Cualquiera diría que a los ingenieros de Silicon Valley no les gusta mucho comer. Si no, ¿a qué viene esa manía de investigar en temas relacionados con la comida? Hace ya tiempo que tratar de mejorar la calidad de los alimentos y las cosechas es una realidad, pero últimamente la fiebre por la "comida 2.0" parece haber calado hondo entre los emprendedores tecnológicos.
Lo estamos viendo en diversos escenarios y sobre todo en propuestas que están marcando tendencia. Soylent -hablaremos más adelante en detalle de ella- o Ambronite representan la nueva forma de mantener una dieta sana y equilibrada. Y aburrida, desde luego, añadirán muchos. Pero como es posible comprobar, hay todo un mundo de nuevos alimentos que según sus creadores son más eficientes y sanos.
De las series de TV a la NASA
Los más viejunos del lugar seguramente recuerden alguna de esas míticas series futuristas ochenteras en las que la comida que hoy nos plantean los ideólogos de Silicon Valley ya estaba en mente de aquellos guionistas y productores.
Aquellas cápsulas que se convertían en estupendos platos de pizza o de pollo no tienen mucho que ver con lo que vemos actualmente, pero sí parecieron confirmar una tendencia relevante pero menos popular en aquellos años: la que hacía necesario idear un medio de alimentarse alternativo en misiones espaciales.
La NASA fue sin lugar a dudas una de las grandes implicadas en el desarrollo de nuevas formas de alimentación para sus astronautas. La alimentación espacial, que guarda cierta relación con los alimentos militares MRE (Meal Ready to Eat) avanzó de forma notable en la última parte del siglo pasado.
La misión de Yuri Gagarin, el primer hombre que hizo una órbita alrededor de la Tierra, duró solo 108 minutos: Gagarin no tuvo que ingerir alimentos durante aquel viaje. Fue su compatriota Gherman Titov el primero en ingerir alimentos en el espacio en agosto de 1961. Los estadounidenses le cogerían el pulso a la carrera espacial poco después, y la NASA comenzó a utilizar alimentos deshidratados (0,58 kg por día y astronauta en el programa Gemini) . Luego llegarían las barritas alimenticias del programa Apolo, aunque en las últimas tres décadas se ha vuelto a los alimentos deshidratados a los que los astronautas añaden agua caliente o fría dependiendo del producto.
El impacto de aquellos desarrollos no ha sido demasiado notable en nuestro planeta -aunque hay estudios como este (PDF) que afirman lo contrario-, pero la NASA no ha cejado en sus investigaciones, y hace un año ya conocimos su proyecto para una impresora 3D que era capaz de "imprimir comida" dados una serie de ingredientes, algo que ya hemos visto en directo con proyectos como Foodini. La NASA también ha investigado el impacto del cambio climático en el futuro de la producción alimentaria, y es evidente que este organismo está especialmente implicado en este segmento. El testigo, no obstante, lo han recogido los nuevos emprendedores de Silicon Valley.
Llega la comida 2.0
Haya influido la NASA o no, lo cierto es que los nuevos emprendedores del segmento alimentario parecen no estar contentos con la forma en que producimos y consumimos los alimentos. Uno de los ejemplos es Hampton Creek Foods, una startup que entre otras cosas está desarrollando una alternativa al huevo tradicional de las gallinas pero que podría producirse sin necesidad de estos animales.
La idea, que a priori parece algo descabellada, tiene un contundente razonamiento económico. El CEO de la empresa, Josh Tetrick quiere revolucionar una industria que genera 60.000 millones de dólares al año. Los huevos de granja necesitan grandes cantidades de agua y hacen necesaria 39 calorías de energía por cada caloría de comida que producen. Tetrick afirma que pueden conseguir huevos basados en plantas que utilizan mucha menos agua y que necesitan tan solo 2 calorías de energía. Eso evitaría además el colesterol, las grasas saturadas, los problemas con la gripe aviar o los hipotéticos malos tratos que reciben estos animales. El resultado es un huevo que en esencia parece idéntico al convencional, pero que en las primeras pruebas no ha satisfecho en cuestión de sabores y de su comportamiento a la hora de prepararlo.
