El sueño (o la pesadilla, según quién duerma) de mejorar nuestra propia especie mediante ingeniería genética es algo sobre lo que llevamos especulando durante muchos años. Sin embargo, el descubrimiento de la técnica conocida como CRISP (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats), basada en cómo las bacterias manipulan el ADN de los virus para inutilizarlo y así defenderse de ellos, va a permitir hacerlo posible mucho antes de lo esperado.
De un modo barato, sencillo y muy preciso, podemos utilizar una proteína (la Cas9 o la Cpf1), reescribir secuencias completas de ADN y crear seres humanos con ciertas características modificadas. La polémica está servida: ¿debemos hacerlo?
Nuestro origen
Hace unos 30 millones de años dos placas tectónicas, la africana y la india, se separaron formando el Gran Valle del Rift: una enorme falla que divide en dos el este del continente africano. Aparte de constituir una barrera natural infranqueable, su orogénesis cambió drásticamente el clima, ya que las cadenas montañosas que se formaron a su alrededor impidieron el paso de las lluvias hacia el oeste. El centro de África pasó de la selva a la sabana. Entonces, los primates arborícolas que allí habitaban tuvieron un gran problema: había menos árboles en los que vivir y mucho suelo para desplazarse de unos a otros.
Muchas especies se extinguieron, pero otras encontraron la solución evolutiva: caminar erguidos. Andar sobre dos patas liberó las extremidades delanteras de su función locomotora, por lo que pudieron servir para el siguiente, y quizá más importante, paso evolutivo: la construcción de herramientas. Hace unos dos millones de años los homínidos comienzan a fabricar diversos utensilios, condición sin la cual el cerebro no habría comenzado a desarrollarse y crecer y, en consecuencia, el ser humano tal y como es a día de hoy jamás hubiese existido.
El razonamiento es el siguiente: sin la separación de placas tectónicas que llevó al surgimiento de la gran falla del Rift, ¿hubiera surgido el ser humano? Seguramente que no. La evolución hubiese continuado, pero seguramente no hacia donde nos encontramos ahora mismo. Hubiesen surgido otras especies, quién sabe con qué cualidades, pero sin duda el hombre no sería cómo es a día de hoy. En este sentido, el azar, acontecimientos que nada tienen que ver con cualquier tipo de planificación previa tienen una importancia capital en la génesis de las especies.
¿Le debemos algo a la naturaleza humana?
No existe una naturaleza humana dada para siempre. Cualquier organismo vivo está sujeto a las leyes de la evolución, y el hombre no constituye excepción alguna. De aquí a 150.000 años, el homo sapiens sapiens será muy diferente a lo que conocemos ahora, incluso si no lo modificamos artificialmente. Es de un egocentrismo patético pensar que el auténtico ser humano somos nosotros ¿Por qué? ¿Por qué no otras fases evolutivas como neanderthal, habilis o incluso horrorin tugenensis? ¿Por qué homo sapiens sapiens es el máximo representante de la naturaleza humana y los otros no?
Somos fruto de una evolución ciega e inmoral. Hemos adquirido características en función de adaptarnos a los diversos ecosistemas que nuestros antepasados fueron encontrando durante eones de tiempo. Somos hijos de supervivientes natos, pero nada más. El mero azar fue modificando nuestras cadenas de ADN para que los más suertudos, los que tuvieron la fortuna de que esas modificaciones les aportaran ventajas evolutivas, sobrevivieran y los gafes se extinguieran.
No estamos aquí por ninguna cuidada planificación ni designio divino. Estamos aquí por haber ganado el premio en la macabra ruleta de la selección natural. Nuestras cualidades no fueron elegidas para hacernos seres superiores o más perfectos que el resto ni, evidentemente, para hacernos a imagen y semejanza de los dioses. Fuimos hechos para sobrevivir y reproducirnos, para pasar nuestra información genética a la siguiente generación, para nada más.
¿Fuimos diseñados para ser bondadosos? No ¿Para descubrir la verdad? No ¿Para crear belleza? No ¿Para ser felices? No. Bondad, honestidad, creatividad o felicidad son efectos colaterales de la darwiniana struggle of life, de la lucha por la vida, de la competición en la que solo sobreviven los más aptos.
