De tanto en cuanto sucede. Estados Unidos acude a las urnas y el resultado es inextricable. Pasó hace veinte años y ha vuelto a pasar esta noche. A esta hora es imposible saber qué candidato obtendrá el suficiente número de compromisarios para ganar el Colegio Electoral. Pese a ello, uno de los dos, Donald J. Trump, actual presidente, ha sido rotundo: la victoria es suya, hay un intento de fraude en ciernes y el recuento debería detenerse, en tanto que el resultado es claro.
¿Qué está pasando?
Las encuestas. Primero, el contexto. La mayoría de encuestas entregaban la victoria a Joe Biden. El agregador de FiveThirtyEight, uno de los modelos predictivos más prestigiosos del país, "favorecía" las posibilidades demócratas en un 90% de los escenarios. Esto no significaba que Trump no tuviera posibilidades de ganar (un 10% sigue siendo un porcentaje nada desdeñable), sino que su camino hacia la reelección estaba repleto de obstáculos. Necesitaría circunstancias muy favorables.
La estrategia. ¿Cómo obtenerlas? Dos opciones: o bien movilizando a su electorado o bien desincentivando el voto entre las bases demócratas. La campaña republicana optó por lo segundo. La estrategia rotó en torno al voto por correo: tanto los legisladores locales de un puñado de estados clave como el propio presidente impulsaron o bien sistemas torpes y complejos para emitirlo o bien un clima de desconfianza y suspicacia en torno a su fiabilidad. Ahí se jugaban su éxito o fracaso.
Un ejemplo de muchos: Trump, ya en mayo, escribía lo siguiente.
Es imposible que el voto por correo no sea nada más que sustancialmente fraudulento. Los buzones serán robados, los votos serán falsificados e incluso ilegalmente impresos o firmados fraudulentamente.
¿Por qué? Porque el voto por correo, este año, tenía un claro acento liberal. En agosto, en torno al 70% de los votantes que deseaban remitir su sufragio por carta se declaraban demócratas. Se trataba de una cuestión de especial relevancia en 2020. Más de 100 millones de estadounidenses han votado anticipadamente a causa de la pandemia, un 76% más que en 2016. Si aquel inmenso causal de participación era mayoritariamente demócrata, como se esperaba, cualquier irregularidad en su recolección y escrutinio podría favorecer las opciones de Trump.
El orden. Se daba otra particularidad. En un puñado de estados clave a mitad de camino entre los demócratas y los republicanos (Wisconsin, Michigan y Pensilvania) el voto por correo se contaría después de haber cerrado las urnas y de haber contabilizado los sufragios físicos. Es decir, resultaba plausible que Trump obtuviera una ventaja inicial en el recuento... Antes de que el correo decantara la balanza en favor de Biden.
La campaña del presidente entrevió una oportunidad.
El plan. Durante los días previos a las elecciones algunos asesores de Trump, como Jason Miller, sugirieron en los medios de comunicación una negativa a aceptar cualquier recuento posterior a la noche electoral. Es decir, cualquier recuento del voto por correo, cuyo escrutinio tiende a ser aparatoso y muy paulatino en algunas regiones:
Creemos que tendremos más de 290 votos electorales durante la noche electoral (...) Así que no importa lo que [los demócratas] intenten hacer, qué clase de trucos o demandas legales o qué tipo de ideas absurdas traten de utilizar, vamos a tener los suficientes votos electorales para reelegir al presidente Trump.
Una idea reafirmada por el propio Trump más tarde. Sólo lo votado y recontado durante la noche electoral tendría validez. Cualquier desarrollo posterior de los acontecimientos, como era previsible, sería inválido. Trump confundía a propósito el recuento del voto con el voto en sí mismo, con el objetivo de restar legitimidad al recuento por correo:
Creo que es algo terrible cuando los votos pueden ser recolectados después de las elecciones. Creo que es algo terrible cuando los estados tiene permitido contar papeletas durante un largo periodo de tiempo una vez las elecciones han terminado (...) Creo que es terrible que no podamos saber los resultados de las elecciones la noche de las elecciones. Tan pronto como los comicios hayan terminado, vamos a hablar con nuestros abogados.
En este contexto, un reportaje de Axios levantó la liebre: la campaña de Trump estaba dispuesta a declararse victoriosa de forma prematura, sin esperar a que miles de votos por correo fueran contabilizados. Una vez tomara la delantera en Michigan, Carolina del Norte o Pensilvania, estados que debían dirimir quién llegaba a la Casa Blanca, proclamaría su triunfo.
