La tecnología está cambiando el entorno en el que nos movemos de forma radical. No sólo para nosotros, adultos, sino también para ellos, niños. Su vida diaria se ve envuelta de forma progresiva en más y más herramientas tecnológicas y digitales: ordenadores, teléfonos, tabletas, ¿relojes? Ese entorno, como es lógico, está cambiando su modo de ver el mundo. Su modo de aprender. Y eso incluye a las escuelas y colegios. ¿De qué modo está cambiando el sistema educativo a partir de las nuevas tecnologías? ¿La revolución digital está mejorando o empeorando nuestra educación?
La pregunta es pertinente. No en vano, Internet tiene infinitas herramientas a disposición de profesores y alumnos, pero también se observa como un permanente foco de distracción que abstrae al alumno y dispersa su atención en clase. Al igual que en el resto de facetas de nuestras vidas (laborales, sociales, económicas), la educación moderna se enfrenta a un reto que ha de resolver de forma exitosa a largo plazo: de ello depende el futuro de los niños del presente.
El problema no es la tecnología, es el sistema
Como cualquier padre de hoy en día sabrá, la tecnología se ha implantado de forma lenta y progresiva en nuestro país. Ha sucedido lo mismo en nuestro entorno: poco a poco, los ordenadores y las tabletas comienzan a tener un papel fundamental en el proceso educativo (del mismo modo que lo tienen en la vida ociosa y social de los más pequeños). De modo que podemos medir ya los resultados de tan importante impacto. ¿Qué está pasando? ¿Se está mejorando o empeorando?
Por el momento, los datos recogidos por diversas organizaciones internacionales indican que el efecto que la tecnología está teniendo en la educación de los niños es mixto. Como referencia, podemos tomar tanto los datos desvelados anualmente por el informe PISA como otros estudios realizados por la OECD evaluando estos aspectos. De forma breve: utilizar demasiado las nuevas tecnologías en clase es perjudicial, pero utilizarlas demasiado poco también lo es. ¿Cuál es el camino?
Los alumnos que utilizan mucho los ordenadores obtienen peores resultados; pero también los que los utilizan poco: de momento tienen resultados mixtos
A día de hoy, parece ser el término medio. Como se analiza aquí (pdf), aquellos alumnos que utilizan mucho las nuevas tecnologías en clase lo hacen mucho peor que aquellos que las utilizan menos. Al mismo tiempo, los niños que no tienen apenas contacto con las nuevas tecnologías en su proceso educativo también lo hacen peor que los que sí lo tienen. El punto ideal se encuentra en el término medio: clases donde las nuevas tecnologías tienen un peso importante, pero donde la labor del profesor, que sigue siendo insustuitble, continúa teniendo gran relevancia.
De modo que la tecnología, en el fondo, tiene un efecto ligeramente positivo en la calidad de nuestra educación. El problema surge más del sistema que de los ordenadores y las tabletas. Una pista, según datos de la OECD: mientras más del 90% de los niños de los 34 países de la organización afirman tener a mano un ordenador en casa, sólo el 72% puede decir lo mismo de su escuela (sin entrar a valorar su grado de uso). Hay una distancia clara entre lo que experimentan los niños a diario (alto grado de implementación de la tecnología) y lo que encuentran en su colegio.
La educación se ha quedado atrás. Y tiene que recuperar el terreno perdido.
Sobre todo en nuestro país. Según datos ofrecidos por la OECD, España está entre los puestos más bajos de ratio ordenador-alumno de toda la organización. No sólo eso: también está por debajo de la media (y en algunos casos, muy por debajo de la media) en parámetros como lectura y comprensión lectora en plataformas digitales, matemáticas a partir del ordenador, y capacidad autónoma de encontrar información en Internet. Es cuánto lo usamos, pero también cómo lo usamos.