Entonces, ¿qué diablos le debemos a esta naturaleza humana? Cuando hablamos de modificarla, muchísimas voces se alzan en contra sosteniendo que eso significaría jugar a ser dioses, que modificar la naturaleza humana solo nos llevará a crear monstruos, que el experimento se nos irá de las manos y tendrá un final fatal para todos. Enseguida recurrirán al mito de Frankenstein o a una de sus tantas revisiones modernas: Blade Runner, Gattaca o el célebre Brave New World de Aldous Huxley. Modificar al hombre solo nos llevará a lo inhumano, a lo antinatural…
Todas estas objeciones vienen de la estúpida idea de que nuestra naturaleza actual es sagrada y que todo lo que se aparte de ella es malo. Grosso error. No hay más que echar un vistazo a la historia del hombre, o encender la tele y ver las noticias, para darse cuenta de lo que es capaz nuestra divina naturaleza humana. La historia de nuestra maravillosa especie está llena de matanzas, genocidios, guerras… motivadas por envidias, rencores, venganzas, de enormes egos dispuestos a sacrificar miles de vidas por aumentar unos kilómetros la extensión de sus territorios o por sumar unos cuantos ceros a la cuantía de sus riquezas. La naturaleza humana no es, para nada, un ejemplo de valores éticos.
Ya están entre nosotros, ya lo hacemos y sería irresponsable no hacerlo
Pensemos en mujeres como Hedy Lamarr, una mente superdotada dentro de una de las actrices más bellas de la historia del cine. Igualmente en la actualidad, pensemos en la astrofísica Amy Mainzer, la ajedrecista y modelo de Playboy Charlie Riina; o en hombres como el neurocientífico francés Carl Schoonover o el biólogo Noah Wilson-Rich. Son guapos y muy inteligentes, personas a las que les ha tocado el premio gordo en la caprichosa lotería de los genes. Bien los podríamos denominar posthumanos accidentales, es decir, seres humanos que han tenido la suerte de nacer “genéticamente mejorados” antes de la llegada de la ingeniería genética.
Cuando nosotros la utilicemos, sencillamente, crearemos a más individuos como ellos. No será, en principio, otra cosa muy diferente ¿Es Amy Mainzer una aberración, un monstruo, un Frankenstein del Siglo XXI? Pues bendito sea Frankenstein si así lo es. Con total seguridad, viviríamos en un mundo mejor con muchos más como él.
Otra de las razones que se da contra el transhumanismo es que fue algo que practicaron los nazis. Por ejemplo, se establecieron programas de eugenesia en Suecia, esterilizando a la población lapona (a la que se consideraba inferior) para evitar que se mezclara con la raza autóctona, intentando mantener la raza aria lo más pura posible.
Del mismo modo, el holocausto judío también siguió (o se enmascaró con) motivaciones eugenésicas: exterminar la degenerada raza judía. Entonces, cualquier idea de mejorar la especie humana está en el imaginario colectivo identificado con el nazismo, con el doctor Mengele o, en general, con sistemas fascistas o totalitarios (curiosamente, no suele hablarse demasiado de las lamentables políticas eugenésicas llevado a cabo en un país tan democrático y liberal como es Estados Unidos).
Esta perspectiva es errónea por dos razones principales: primero, no podemos dar por válido el criterio “como lo hicieron los nazis ya es necesariamente malo”. Entonces caeríamos en estupideces como afirmar que “los nazis respiraban, por lo que respirar es malo”. No, seguramente que los nazis también querían a sus abuelitas y les llevaban flores como buenos nietos. Y segundo, nadie está hablando de racismo ni de exterminar ni esterilizar grupos étnicos ni, en definitiva, de hacer algo contra la voluntad de nadie. La eugenesia sería dirigida siempre a mejorar las cualidades de cualquier persona con un total respeto a sus derechos y libertades.
Veámoslo de esta manera: ¿qué hacemos cualquiera de nosotros cuando elegimos pareja? Un rostro bonito, un cuerpo bien contorneado y una conversación ingeniosa, son indicadores de buenos genes. Cuando elegimos una pareja con estas cualidades estamos, inconscientemente, seleccionando los mejores genes posibles para nuestros vástagos. Despreciar a una potencial pareja es un acto de esterilización, de evitar la propagación de ciertos genes. Cada vez que salimos a ligar estamos contribuyendo a la expansión de ciertas combinaciones de nucleótidos y a la extinción de otros, tal como hicieron los acólitos del Tercer Reich en Auschwitz. Sin embargo, nadie diría que es inmoral quedarte con la chica guapa y decir cortésmente que no a la fea.
Eso mismo llevamos haciéndolo durante milenios con las diferentes especies vegetales y animales. Si damos una vuelta por el supermercado y observamos la sección de frutas y verduras, veremos tomates, pimientos, naranjas… Podemos incluso constatar en sus etiquetas que están cultivadas siguiendo estrictas normas de agricultura ecológica y que no son transgénicas.