Y sucedió. Es lo que ha pasado esta noche. Al cierre de las urnas y antes de que el escrutinio en lugares como Wisconsin incluyera el voto por correo, previsiblemente demócrata, Trump ha dado una rueda de prensa histórica en la que ha hecho suya la victoria, ha denunciado un supuesto fraude electoral, ha solicitado detener el conteo en algunos estados donde llevaba la delantera a Biden y ha anunciado que llevaría a la Corte Suprema, de mayoría conservadora, el asunto. En sus palabras:
Vamos a llevarlo al Supremo, queremos que todas las votaciones paren. No queremos que encuentren ningún voto a las cuatro de la mañana y los añadan a los resultados. Es un momento muy triste. Ganaremos esto. En mi opinión, ya hemos ganado.
También se pronunció en las redes, acusando al Partido Demócrata de "robar" las elecciones. El escenario es inédito en la historia de Estados Unidos. No tanto la disputa de los resultados o la enorme confusión en torno a un puñado de miles de votos, como los acontecimientos de Florida hace veinte años ilustran, sino la decisión de uno de los dos candidatos de arrogarse el triunfo antes de que el recuento haya terminado.
¿Qué puede pasar? A esta hora de la mañana, aún demasiadas cosas. El mejor ejemplo lo ofrece Wisconsin. Cuando Trump ofrece su rueda de prensa, una vez contabilizados los votos físicos, contaba con una ventaja de ~100.000 votos. La inclusión de los sufragios por correo ha revertido la situación. Con el 95% escrutado, Biden ha tomado la delantera por ~20.000 votos. Gran parte de los votos ausentes provenían de Milwaukee y otras zonas urbanas, por lo general de tendencia demócrata.
Otros estados. Hay al menos otros cinco estados clave donde el recuento no ha terminado y donde Trump cuenta con una ligera ventaja. Son Nevada, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte y Georgia. Existe la posibilidad de que en todos ellos Biden se imponga una vez se escruten los votos ausentes, pero también de que Trump retenga su delantera. En muchos de ellos el proceso será lento, fruto de las particularidades ya ancestrales de Estados Unidos (en un condado se han quedado sin tinta para la impresora y han paralizado el conteo para comprar más).
Pase lo que pase, los márgenes van a ser diminutos, menores en ocasiones al 1%. Estados como Wisconsin o Nevada se pueden dirimir por un exiguo puñado de votos.
WI Presidential Election Results
— Decision Desk HQ (@DecisionDeskHQ) November 4, 2020
Biden (D): 50% (1,572,151 votes)
Trump (R): 49% (1,553,512 votes)
Estimated: > 95% votes in
More results here: https://t.co/WSml3RdgJ2
¿Qué pasará? A priori, el viento sopla a favor de Biden, que puede remontar desventajas abultadas en estados como Pensilvania gracias al escrutinio del voto por correo en su ciudad más poblada y abrumadoramente demócrata, Filadelfia. La mayoría de los 1.400.000 votos aún no contabilizados en el estado provienen de sus barrios suburbiales y de clase media, tradicionalmente liberales, lo que permitiría a Biden neutralizar los 700.000 votos de ventaja con los que cuenta ahora mismo Trump (al 75% escrutado).
Es un doble efecto: no sólo el voto por correo, aún por sumar, tiene un claro sesgo demócrata, sino que además queda por incluir el de condados muy urbanos y progresistas. Son buenas noticias para Biden.
Pero, pero. En cualquier caso, las encuestas han fallado. Los sondeos concedían a los demócratas ventajas de hasta ocho puntos en Wisconsin o Michigan. Los resultados serán mucho más ajustados, lo que evidencia, de nuevo, la incapacidad de los encuestadores para identificar correctamente al votante de Trump. Similares lecturas se pueden extraer del Senado, cuyo control aspiraba a consumar el Partido Demócrata. No será así.
Las previsiones han fracasado. Y no es un fracaso menor, sino quizá el más sorprendente de la historia de Estados Unidos, más aún que el de 2016. En palabras de Henry Olsen, uno de los principales analistas de The Washington Post, dos días antes de las elecciones y en un largo análisis donde predecía una cómoda victoria de Joe Biden:
Los demócratas no deben temer nada. Este, mi sexto ensayo predictivo sobre las elecciones, es quizá el más sencillo: Joe Biden ganará con comodidad a no ser que experimentemos el mayor fracaso de las encuestas en la historia moderna. Los demócratas también obtendrán el control del Senado y expandirán su mayoría en el Congreso.
Algo sí debían temer.
Imagen: GTRES