Quizás no sea el mejor amigo del hombre, pero desde luego la rata sí es una de sus compañeras más fieles y empecinadas. Donde hay humanidad, hay roedores dispuestos a darse un banquete con su basura. Estaban en Roma, estaban en los galeones que navegaban a las Américas y aún están hoy, en pleno siglo XXI, en nuestras ciudades. Incluso en las más modernas. Bien lo saben en Nueva York, donde se encuentran con una herencia envenenada de la pandemia del COVID-19: un aumento de avistamientos de roedores. El problema es que también eso supone un reto para la salud.
A finales de 2021 el New York Times lo concretaba con datos. Si entre enero y noviembre de 2019 los neoyorquinos habían llamado a las autoridades para alertar de 15.000 avistamientos de ratas, el año pasado la cifra se había disparado a 21.000. El número de inspecciones se duplicó y para otoño se contabilizaban 15 casos de leptospirosis, una enfermedad bacteriana que puede propagarse a través de la orina de los roedores y ocasiona graves daños hepáticos y renales. Decena y media de casos puede no parecer mucho, pero entre 2006 y 2016 se habían registrado solo 26.
Por entonces los expertos avanzaban ya que, tras el pico de población registrado en octubre, las ratas serían menos visibles con la bajada de las temperaturas. Y advertían, como recoge el New York Times: volverán a surgir en grandes cantidades en no mucho, hacia la primavera.
La tormenta perfecta
¿A qué se debe ese cambio? Las ratas no son un problema nuevo en Nueva York. Estaban mucho antes del COVID-19. Y todo indica que seguirán correteando por sus calles cuando el Sars-cov-2 sea historia. En 2017 la ciudad se gastó de hecho 32 millones de dólares en un programa para controlar su número. Aunque no hay unanimidad sobre cómo afectó la crisis sanitaria a la cantidad de roedores —algunos apuntan incluso que su población ha podido disminuir— lo innegable es que su incidencia ha crecido en la Gran Manzana. La causa: una "tormenta pandémica perfecta".
Primero, con el cierre de la hostelería, un recorte en el área de Saneamiento y la influencia del COVID en la generación de basura. Y luego, a medida que se emprendía la desescalada, con la reactivación de la construcción, que obligó a los roedores a dejar sus escondrijos; y la popularización de las comidas en exteriores. El cambio de mentalidad generado por el COVID y la propia campaña lanzada desde el Ayuntamiento para impulsar los "Restaurantes Abiertos" alentaron, según datos de la BBC, alrededor de 11.000 nuevos espacios de comida al aire libre en la ciudad, un bum que algunos vecinos relacionan directamente con el aumento de problemas con las ratas.
Todos esos factores acabaron bien aderezados, a su vez, con una reorganización de recursos, que llevó a los inspectores a dejar de controlar las ratas y centrarse en otros menesteres, como las campañas de vacunación y supervisión de locales, y un verano especialmente húmedo.
Quizás resulte difícil saber si el COVID ha aumentado el problema. Lo que está claro es que lo ha hecho más evidente y llevado a un primer plano, mostrando que las urbes se enfrentan también a otro gran —y peligroso— reto sanitario: las ratas. Ocurre en Nueva York y más allá de EEUU.
En Glasgow, Escocia, vecinos y autoridades intentan plantar cara a un escenario parecido. Según recoge STV News, en 2021 se registró un aumento de informes de control de plagas y se contaron casi 7.000 avistamientos de ratas. “En todo el Reino Unido, parece que durante la primera parte del confinamiento las ratas se mudaron a más áreas residenciales para buscar comida", explicaba el Ayuntamiento a principios de este año, cuando reconocían que la pandemia había "expuesto y agravado" los problemas de la ciudad con la gestión de los desperdicios.
Daily Star extiende el problema más allá de Glasgow y destaca un aumento de ratas también en el centro de Londres, el sureste de Inglaterra o parte de Gales. En general, en 2020, durante lo peor de la crisis sanitarias y los confinamientos, con el descenso de basura en las ciudades y el cierre de la hostelería, se constató un cambio en el comportamiento de los roedores, con actitudes más violentas para buscar alimento e incursiones a nuevas zonas. En verano en España aún había localidades que intensificaban el control de las plagas tras haber visto cómo se disparaban y la patronal del sector, Adepap, apuntaba a mediados de 2021 a los roedores como el reto más preocupante.
En septiembre Adepap constataba todavía un problema con las ratas en Cataluña muy relacionado con la pandemia y en Madrid se alertaba en noviembre de un aumento de la rata negra en 35 focos en la capital, si bien los expertos no lo relacionaron con los efectos del COVID y recordaban que el fenómeno se repite cada varios años. El problema de fondo sigue siendo el mismo, idéntico al de Nueva York: que los animales lleguen a transmitir "enfermedades graves" a los humanos.
El reto no es menor. Hace solo unas semanas The Telegraph alertaba de cómo un "boom" en la población de roedores puede ponernos en contacto con nuevos patógenos, sobre todo en los países menos desarrollados, desde donde —como se ha comprobado con el COVID-19— podrían saltar con facilidad al resto del globo. Según la OMS son ya responsables de causar más de 400 millones de infecciones en personas cada año a través de mordeduras, pulgas, la orina o aerosoles.
Imágenes | Roberto Latxaga (Flickr) y Mert Guller (Unsplash)
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