Bien, ¿son esas especies plenamente naturales? No, son fruto de miles de años de selección artificial. Los agricultores llevan milenios (desde que inventamos la agricultura) cruzando los especímenes que mejor se adecuaban a sus deseos. Por ejemplo, la coliflor, la col de Bruselas, el brócoli o el repollo, son descendientes de una especie de mostaza silvestre con poco valor nutritivo (y que se parece muy poco a sus descendientes). A base de ir seleccionando las semillas de los especímenes con las hojas más grandes, las yemas situadas en unas partes u en otras, el tallo más largo o más corto, etc. se fueron consiguiendo todas y cada una de las especies que contemplas en la frutería. Llevamos haciendo ingeniería genética desde los albores de nuestra civilización.
Y otro nuevo punto a favor. Si somos padres, cualquier persona vería éticamente reprobable el hecho de no darle la mejor educación posible. Si tenemos dinero y podemos permitirnos pagar una buena universidad pero no lo hacemos, nuestro hijo o hija nos lo podría reprochar: papá, ¿por qué no me diste las mejores oportunidades? Así, parece que lo correcto es dar a nuestros hijos las mejores herramientas para su educación: los mejores profesores, colegios, institutos, bibliotecas, etc.
Supongamos que podemos manipular el gen NR2B de nuestro vástago (supuestamente relacionado con el aprendizaje y la memoria, al menos en ratones), de modo que conseguimos que sea mucho más inteligente ¿Qué deberíamos hacer? Sigamos imaginando: nuestro hijo compite por un puesto de trabajo con otro joven y al otro, sus padres, sí que lo modificaron para ser más inteligente. Entonces nuestro chico pierde el trabajo. En el fondo, al no haber manipulado su genoma, ¿no hemos hecho lo mismo que si no lo hubiésemos mandado a los mejores colegios y universidades? ¿No hemos sido malos padres? ¿No dar a un hijo la mejor educación posible es malo pero no darle los mejores genes posibles no lo es?
Y más allá de la mera inteligencia. Si encontramos genes que tienen que ver con el mismo comportamiento moral (tenemos muchos candidatos: el AVRP1 o el MAOA), ¿no sería igual de irresponsable no cambiarlos? Estoy seguro de que existen genes que tienen que ver con ser más o menos altruista, dócil, obediente, generoso, paciente, compasivo… Con total evidencia, factores ambientales intervienen muchísimo en la construcción moral de la personalidad, pero los genéticos serán, seguramente, también importantes ¿Por qué modificar la personalidad mediante “factores externos”, como la educación, es considerado bueno mientras que hacerlo mediante “factores internos” es malo?
Estamos en el año 1889 y nos llamáramos Alois Hitler, es decir, somos el padre de Adolf Hitler y nuestra mujer está a punto de parir a uno de los mayores criminales de la historia… Entonces aparece un hombre del futuro y nos dice que con una sencilla operación, puede hacer de nuestro futuro hijo un hombre bondadoso, tolerante con los diferentes, y muy sensible y compasivo ante el dolor ajeno. Si dijésemos a ese hombre que no, ¿no estaremos siendo cómplices de la muerte de seis millones de judíos en las cámaras de gas?
El doctor Frankenstein del siglo XXI
A pesar de que la mayoría de la comunidad de genetistas siguen siendo cansinos defensores de la naturaleza humana actual y ponen barreras éticas mucho más estrictas que las que yo estoy defendiendo, existe un profesor de Harvard llamado George Church que estaría bastante de acuerdo conmigo.
Aparte de algunos proyectos, un tanto alocados, como intentar traer a la vida a un neanderthal (secuenciando su genoma en laboratorio e insertándolo en un óvulo del útero del vientre de alquiler de una mujer sapiens sapiens), tiene una serie de ideas bastante interesantes. Por ejemplo, estas son las diez mejoras que introduciría en el ADN de tu bebé antes de nacer:
- El gen MSTN tiene una variante que facilita la formación de masa muscular. Esta es muy rara, pero particularmente común en atletas.
- Ciertas versiones del gen para la hormona del crecimiento (GHR) no muestran un impacto notable en el crecimiento humano, pero son sin embargo anticancerígenas
- Alterar los genes CCR5 y FUT2 nos haría más resistentes a las infecciones víricas.
- Un alelo concreto del gen PCSK9 bajaría el riesgo de enfermedad coronaria un 88%, reduciendo drásticamente la mortalidad por accidente cardiovascular.
- Cierta mutación que causa actividad aumentada en el gen LRP nos daría huesos ultraduros. Ni si quiera el taladro quirúrgico convencional podría perforarlos.
- Otra mutación del gen APP tendría un notable efecto protector contra el Alzheimer.