Como explica Enrique Dans en esta entrevista para Lenovo, la carencia de herramientas tecnológicas en el día a día de nuestros estudiantes, desde los niveles más tempranos hasta la universidad, es evidente. Existe el miedo recurrente a acusar a los ordenadores de causar distracciones. Sin embargo, el sistema pierde de vista una cuestión fundamental: la tecnología va a ser mucho más importante en el futuro de lo que es hoy. Especialmente en el ámbito laboral. Los alumnos no la necesitan por capricho, sino para aprender a manejarse en su futuro profesional.
La escuela sigue en el siglo XIX; el futuro, no
Es el gran caballo de batalla de educadores de todas las disciplinas y de cualquier lugar del mundo: la poca evolución de nuestros sistemas educativos. Como decíamos antes, mientras el mundo experimenta cambios sociales, tecnológicos y laborales a gran escala a una velocidad de vértigo, las aulas y las escuelas se han quedado anclados en métodos de enseñanza que respondían a las necesidades de otro tiempo. De uno marchitado. Y que se parece poco al que está por venir.
Antiguamente, los trabajos que propulsaron la Revolución Industrial, uno de los cambios económicos más sustanciales de la historia de la humanidad, eran mecánicos. Para ellos se utilizaba a obreros con un alto conocimiento técnico. Hoy en día y conforme pasen los años, sin embargo, esa clase de trabajos (repetitivos, estables) irán desapareciendo. Emplearemos robots y sistemas automatizados gracias a la tecnología. ¿Qué clase de trabajadores buscaremos en el futuro? Aquellos que hagan lo que las máquinas no pueden hacer: creatividad, originalidad, innovación.
Entre los muchos problemas aparejados al proceso (como cualquier gran cambio histórico), surge la cuestión de la educación. Nuestro sistema educativo continúa priorizando una transmisión del conocimiento unidireccional a través de modelos que se basan en la memorización y el trabajo acotado a un área de conocimiento concreto. Como explica Gonzalo Frasca, desarrollador de videojuegos e investigador, en el vídeo que abre el post, eso supone un obstáculo formidable para que las nuevas generaciones tengan herramientas para desenvolverse en el mercado laboral del futuro.
"Estamos en un momento muy particular en el que si no mejoramos la educación, las nuevas generaciones van a sufrir un impacto muy muy alto", explica Frasca. Para él, existe un problema básico en la evolución histórica de la educación: ha sido muy escasa. "No ha cambiado casi nada a grandes rasgos durante los últimos 25 siglos. Tu tomas un maestro de la angitua Grecia y lo traes a un salón de clase de hoy y no ha cambiado casi nada. Tu traes a un cirujano de hace 25 siglos a un quirófano de hoy y no sabe por dónde empezar".
Frasca razona que, mientras el sistema educativo sigue anclado en presupuestos del siglo XIX, el mundo laboral evoluciona en una dirección muy diferente: "¿Hacia dónde va la tendencia? A trabajos orientados al diseño, a la creatividad, a la resolución de problemas de múltiples soluciones. Hay una desconexión entre la vida en el salón de clase y en el exterior que es extrema". Y para ello, pone un ejemplo que ilustra hasta qué punto existe una diferencia notoria entre uno y otro nivel:
Los profesores de Lengua se quejan de que los jóvenes ya no saben hacer resúmenes. En vez de ser apocalípticos y pensar que las nuevas generaciones son todos tontos, lo más probable es que algo estemos haciendo mal. Bueno, un par de profesores canadienses en vez de decir coge este texto y resúmelo en una página, le dijeron a los alumnos: "Este texto, escribir diez tuits, diez mensajes de WhatsApp, diez SMS basados en él". Y lo hicieron en seguida. El tema es que les estamos hablando en un idioma que no entienden porque no nos preocupamos de entenderlos.
Un lenguaje que no es el suyo.
Como diseñador de videojuegos, Frasca propone la idea de conjugar el sistema de recompensas, de prueba y error y de exploración autónoma que sugieren las consolas con el proceso educativo. No está solo: como vimos en Magnet de la mano de la psicopedagoga Julia Rabasco, los videojuegos pueden ser una herramienta educativa incomparable. No sólo como forma de estimular su imaginación y de obligarles a tomar decisiones cruciales en tiempo real, sino porque permiten a los niños hacer algo que no hacen durante el resto de su tiempo: deciden. Tienen poder de decisión.
