"Nunca saludes a un extraño por la noche porque podría ser un demonio". Con esas trece palabras del Talmud, se resume a la perfección la visión que el mundo antiguo tenía sobre la noche. Terreno natural de maleantes, ladrones y asesinos, cuando caía el sol la civilización se paraba. Durante siglos, en muchas ciudades europeas estaba prohibido trabajar de noche. Luego le ganamos la partida a la oscuridad.
En Europa, casi uno de cada cuatro trabajadores lo hace en horario nocturno, según un estudio. Sólo en España, en 2020 más de 1,9 millones de personas trabajaban en turno de noche de manera total o parcial, según la Encuesta de Población Activa del INE. Durante estos últimos treinta años, el crecimiento ha sido cada vez mayor en todos los países occidentales (aunque en España se ve cierta tendencia a la baja desde 2020).
El mundo ha cambiado radicalmente. las ciudades ya no duermen, la economía nunca se para, pero curiosamente estamos descubriendo que el Talmud tenía algo de razón: la noche esconde "demonios" que en un mundo abierto 24 horas al día adquieren forma de serios problemas de calidad de vida y la salud.
Una bomba de relojería
Lo sé de buena tinta. Mi pareja empezó a trabajar en un hospital nuevo y mientras tecleaba este artículo estaba mediodormida en el sofá del salón después de la segunda guardia de la semana. Los médicos, sobre todo los de urgencias, son una de esas profesiones que viven buena parte de su vida asustando la noche con la luz de un halógeno, café y mucho trabajo.
Me preocupa, no puedo dejar de reconocerlo. El mayor estudio en el ámbito sanitario realizado durante más 20 años con 200.000 enfermeras señala que el turno de noche dispara las posibilidades de desarrollar cáncer a medio plazo. Y, sin embargo, nosotros somos unos privilegiados.
En las últimas décadas hemos tenido dificultades para saber si efectivamente la enfermedad y turno de noche estaban relacionados porque, excepto en contadas profesiones, el trabajo nocturno va de la mano del bajo nivel socioeconómico. Y la desigualdad tiene mucho que decir en la salud.
Sin embargo, con el tiempo se ha hecho más que evidente. La primera vez que se expuso la relación entre la exposición a la luz durante la noche y el cáncer (de mama) fue en 1987. Desde entonces en la mayoría de estudios epidemiológicos se fue confirmando esta idea, hasta que 20 años después a la Organización Mundial no le quedó más remedio que reconocer el 'trabajo nocturno' como "posiblemente cancerígeno".
Mucho más allá del cáncer
Aunque la investigación continúa, parece que el trabajo nocturno interfiere con nuestros ritmos circadianos y, por extensión, con la síntesis de la melatonina. Precisamente, una de las hipótesis más aceptadas indica que los bajos niveles de melatonina están relacionados con el aumento del riesgo de cáncer. No obstante, el problema va más allá.
El impacto perturbador del trabajo de noche en nuestros cuerpos se ha relacionado con problemas inmunológicos, metabólicos, cardiacos, psicológicos y cognitivos. El turno de noche está íntimamente relacionado un aumento de la enfermedad coronaria, de la diabetes y de la obesidad. También puede ejercer presión sobre las relaciones personales y conducir al aislamiento social.
El cerebro es el que nota antes los problemas. Dormir de día y trabajar de noche nos hace estar más cansados e irritables, eleva nuestros niveles de estrés y nos hace asumir más riesgos y equivocarnos más. Y para ello, no hace falta esperar décadas: un solo día de sueño desordenado produce efectos importantes en nuestras capacidades cognitivas. La noche no parece ser nuestra aliada.
Y mientras tanto, el trabajo nocturno sigue creciendo
En general, el trabajo nocturno (y la falta de sueño que suele provocar) pueden llegar a aumentar el riesgo de muerte un 13%. Ahí es donde surge el problema porque en los últimos años las nuevas necesidades de la sociedad postindustrial (desde los servicios de paquetería o los supermercados de 24 horas) ha disparado este tipo de empleos.
Y lo ha hecho sin reflexionar sobre el asunto. La inmensa mayoría de los trabajadores nocturnos desconocen que su horario puede ocasionarles problemas de salud a largo plazo. No lo sabe nadie en realidad y, mientras tanto, la lógica social va integrando a la noche de forma paulatina. El sueño de una sociedad abierta 24 horas se está rozando con los dedos y resulta que, en parte, era una pesadilla.
Tanto es así que la legislación ha empezado a cambiar para reconocer estos problemas y muy tímidamente hay esfuerzos por buscar una respuesta a esta última fase de nuestra emancipación de la noche. No es sencilla, pero habrá que encontrarla porque nos jugamos la salud.
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