Los sustitutos de los huevos son solo una parte del enorme mercado que están moviendo estas comidas alternativas. La empresa Modern Meadow trata de hacer lo mismo con la generación de carne artificial o sintética, y lo mismo ocurre con Solazyme (grasas y proteínas procedentes de algas), Unreal Foods (golosinas "más sanas"), Beyond Meat (sustituto vegatal del pollo) y, por supuesto, las citadas Soylent o Ambronite que quieren sustituir una dieta convencional con bebidas que teóricamente aportan todo lo necesario para el día a día.
Todas ellas, desde luego, generan rechazo inicial. Ocurrió también con la famosa primera hamburguesa creada en el laboratorio, que se creó con el apoyo financiero del cofundador de Google Sergey Brin, y que la empresa Cultured Beef trató de defender como solución al problema de la creciente demanda de alimentos en el mundo.
Lo cierto es que el problema está ahí: cada vez más seres humanos pueblan nuestro planeta, y cada vez hay menos alimentos para todos ellos. En un estudio de 2011 de la Universidad de Oxford se demostró que la carne sintética necesitaría tan solo un 1% del terreno y un 4% del agua necesaria para ser producida en relación a los métodos actuales. Además, habría beneficios medioambientales como la reducción en un 96% de la producción de gases de efecto invernadero y un consumo energético un 45% menor que el de los medios convencionales. La llamada Frankenburger había nacido, pero a pesar de sus beneficios los críticos con esta creación de laboratorio eran escépticos respecto a sus beneficios.
Esa comida 2.0 está llegando a todos los ámbitos actuales, y otro ejemplo destacable es el de CafeinAll, un tipo de sustancia que se espolvorea sobre la comida o bebida y que aporta esa teórica dosis energética que normalmente la gente consume mediante el café o las bebidas energéticas. La empresa responsable de esta creación está poniendo en marcha una campaña en IndieGogo que tratará de dar validez a otro proyecto singular en este apartado.
El giro en esta nueva tendencia es evidente: hasta no hace mucho los procesos para mejorar nuestra alimentación se basaban en la mejora de las cosechas o de la producción de todo tipo de alimentos. Como indican en FastCo, la tecnología que ayudó a ese desarrollo también ha creado sus problemas. El fertilizante sintético nitrogenado está hecho de petróleo y los riesgos para el medioambiente -con problemas como las emisiones de óxido nitroso- son preocupantes según muchos críticos.
En lugar de eso la nueva revolución alimentaria está orientada a "producir lo que queremos sin que haya un coste medioambiental o un coste para nuestra salud". Paul Matteucci, un inversor de capital riesgo, explicaba las diferencias entre las tendencias pasadas y futuras:
En realidad hay dos tipos de emprendedores en el segmento alimentario. Están los que rondan las zonas de Berkeley o Brooklyn y levantan empresas orientadas al usuario final. Y luego está un grupo totalmente distinto de gente muy técnica que está desarrollando robots agrícolas, tecnología basada en sensores, sistemas de riesgo automático, nuevas tecnologías de empaquetado de alimentos y control de inventario relacionado con el big data para reducir los residuos. Estos últimos son los que resolverán los grandes problemas.
La inversión en este tipo de empresas se ha disparado en los últimos meses. Entre abril de 2012 y marzo de 2013 se invirtieron 103 millones de dólares en empresas de tecnología agrícola (un 150% más con respecto al año anterior), mientras que la inversión en empresas relacionadas con la alimentación fue de 350 millones de dólares, siete veces la inversión que se realizó en este campo en el año 2008. Es, sin duda, una de las tendencias actuales más relevantes en el sector tecnológico.
Os dejo, que voy a hacerme unos buenos huevos con chorizo y patatas fritas. A ver cuál es la startup que igual eso.
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