"El método científico es experimentación y aprender de los errores, formular hipótesis y seguir aprendiendo. Eso es el ADN del juego y del videojuego", señala Frasca. Para él, aprender y jugar es "exactamente lo mismo". Desde este punto de vista, el videojuego supondría un beneficio a dos niveles: por un lado, estar en contacto con las nuevas tecnologías. Por otro, estimular al alumno y permitirle avanzar en su aprendizaje con mayor autonomía, y no dependiendo sólo del profesor.
El futuro pasa por utilizar las nuevas tecnologías como herramienta para impulsar un cambio en los roles tanto del profesor como del alumno
Este, no en vano, es el mismo debate que subyace bajo la polémica de los libros de texto, quizá el ejemplo perfecto de la "desconexión" existente entre la calle y las aulas. Mientras las familias españolas continúan gastado entre 200 y 400 euros cada septiembre, profesores especializados y educadores claman su defunción. No sólo como modelo de negocio dentro de las aulas, sino también como base de la pirámide educativa. Y los argumentos son muy semejantes: el libro de texto es un vestigio de la educación de ayer, no tecnológica, no innovativa, que no mira al futuro.
A cambio, los sectores más progresistas dentro del sistema educativo proponen otras soluciones. Frente al campo limitado (y obligado) del libro de texto y de la clase unidireccional donde la palabra del profesor es la ley, utilizar la tecnología para cambiarlo todo: más talleres en grupo, una aula más abierta a las necesidades de los alumnos, aprendizaje colaborativo o el fomento de las inteligencias múltiples. En suma: un cambio en el rol tanto del profesor como del alumno.
¿Qué están haciendo los demás países?
No es ninguna novedad: España cuenta con un sistema educativo por debajo de los punteros según el informe PISA. Al margen de nuestros condicionantes históricos y de que hay motivos para ser optimistas y no tan pesimistas, es interesante observar qué están haciendo países de nuestro entorno que siempre han destacado por estar a la cabeza en la educación de las futuras generaciones. Finlandia, Corea del Sur, Japón, ¿cómo se están enfrentando a todo este problema?
Hipótesis: se trata de la tecnología. La han implementado correctamente y sus alumnos se desempeñan mejor. ¿Qué dicen los datos? El lienzo no es tan sencillo. En el último informe PISA, los países que mejor puntuación obtuvieron en comprensión lectora digital fueron Singapur, Corea del Sur, Hong Kong, Japón, Canadá y Shanghai. No hay correlación directa entre esos datos y el porcentaje de alumnos utilizando ordenadores. En Shanghai y Corea, por ejemplo, el porcentaje apenas supera el 40%; en Hong Kong, mientras tanto, se sitúa por encima del 80%.
No se trata sólo de cuántos ordenadores haya en cada clase ni de cuánto dinero se invierta anualmente: los motivos del éxito de los países del este de Asia son más variados
La clave de su éxito es otra. Como señala uno de los autores del infome PISA (2012), Francesco Avvisati, "es bueno que los profesores enseñen a los estudiantes a buscar en Internet de forma inteligente, pero las tecnologías no son útiles si se intenta aprender por ejemplo una lengua haciendo ejercicios repetitivos". Es mucho más relevante el cómo que el qué y el cuánto. La prueba es España: está por encima de la media en uso de ordenadores, pero por debajo en todos los parámetros cualitativos, más importantes.
A la hora de hablar de países excelentes, hay que mirar hacia el este de Asia. Si no se trata de la mayor y mejor implantación de tecnología, ¿hablamos entonces de una cuestión económica, de mera inversión en bruto? Como prueban los casos de Suecia y Dinamarca, dos de los países de Europa que más dinero destinan a la educación año a año, no: los primeros dejaron de ser líderes hace años, y los segundos ofrecen resultados discretos.
