuamos como agente activo de la construcción de nuestra propia identidad como lectores (e incluso como personas). La literatura nos ayuda a contextualizar la realidad e interpretarla, por lo que somos absolutamente libres para filtrar qué tipo de características y valores queremos que impregnen este proceso cultural.
El lector nunca va a ser homogéneo porque no todos tenemos los mismos intereses ni concebimos el mundo de la misma forma. ¿Es legítimo entonces que una entidad privada ofrezca una reseña sesgada sobre una obra?
Por supuesto que sí. Es cierto que cabe cuestionarse la profesionalidad de Troa en relación la forma en la que están redactadas sus reseñas, ya no solo en cuanto al lenguaje utilizado, sino dado el hecho de que no advierten de que sus sinopsis constituyen opiniones subjetivas que a veces incluso “destripan” detalles de la trama. Sin embargo, mientras no se caiga en actos constitutivos de delito, son tan libres de establecer sus propios criterios de valoración como el lector de seguirlos. Igual que cualquier otro colectivo.
Dicho esto, y comparando el caso de Troa con otros grupos y entidades que ofrecen una literatura, digamos, filtrada en cuanto a contenidos, podemos poner en duda si es posible esta equiparación. Al fin y al cabo, cuando uno busca una lectura que, por ejemplo, pase el test de Bechdel o incluya personajes homosexuales o de otras razas o culturas, lo que busca es suplir una carencia y enriquecerse con lecturas que provienen de grupos que se salen de las tendencias generales.
Buscando respuestas sobre qué mueve el espíritu de la librería, encontramos que uno de los valores que vertebran la cadena es “Contribuir a la promoción y la difusión de la cultura y contribuir al desarrollo y crecimiento de los colectivos más necesitados”.
Quizá tanto nosotros como receptores como ellos como catalizadores de ese proceso debemos preguntarnos si este objetivo se ve cumplido cuando se constriñe y se censuran determinados contenidos y colectivos que ya de por sí han sido silenciados de forma generalizada en la cultura de masas. También si hacerlo no merma nuestra capacidad crítica, nos empobrece intelectualmente y si no nos hace, en general, menos libres.
Críticas de Troa a algunos de los clásicos antiguos y recientes de la literatura universal
Dioses menores, de Terry Pratchett
Se trata de una sátira cruel, despiadada e incoherente, en forma de fábula fantástica y cercana al absurdo, cuyo único objetivo parece ser atacar a la religión. Con juegos de palabras o citas ficticias, se habla de los "sótanos de la Quisión donde trabajan los exquisidores", aparecen nombres de profetas desfigurados pero fácilmente reconocibles, al igual que supuestas frases del Antiguo Testamento con cita también ficticia; por ejemplo, el "Septateuco".
El beso de la mujer araña, de Manuel Puig
Los protagonistas son seres marginados que buscan una identidad y una firmeza, pero siempre en un horizonte cerrado, sea el de la revolución o el de la satisfacción erótica. El panorama que estas dos almas ofrecen es triste y deprimente en tanto que no tienen esperanza. El tema de la homosexualidad está tratado con realismo crudo, aunque sin excesivos pormenores descriptivos.
Niebla, de Miguel de Unamuno
El diálogo final entre autor y protagonista, entre creador y criatura, muestra su falta de fe teologal y su voluntad de creer, alimentada precisamente de dudas. Estas incertidumbres, fruto de un deficiente conocimiento del espíritu cristiano, se plantean en esta obra sin ánimo de hallarles solución, sólo como testimonio de una dramática lucha interior que no tiene más solución que la muerte.
El nombre de la rosa, de Umberto Eco
En esta novela, Umberto Eco (n.1932), profesor de semiótica en la Universidad de Bolonia, trata de reconstruir el ambiente social e intelectual del siglo XIV en Europa. Hace objeto de un durísimo ataque a la Iglesia católica, tomando como punto de partida un enfrentamiento entre franciscanos y dominicos. Deja constancia -si bien de forma indirecta- de su ateísmo, y en alguna ocasión cita a la Biblia en un contexto que resulta blasfemo.
Bajo la misma estrella, de John Green
La obra, escrita con una intención que no tiene una finalidad primordial de carácter literario, es pobre en recursos narrativos y su estilo resulta demasiado coloquial, con un vocabulario vulgar. El autor refleja con acierto el drama de los padres, que tratan de ocultar su dolor ante sus hijos enfermos y procuran ayudarles y dedicar el mayor tiempo posible a atenderles. También acierta al perfilar la lucha de los enfermos para superar su mal y no perder la esperanza de sobrevivir. Sin embargo, el mutuo consuelo que se prestan los protagonistas está fundado en una relación amorosa reducida a la mera atracción física, lo que no parece muy verosímil dadas las circunstancias y duros los tratamientos a los que están sometidos. El autor concede una importancia primordial al sexo, y enfoca la muerte desde una perspectiva estrictamente materialista. Ninguno de los protagonistas tiene creencias religiosas y, mientras que el chico afirma creer vagamente en otra vida, su novia prescinde expresamente de tal posibilidad.
Los juegos del hambre, de Suzanne Collins
La obra enlaza elementos sentimentales y otros de una cruel violencia, que además se convierten en una retrasmisión televisiva de gran audiencia. Además de encerrar una evidente crítica a este tipo de espectáculos morbosos de masas, el argumento incorpora episodios de generosidad, de amistad, de afectos y de otros buenos sentimientos que compensan la dureza de la existencia de los personajes centrales, obligados a matar o morir por capricho de unos gobernantes despiadados y tiránicos. [...] Lamentablemente, los dos siguientes volúmenes que componen esta saga rebosan de violencia y crueldad.
Los juegos del hambre parte 3: Sinsajo, de Suzanne Collins
La crueldad y una violencia extrema y sangrienta envuelven todo el relato. La protagonista, aunque movida por una causa justa, con solo diecisiete años muestra una dureza y ferocidad impropia de esa edad, además de una historia personal poco edificante.
El código Da Vinci, de Dan Brown
El autor no pretende con este libro, carente de cualidades literarias, sino beneficios comerciales, a base de explotar de modo sensacionalista una serie de tópicos anticatólicos. En esta ocasión aparecen centrados en la Prelatura Opus Dei, a la que se pinta con tintes siniestros, acusándola, por una parte, de usar métodos coercitivos con sus miembros a base de castigos físicos y lavados de cerebro, y, por otra, de desmedida avidez económica.
IT, de Stephen King
Aunque el tema central es el terror y la intriga, el autor ha intercalado escenas y episodios de mal gusto y páginas donde el sexo se convierte en el protagonista.
Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson
El periodista es irreprochable en su planteamiento profesional.
La araña negra, de Vicente Blasco Ibáñez
Con unos impulsos juveniles que moderaría luego en el resto de su producción, Blasco Ibáñez acusa aquí su ideología anarquizante y rabiosamente anticlerical. "La araña negra" viene a simbolizar a los jesuitas, contra los que el autor se ensaña en éstas páginas de una forma verdaderamente punzante, atribuyéndoles toda clase de tropelías. Junto a ello, la novela recoge turbias historias pasionales.
La casa de los espíritus, de Isabel Allende
Casi todos los personajes llevan conductas permisivas o inmorales.Se describen con detalle violaciones, escenas de prostíbulo, abortos, etc. El tema religioso es tratado despectivamente.
Drácula, de Bram Stoker
El autor sitúa el relato en la Inglaterra victoriana, donde todos los personajes, salvo los vampiros, tienen conductas irreprochables, nobles sentimientos y unas creencias religiosas en las que se apoyan para combatir los poderes infernales.