En las últimas semanas, muchas conversaciones sobre las vacunas tienen que ver con la nariz. Y no porque uno de los síntomas más conocidos y característicos del COVID sea la pérdida del olfato. La nariz está en el centro del debate inmunitario porque, con el enfriamiento del entusiasmo vacunal de los últimos meses, la promesa de una "vacuna esterilizante" pasa casi necesariamente por ella.
Lo cierto es que, pese al poco uso que tienen las vacunas intranasales, en el caso del COVID no nos sonará como algo nuevo. La gran apuesta del CSIC español para crear su propia vacuna era una intranasal y, de hecho, nosotros mismos hemos hablado de tecnologías DIY para desarrollar vacunas nasales en casa.
La llegada de las vacunas de ARNm y las basadas de adenovirus desvió la atención pública de todos estos proyecto y, precisamente por eso, toda la polémica de los últimos meses, ha devuelto el interés. No es para menos, el potencial es enorme. Las limitaciones, por desgracia, también.
¿Qué hace especiales a estas vacunas?
El principal problema de las vacunas convencionales contra el COVID es que previenen la enfermedad grave, la hospitalización y la muerte; pero no la infección. No es algo que acabemos de descubrir, pero tampoco es algo que hayamos dejado de buscar. En septiembre, Fernando Moraga, vicepresidente de la Asociación Española de Vacunología (AEV) decía que “habrá que esperar a las vacunas de segunda generación” para alcanzar ese objetivo.
En eso estamos: las vacunas de ARNm y basadas en adenovirus funcionan básicamente activando los mecanismos generales del sistema inmunitario. Lo que no consiguen activar es la inmunidad local de las mucosas respiratorias. Por ello, el virus entra en el organismo y se instala en él. Luego es combatido por el sistema, peor ya está ahí. Si las vacunas de las que disponemos pudieran activar la inmunidad en las mucosas, ni siquiera tendría por qué haber infección: se neutralizaría el virus desde el primer momento (y también la capacidad de contagiarlo).
El problema está en que este tipo de vacunas no son fáciles de desarrollar. Hay alguna vacuna en fase II y algunos laboratorios (como Astra-Zeneca) están probando este tipo de presentaciones, pero la inmensa mayoría de propuestas están acabando por ser descartadas. Sobre todo, porque nos falta tecnología para conseguirlo (más aún en virus tan variables como este).
Seguramente esta sea una de esas oportunidades que nos va a permitir la pandemia. Como con la tecnología de ARNm, los enfoques y desarrollos para conseguir estos tipos de vacunas están hoy más fuertes (a nivel técnico, financiero, social y de recursos humanos) que nunca. Si conseguimos abrir esa puerta, estaremos al borde de otra pequeña revolución sanitaria.
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