Dos metros. Esa es la cifra mágica. Durante semanas, el Ministerio de Sanidad ha repetido una y otra vez que esa es la distancia de seguridad en la que se basa el éxito del distanciamiento social. Basta mirar las medidas sucesivas del plan de transición hacia una nueva normalidad para comprobar que la cifra se repite insistentemente. Pero ¿Por qué? ¿En qué se basa la recomendación de los dos metros?
La pregunta no es gratuita. Si nos fijamos en el resto de países de nuestro entorno, vemos que Reino Unido también recomienda esos dos metros (aunque el tema está siendo polémico) y EEUU establece una cifra similar, seis pies. Sin embargo, en países como Australia y Alemania hablan de 150 centímetros y Francia y la OMS apuestan por un metro. Esto es lo que nos dice la ciencia sobre la distancia interpersonal en plena pandemia.
Estar cerca es un riesgo
Una de las grandes sorpresas que nos ha dado la crisis del coronavirus es lo poco que sabíamos sobre las distintas medidas profilácticas frente a enfermedades respiratorias infecciosas con las que convivimos desde hace siglos. Como hemos explicado en varias ocasiones, la utilidad real de algo de tan sentido común como las mascarillas ha sido un desierto de investigación en los últimos años. Y lo mismo podríamos decir de la distancia de seguridad.
Por suerte, esto parece que está empezando a cambiar. En el caso de la distancia de seguridad, un equipo de investigación de la Universidad McMaster de Canadá han reunido 172 estudios observacionales en 16 países distintos que analizaban qué distancia era más efectiva para evitar contagios y han construido un modelo, publicado en The Lancet, que nos permite entender mejor la dinámica de transmisión del virus.
Sus conclusiones generales son que el riesgo de transmisión entre personas situadas a, al menos, un metro de distancia se encuentra en torno al 3%; sin embargo, el riesgo se dispara al 13% cuando las personas se situaban en un radio de menos de un metro. Según sus estimaciones, el riesgo se reduce a la mitad por cada metro de distancia que añadamos hasta los tres metros.
El estudio también ha tenido la oportunidad de estimar el impacto de las mascarillas y de las gafas de protección en la expansión de la epidemia. En este caso, sus conclusiones son que las mascarillas pueden llegar a reducir el riesgo de infección en un 14% y las gafas en un 10% por lo que también sería un estudio muy interesante a la hora de evaluar la introducción de este tipo de medidas de seguridad.
No cabe duda de que habría muchos más factores que evaluar y los investigadores son conscientes aunque no han encontrado suficientes datos como para incorporarlos a la revisión sistemática. No obstante, el resultado es más que interesante porque (junto al lavado de manos) estos tres elementos son la base de las recomendaciones sanitarias actuales y los nuevos datos llegan en un momento inmejorable.
Porque, aunque hay que tener en cuenta que la calidad de los estudios no es óptima, este análisis nos permite generar un modelo provisional sobre el que empezar a evaluar las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Y es que, en el fondo, la pregunta sobre cómo descongelar la economía y la vida productiva sin aumentar el peligro de provocar una nueva epidemia es el gran tema de 2020.
Imagen | Mateusz Glogowski
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