España ocupa el primer puesto del ranking de consumo de benzodiacepinas del mundo: más de 91 dosis diarias de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes como el diazepam o el lorazepam por cada 1.000 habitantes, según el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Le siguen Bélgica, con 84 dosis diarias y Portugal, con 80, muy lejos de otros como Alemania, con sólo 0,04 dosis diarias. Su principal uso es tratar casos leves de ansiedad, insomnio o trastornos emocionales.
Mientras que este 2023 se ha reducido el consumo de drogas como el alcohol, el tabaco, el cannabis o la cocaína, un nuevo gigante se ha erigido en lo más alto de las adicciones: los hipnosedantes.
Los datos. Son más preocupantes si acudimos a la última edición de ESTUDES, la encuesta que elabora el Ministerio de Sanidad sobre las tendencias de consumo de drogas y otras adicciones entre los jóvenes de 14 y 18 años. Concretamente un 19,6% de los adolescentes confesaron haber consumido benzodiacepinas alguna vez en la vida. Eso son más de medio millón de jóvenes. Por otro lado, la encuesta Edades (también del Gobierno) indica que casi un 10% de la población española entre 15 y 64 años consume ansiolíticos de forma regular.
¿Qué son exactamente? Los hipnosedantes son un grupo de psicofármacos depresores del sistema nervioso central. En España estos medicamentos se comercializan hasta de 35 formas. Unos tienen efectos ansiolíticos, como el lorazepam (Orfidal), bromazepam (Lexatin) o Alprazolam (trankimazin). Otros tienen efectos sedantes o relajantes musculares, como el diazepam (Valium) o clonazepam (rivotril).
Todos ellos son benzodiacepinas y todos ellos requieren de una receta para poder ser adquiridos en una farmacia. Aunque el año pasado, la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc) pidió a los médicos que no prescribieran benzodiacepinas en población adolescente de 10 y 21 años para tratar problemas de ansiedad o insomnio y sólo se reservaran para problemas neurológicos y psiquiátricos graves, la mitad de los jóvenes afirma en la encuesta haberlos consumido sin receta médica.
¿Por qué? Hay muchos motivos pero ninguno que pueda explicar de forma rotunda el crecimiento drástico del uso de estos fármacos. Manuel Martínez, responsable de la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental, señala en este artículo que los cambios en los hábitos de consumo reflejan cambios sociales: "Entre esta población existe una creciente sensación de desesperanza y una mayor incertidumbre, asociada a la ansiedad. Es preocupante la falta de una estrategia para afrontar realidades dolorosas o difíciles y se buscan soluciones más fáciles".
En la misma línea se pronuncia Rafael Penadés, psicólogo clínico e investigador de l’IDIBAPS i del CIBERSAM en este otro artículo de Adictalia: “Sin duda alguna, los adolescentes son la franja de edad que ha salido peor parada de la pandemia en términos de salud mental. Se ha multiplicado por tres el número de cuadros clínicos de salud mental, con un aumento de las autolesiones, adicciones e incluso de tentativas suicidas. La sobreexposición a las redes sociales está altamente asociado a dificultades de autoestima, dificultades interpersonales y alteraciones emocionales. Cuanto peor se siente la persona, mayor abuso comete y así se cierra el círculo”.
Por último, Antonio Cano-Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, comenta en este artículo de El Español que el fenómeno tiene que ver más con cómo los jóvenes manejan peor las emociones que los adultos y “cómo el estrés está aumentando en esta población por distintos factores, como la fatiga de la interacción y el estrés económico, lo que puede llevar a problemas como no poder dormir y ansiedad".
No sólo fue el Covid. Pese a que muchos expertos hacen hincapié en el lastre que supuso la pandemia (y no andan desencaminados: su uso se disparó más durante los días del Covid), la escalada de los hipnosedantes comenzó mucho antes. Según los análisis previos de ESTUDES, en 1994, un 6,9% de los jóvenes los había usado una vez en su vida, pero en 2008 ya eran el 17,3%. Este consumo ha ido aumentando progresivamente desde entonces, pero el 2023 (ya en postpandemia) ha marcado un récord, triplicando los datos de las últimas tres décadas.
Adictos. Uno de los efectos secundarios que pueden tener las benzodiacepinas es el de provocar provocar adicción. Mientras se pretende aliviar un problema en un momento determinado se acaba generando dependencia y tolerancia en el organismo, por lo que cuando se suspende el tratamiento, se genera síndrome de abstinencia. Y más tarde cada vez se necesita una dosis mayor del medicamento para tener el mismo efecto. Los expertos, de hecho, subrayan su efectividad a corto plazo pero nunca en el largo plazo.
Esta adicción ha llevado a la creación de más áreas de desintoxicación en España dedicadas únicamente a las benzodiacepinas. Tanto es su consumo y la necesidad que se ha creado incluso un mercado negro entre los círculos juveniles, donde se trapichea con pastillas de ansioliticos a 2 euros. Quienes las venden suelen ser personas con acceso a recetas médicas. Y es un problema enorme.
Imagen: Unsplash (Bermix Studio)
En Xataka | Soy psicóloga y estoy sufriendo más ansiedad que nunca
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