- Manipular el gen SCN9A lograría, sin hacer desaparecer esta por completo, reducir muy notablemente la sensibilidad al dolor.
- Variantes raras del gen IFIH1, responsables de la respuesta antiviral, protegen también contra la diabetes tipo 1.
- Silenciar, o al menos reducir la actividad del gen IFIH1, por su parte, protegería contra la diabetes tipo 2.
- Finalmente, una versión del gen ABCC11 relativamente común en el sudeste asiático lograría hacer que el olor corporal desapareciera casi por completo.
Lista extraída de este fantástico artículo.
Si hacemos caso a Church, nuestro hijo podría ser un buen atleta, tendría mucho menos riesgo de sufrir cáncer, diabetes, Alzheimer, enfermedades coronarias e infecciones víricas diversas. Sería difícil que se rompiera un hueso, sufriría mucho menos dolor e incluso olería siempre bien ¿Qué razones habría para no hacerlo? Yo, si pudiera lo haría y no hacerlo pudiendo, me parece obrar mal ¿Con qué cara miraríamos a un hijo con cáncer al que pudimos salvar antes de que naciera?
Dos condiciones
No obstante, no todo vale. A pesar de que defendemos enérgicamente no tener miedo a cambiar nuestra naturaleza, hay limitaciones que, si bien son casi de sentido común, bien vale dejar claras:
Todavía no sabemos bien el funcionamiento de gran parte de los genes, más cuando desde la epigenética nos indican que existen factores ambientales que determinan qué genes se expresan y qué genes no. Del mismo modo, no hay una correspondencia unívoca entre cada gen y una característica del organismo, sino que muchas características están reguladas por la actividad de muchos genes. Y para complicar aún más el asunto, muchos genes se dedican, expresamente, a regular la expresión de otros genes. Por lo tanto, cuando realicemos cualquier cambio en los genes de un ser humano, debemos estar muy seguros de que controlamos todas las consecuencias de dicho cambio. Hasta que este control no esté garantizado de modo razonable, no deberíamos realizar cambio alguno.
La modificación genética se realizaría siempre para mejorar la vida de los modificados. Sobra decirlo pero tales intervenciones serían siempre voluntarias (nunca se obligaría a un padre a nada) y nunca se realizarían para experimentar ni para diseñar individuos a la carta para cualquier utilidad que se nos ocurra (como en la novela de Huxley, en la que se diseñan genéticamente las diferentes clases sociales). Antes de realizar nada habría que establecer una buena legislación que contemplara todos los casos y que dejara poco lugar para interpretaciones ambiguas.
Un futuro posthumano
Dentro de poco tiempo las terapias génicas y los test genéticos serán muchísimo más comunes de lo que son hoy. Y un poquito más tarde, ya estaremos modificando secuencias genéticas de embriones para librar a nuestros descendientes de todas las enfermedades posibles (es lo que se llama eugenesia negativa y con la que casi nadie va estando ya en desacuerdo). El tercer paso, la eugenesia positiva, es decir, mejorar cualidades como la forma física, la belleza, la inteligencia o la personalidad, terminará por llegar.
Su uso negativo también se dará. Tendremos bioterroristas que modificarán genomas de virus para hacerlos más letales o, quién sabe, diseños de seres humanos monstruosos… pero esto no tiene que hacernos reacios al progreso. La electricidad ha tenido un uso revolucionario y maravilloso en nuestras vidas, pero también se ha utilizado para construir sillas eléctricas, alambradas electrificadas o métodos de tortura ¿Deberíamos haber prohibido su investigación y su posterior aplicación y difusión? Por supuesto que no. La ingeniería genética promete gran cantidad de magníficas mejoras y aunque tenga peligros lo que tenemos que hacer no es prohibirla, sino intentar minimizar todo lo posible sus consecuencias negativas.
Para los que siguen hablando de que no hay que jugar a ser dioses, que lo mejor es no tocar nada, hay que recordarles que la evolución es un sistema dinámico. El ser humano seguirá evolucionando según la darwiniana selección natural, un mecanismo ciego que no tiene por qué producir humanos mejores. Imaginemos que la evolución selecciona humanos más egoístas y agresivos.
En unas generaciones sus genes se extienden hasta que la inmensa mayoría de la humanidad es más egoísta y agresiva, lo cual, consecuentemente, genera víctimas y sufrimiento ¿Deberíamos dejar que esto ocurra por miedo a no tocar nada? ¿Debemos dejar nuestra propia naturaleza en manos del azar? ¿No será mejor un control supervisado que persiga los mejores fines posibles?
Para bien o para mal, el futuro no será humano sino posthumano. Elijamos tomar el control o seremos controlados.
Foto | Steve Jurvetson
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