No se puede hablar de un modelo único. Cada país tiene sus particularidades. Uno de los más célebres es el coreano. Allí, la clave de los excelentes resultados se encuentra en la alta presión a la que todo el sistema se halla sometido. La financiación corresponde al Ministerio de Educación y está muy centralizada. Si las escuelas regionales quieren obtener presupuestos más grandes, tendrán que mostrar mejores resultados. La presión se traslada del centro al profesor y del profesor al alumno. Un clásico sistema de incentivos.
A cada país, un modelo educativo: Corea del Sur se centra en los incentivos y en el trabajo duro; Shanghai opta por la especialización y aprendizaje continuo de sus maestros
Funciona: Corea del Sur tiene un sistema educativo excelente. Pero existe un coste: el volumen de horas que pasan los alumnos en las escuelas es muy alto, y se prioriza la idea del trabajo duro frente a la del talento. Según algunos antiguos estudiantes coreanos, tanta presión es perjudicial para los alumnos, que sufren de estrés. En su día a día, eso se traduce en largas horas de estudio (en ocasiones superando las 10) en clase y en casa, y en un sometimiento frecuente al rigor de los exámenes y de los tests estandarizados.
Uno de los últimos en sumarse a la excelencia educativa ha sido Shanghai. Como explora este reportaje de Forbes, su sistema es tan particular como exitoso. Fomenta de manera constante la mejora y el aprendizaje... de los profesores. En Shanghai, cada profesor de cada área debe tener una titulación especializada de forma obligatoria, más que una alta excelencia en su carrera. Además, el feedback entre centros y profesores es constante, de modo que se pulen los errores y se ponen en común soluciones y métodos que están funcionando. Un working progress constante.
Analizar los casos de éxito de cada país nos llevaría demasiado tiempo. Pero baste comparar con un último país europeo, Finlandia, para comprobar hasta qué punto las soluciones no son globales, sino que atienden a la cultura y a las necesidades de cada estado. Al contrario que en Japón y en Shanghai, en Finlandia prima la flexibilidad sobre el estrés, y los alumnos tienen un gran abanico de opciones para elegir las materias que más les interese estudiar, entre ellas muchas extraescolares. El profesorado cuenta con un altísimo prestigio social y académico, y está extremadamente formado.
Las soluciones a los retos que encuentra cada país a la hora de educar a sus alumnos son tan diversas como los propios países: España debe encontrar la suya propia para el futuro
¿En qué se traduce? En el caso finlandés, los niños no entran a las escuelas hasta los 7 años, y durante los 6 primeros años no se enfrentan a exámenes. El único test estandarizado a nivel nacional se hace a los 16 años, y el currículo (determinado en España por el ministerio y recogido en los libros de texto) se sigue de forma vaga por parte de los profesores. Estos, por cierto, pasan una media de 4 horas al día en clase, y dedican 2 a su desarrollo profesional. Las lecciones son menos intensas (y apenas hay deberes): los niños tienen una media de 75 minutos al día de recreo.
Otra cuestión importante: los alumnos que peores resultados obtienen no son segregados ni separados de los mejores, y los profesores se ocupan particularmente de ellos para ayudarles a igualarse al resto de la clase. Como resultado directo de ello, Finlandia es uno de los países con menor desigualdad de resultados académicos dentro de sus escuelas. Cualquier padre habrá identificado al instante las enormes diferencias con el sistema educativo español.
Del trabajo duro a la creatividad y flexibilidad, de la hiperespecialización al alto nivel de formación profesional: las respuestas a la pregunta "¿por qué este sistema educativo funciona?" son tan variadas como los países que tienen éxito. En todos ellos, los efectos de la tecnología aún son dudosos, y ofrecen resultados muy diversos. De ahí que España deba crear sus propias soluciones, tanto basadas en las nuevas tecnologías como no, para ofrecer un mejor sistema a sus alumnos.
Imagen | Ryan McGilchrist, Wwworks, Phil Roeder, bane bane, Uncle Leo, Lucelia Ribeiro
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