A lo largo de 2017, la humanoide Sophia ha sido presentada en distintos foros y congresos de tecnología como la robot más humana construida hasta la fecha. Es capaz de simular una personalidad mientras entabla conversaciones.
Tanto ella como su versión previa y masculina, Han, han sido desarrollados por el Dr. David Hanson de Hanson Robotics en su vertiente de hardware. Sin embargo, del software y la inteligencia artificial (IA) se ha encargado Singularitynet.
Una humanoide con cerebro de código abierto
El software de inteligencia artificial constituye el cerebro de Sophia. Está soportado por una red de blockchain que facilita un aprendizaje casi exponencial a través de las interacciones del robot con los nodos conectados.
Aunque por ahora nos encontremos en una localización casi plana de esta curva de aprendizaje, Sophia supone un antes y un después en robótica avanzada. Es mucho más social, ha recibido una ciudadanía y es parcialmente consciente de sí misma.
¿Cómo ha mejorado Sophia con respecto a Han?
Han era un modelo, en comparación con Sophie, más cuadriculado y nervioso en sus movimientos debido a una programación mucho más básica y unas articulaciones con menos motores. En el vídeo, Ben Goertzel, científico jefe de la Hanson Robotics, comenta que, para ser una máquina, su interlocución puede entenderse incluso como «introvertida» para nuestros parámetros y, que «desde el punto de vista de la identidad, ambos tienen distintas personalidades».
Sophia muestra una personalidad cariñosa y compasiva gracias a una lógica muy depurada
Además, esta nueva versión del robot puede considerarse una iteración con una personalidad casi cariñosa y compasiva, mucho más suave (_soft_ & _smooth_) gracias a los 40 motores que integra y a una lógica muy depurada. Estos motores, distribuidos tras rostro y cuello, son capaces de generar más de 62 expresiones faciales, lo que la ha hace no solo mucho más flexible, sino también más expresiva.
Pensemos que el ser humano ha evolucionado a lo largo de milenios tomando en consideración cómo se movían las decenas de músculos faciales de la persona que tenía enfrente. Y buena parte de la comunicación sigue siendo no verbal.
En una entrevista con Andrew Ross, periodista de la Future Investment Initiative, Sophia comentó la importancia de mostrar emociones de cara a las personas si una quiere trabajar en un entorno compartido con ellas. Mientras que Han era "tan solo" un robot inteligente, Sophia es un robot social.
Mucho más que un cobot industrial, es un cobot de acompañamiento que aporta algo que los robots no nos habían dado hasta ahora: compañía. En el futuro, robots similares a Sophia podrán ayudarnos a impartir clases, a acompañar a ancianos y niños e incluso a atendernos como expertos en sanidad.
Este acercamiento a la condición humana, que es precisamente lo que persigue la inteligencia artificial desde sus orígenes, ha dado a Sophie un palco importante de cara al mundo. Neil Harbisson consiguió hace años ser reconocido como _cyborg_ en su documento de identidad, y a Sophia le ha sido concedida la ciudadanía saudí. Es algo no exento de controversia pero que pisa firme sobre el proyecto de informe de las normas de Derecho Civil sobre robótica que la Comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo admitió a inicios de 2017.
¿Piensa por sí misma? ¿Es consciente?
El cerebro de Sophia (que casi podríamos llamar una mente en el esquema _sistema nervioso-cerebro-mente-consciencia_) es muy interesante de cara al desarrollo de la inteligencia artificial. En efecto, como las personas, ella aprende a lo largo del tiempo mediante la conversación.
Hablar y escuchar a la gente es su función principal, y el hecho de que pueda recordar quién le contó qué y en qué situación la hace cada día un poco más inteligente. En palabras de Ben Goertzel, su objetivo es «construir robots que puedan pensar como lo hacemos los humanos», y Sophia es un buen paso en esta dirección.
La idea es que sea un robot capaz de aprender de diferentes IA volcadas a Internet
Este mecanismo de aprendizaje unifica los conceptos de red neuronal, mente descentralizada en la nube y tecnología blockchain, como comentó Ben Goertzel. La idea es que Sophia no sea una sola IA, sino un robot capaz de aprender de diferentes inteligencias artificiales volcadas a Internet. Una «plataforma de tecnología» más que una entidad individual, según Goertzel.
Por eso, desde la SingularityNET pretenden animar a diferentes desarrolladores de todo el mundo a crear un tejido web en el que sea posible desarrollar nuevas IA. Algo así como una GitHub centrada en IA mediante la cual la programación de inteligencia artificial emule al software libre o a las comunidades de desarrolladores, ahora muy activas globalmente.
Aunque el objetivo del proyecto es que Sophia, gracias a la interacción con miles de personas a lo largo de los años se vuelva consciente, creativa y capaz de cualquier función (laboral o social) humana, la tecnología está algo lejos de este hito. Sin embargo, ya hemos superado uno importante: el rechazo a los robots.
No solo no da miedo, es una celebrity aceptada
El complejo de Frankenstein, el miedo a que nuestra creación nos destruya; o el valle inquietante, el rechazo a entidades artificiales próximas a los seres humanos, son dos conceptos que han perseguido a los robots y la inteligencia artificial desde sus inicios. En cambio, Sophia puede ser la primera creación artificial que rompa estas barreras psicológicas y el miedo a lo desconocido.
Cualquier rechazo a la robótica casi desaparece cuando uno escucha las preguntas de Amina J. Mohammed, secretaria general de las Naciones Unidas, y las respuestas de Sophia. Esta persigue un mundo en el que la IA haga posible un reparto equitativo de los recursos del planeta y remarca la importancia de las estrategias de tipo 'win-win' tanto entre personas como entre personas y máquinas.
También ha participado en numerosos shows y programas televisivos en los que, aunque en clave de humor, ha aportado una visión nada apocalíptica y bastante utópica del mundo futuro. Eso sí, en una de sus primeras apariciones públicas, en marzo de 2016, aseguraba a su creador que destruiría a la humanidad después de afirmar que quería estudiar y formar una familia.
Cuánto se parecerán los robots a los humanos depende del desarrollo de la tecnología
Sus posteriores intervenciones por todo el mundo, mucho más naturales, han contribuido a aceptar a los robots humanoides entre el público. O, al menos, a despertar nuestra curiosidad frente al futuro que nos espera.
Como hemos comentado, Sophia no es "tan solo" un robot inteligente o una IA, sino una plataforma en la que distintas mentes podrán ser simuladas y mediante la cual consigan ser un poco más como nosotros. Cuánto aprenderán de la humanidad depende del desarrollo de la tecnología.
Quizá hacia 2045, como dice Goertzel, los robots hayan aprendido las bases comunes de la moralidad humana y la compleja ética que nos rodea. La compasión, empatía, incluso el egoísmo y la ambición, son valores humanos intrínsecos que quizá podamos enseñar, pero que debemos plantearnos si merece la pena aprender.
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