Cuando el solitario George murió el 24 de junio de 2012, moría con él toda una especie: la de las tortugas gigantes de Pinta. George tenía más de 100 años de edad, 75 kilos de peso y el secreto de la extrema longevidad escondido en sus genes.
O, al menos, eso esperaban muchos expertos. En 2010, el equipo que Adalgisa Caccone dirige en la Universidad de Yale, empezó a secuenciar el genoma de George (y de una tortuga gigante de otra especie) con la esperanza de estudiar la evolución de la población de tortugas en las Galápagos. Ahora gracias a un equipo de investigación español estamos aprendiendo todo lo que su ADN tiene que enseñarnos sobre la vejez.
La genética de la longevidad
Y es que, según se acaba de publicar Nature Ecology & Evolution, podemos decir que razón no les faltaba. Nueve años después de comenzar el proyecto, los análisis genéticos realizados con la ayuda de Carlos López-Otín de la Universidad de Oviedo muestran cosas muy interesantes sobre la vida de las tortugas gigantes (y algo más).
“Anteriormente habíamos descrito nueve características del envejecimiento y, después de estudiar más de 500 genes, encontramos variantes interesantes que podrían afectar a seis de esas características en tortugas gigantes, abriendo nuevas líneas para la investigación del envejecimiento”, explicaba el mismo López-Otín en SINC.
Por ejemplo, muestran un sistema inmunitario hiperactivo: hay un gen en los mamíferos que 'impulsa' el trabajo de las células inmunitarias frente a las infecciones. Pues bien, las tortugas tenían 12 copias de él. Las dos tortugas gigantes tenían también variaciones genéticas que se han demostrado especialmente efectivas en la reparación daños y problemas en el ADN.
El análisis del genoma nos da claves sobre cómo compatibilizar longevidad y cáncer. En general, vivir más tiempo es sinónimo de tener más probabilidad de desarrollar tumores. Lo que los investigadores han descubierto es que estas tortugas tienen variaciones genéticas relacionadas con la baja incidencia de la enfermedad y hasta dos variantes muy conocidos por sofocar el crecimiento de los tumores.
Como los mismos investigadores señalan, no cabe duda de que hay una enorme diferencia entre las tortugas y los seres humanos. Pero si algo nos ha enseñado la ciencia de la longevidad es que los caminos de la genética son insondables y que construir el gran árbol de la longevidad nos dará pistas para aprender lo que nos mata poco a poco.
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