273 casos en 2013 y 27 fallecidos en 2016. Hasta ahora, esos habían sido las cifras récord de la fiebre del Nilo Occidental en Europa. Récords que acaban de pasar a la historia: Solo desde el pasado mes de junio, se han dado más de 1.134 afectados y 85 fallecimientos, según datos del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades.
Países como Italia (35), Rumania (25) y Grecia (19) son los que acumulan más muertes dentro de la Unión. Serbia, con 29 casos, no se queda a la zaga. Y el brote no parece ir a menos: los 25 fallecidos de la semana pasada han hecho saltar todas las alarmas y el ECDC está investigando a qué se debe este inesperado y repentino aumento de casos.
Epidemiología de la complejidad global
En España, aunque han sido identificados casos desde 2004 (con casos en humanos bien documentados en 2012), no se ha visto afecta por este brote. El Virus del Nilo Occidental se transmite entre aves gracias a mosquitos infectados. Estos mosquitos pueden afectar a caballos y a seres humanos. Eso explica por qué los casos están relativamente concentrados en el sureste de Europa.
Sin embargo, hace tiempo que sabemos que la fiebre del Nilo es lo que denominamos una enfermedad emergente. El cambio climático, por un lado, que facilita que muchas enfermedades salgan de sus nichos ecológicos con facilidad y los procesos de globalización que hacen el mundo cada vez más pequeño, por el otro, se han convertido en aliados potenciales de este tipo de enfermedades.
Nos enfrentamos pues a la epidemiología de la complejidad global: una realidad nueva que no deja de señalarnos, una y otra vez, qué nos faltan instrumentos para combatir este tipo de enfermedades transnacionales. El brote, previsiblemente, se mantendrá hasta noviembre si las condiciones climáticas le son propicias. Luego quedará responder a una pregunta: ¿estamos ante una excepción o se trata del new normal?
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