La presentación de los iPhone 7 y los iPhone 7 Plus ha confirmado muchos de los rumores que habían aparecido en las últimas semanas, y con ello también se ha consolidado la filosofía con la que Apple afronta sus productos en los últimos años.
Es la filosofía de las mejoras iterativas, del construir sobre una base sólida y no caer en la tentación de dar saltos que impongan cambios radicales e inesperados. Apple nos da lo que esperamos -que no es necesariamente lo que queremos-, aunque tarde en hacerlo. Es aburrida y predecible, sí, pero eso mismo la hace prácticamente invulnerable.
¿Quo vadis, Apple?
Otras arriesgan. Son valientes. Exploran e innovan con la esperanza de abrir nuevas tendencias y mercados. En la mayoría de los casos fracasan o no tienen el éxito que esperarían de esos esfuerzos. Les ha pasado y les seguirá pasando a empresas como LG, que carga sobre sus hombros la condena de la valentía: mientras ellos miran al futuro, otros se saben conocedores del presente.
Apple es probablemente la empresa que mejor conoce ese presente. Sus productos son a menudo iteraciones mínimos de sus versiones anteriores, y muchos nos quejamos de esa poca ambición: esperamos todo de Apple porque la empresa nos ha dado todo en el pasado. No nos basta con las mejoras iterativas. Queremos más. Queremos que Apple despierte.
Deberían ser capaces de ello, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de dinero que tienen en caja y lo mucho que invierten en I+D. ¿Dónde está el resultado de esa inversión? ¿De verdad nos creemos que todo ese dinero solo sirve para que Minnie aparezca en el Apple Watch? Tiene que haber más. Mucho más.
El problema es que o Apple es cauta con esos avances, o realmente no da con la tecla en materia de innovación. Y eso es lo extraño, porque es evidente que en Apple hay una buena cantidad de talento, pero eso no sirve para dar ese salto en los productos que algunos (¿muchos?) esperamos.
Revoluciones silenciosas
Puede que en Apple hayan preferido dejarse de hacer revoluciones a bombo y platillo. Pasados los tiempos del iPod o del iPhone era el momento de plantear otro tipo de cambios. Otro tipo de revoluciones. Unas mucho más silenciosas.
Las ha habido, aunque no lo hayamos notado tanto como esperábamos. El mejor ejemplo, yo diría, es el del lector de huella dactilar.
Touch ID llegó un poco de tapadillo: era una característica interesante de aquellos iPhone 5s que se presentaron hace tres años, pero en este tiempo esta tecnología se ha convertido sin que casi lo notemos en una de las características más cómodas, convenientes y transformadoras de nuestra experiencia de usuario.
Más difícil lo tendrá una revolución menos silenciosa pero que podría ser igualmente relevante. ¿Necesitamos hoy en día el conector de 3,5 mm? Apple cree firmemente que no. Se han hecho muchas bromas con el argumento utilizado por Phil Schiller para justificar esa decisión ("coraje"), pero lo cierto es que hay que tener algo de coraje para tomar una decisión que uno sabe que le va a generar una avalancha de críticas.
A Apple no le suele temblar el pulso con este tipo de decisiones, y lo ha demostrado una vez más. Que el conector de 3,5 mm desaparezca más pronto que tarde podría depender claramente de este iPhone 7, y eso convertiría también a este paso en una pequeña gran revolución. Una que no pedimos, desde luego, pero revolución al fin y al cabo.
El iPhone 7 parece más de lo mismo, pero no lo es
En todo este discurso de una Apple que a mis ojos sigue siendo rácana en muchos segmentos hay afortunadamente alguna nota discordante. Puede que no os haya ocurrido a vosotros, pero el iPhonxe 7 ha sido mucho más sorprendente de lo que esperaba. El lema del "si funciona, no lo toques" no se ha respetado del todo en esta ocasión.
No por su diseño exterior, claro: las diferencias con los modelos anteriores son escasas a pesar de esa desaparición del conector de auriculares y de las nuevas cámaras -la protrusión se mantiene-, pero sí en otros apartados.
Es en el interior, dicen, donde está la belleza. Puede que ahí Apple sí haya logrado dar un salto significativo, porque tenemos cambios relevantes en temas como el procesador: de repente nos encontramos con un modelo quad-core con dos clústers de dos nucleos cada uno que aparentemente siguen la filosofía ARM big.LITTLE que tan bien ha funcionado en el mercado Android. Eficiencia la mayor parte del tiempo, potencia solo cuando la necesitas, un enfoque que es curioso que Apple no haya implementado hasta ahora.
Esos cambios también afectan al botón de Inicio que ahora es háptico para eliminar partes mecánicos. Quienes lo han probado no parecen estar nada convencidos con el resultado, pero habrá que darle tiempo al tiempo para comprobar si este es realmente un paso adelante o un paso atrás.
Mucho más polémica es esa decisión de deshacerse del conector de 3,5 mm como ya decíamos, y aunque Apple ofrece el adaptador para poder usar ese tipo de auriculares, aquí parece claro que Apple quiere hacer caja en el futuro con auriculares Lightning alámbricos y, por supuesto, con modelos como esos AirPods que por cómo quedan en las orejas sí que necesitarán de coraje para llevarlos puestos.
Pero es que luego tenemos características como la curiosa resistencia al agua -veremos cómo de resistentes son realmente-, y desde luego habrá que comprobar cómo se comportan unas cámaras -duales o no- que difícilmente aportarán diferencias llamativas con respecto a sus predecesoras.
Quizás ese atractivo zoom y el prometedor bokeh podría justificar la doble cámara, pero la característica debería ser realmente convincente para que el precio de los modelos Plus pueda ser algo más razonable.
Sea como fuere, los iPhone 7 y el iPhone 7 Plus son más sorprendentes de lo que uno esperaría, y eso es una buena noticia. Puede que Apple sea aburrida y repetitiva, pero de cuando en cuando nos da estas agradables sorpresas. Puede que estemos asistiendo a una etapa interesante: los rumores sobre la nueva gama de Macs y sobre los iPhone del año que viene apuntan a ello.
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